Fan Fic: The Orgasming in Your Body

Si alguna vez has deseado que en Once Upon a Time no se dejara todo a la imaginación, no puedes perderte este relato erótico centrado en Charming que ha sido escrito por nuestra seguidora Laura.

PALABRAS DE LA AUTORA: Este relato de dos partes nació de un deseo personal que creo que más de uno de ustedes comparte: el de ver a nuestros queridos personajes de la serie en situaciones eróticas, sin tanto puritanismo. No creo que este contenido ofenda a nadie, ya que somos todos personas adultas, o al menos no niños. Para que se orienten, las escenas del Bosque Encantado transcurren en el medio del 1x17 y el 2x10, a excepción de la introducción, que tiene lugar apenas después del 5x13. Storybrooke, por su parte, se desarrolla en el medio de la 4A y 4B. Todos los nombres hechos a base de adjetivos y sustantivos decidí ponerlos en castellano. Sin más preámbulo, sólo les pido que se diviertan y que lo disfruten. ¡Muchos besos a todos!

EL BOSQUE ENCANTADO, HACE MUCHOS AÑOS

Había una vez, en un reino muy lejano de colinas suaves y hermosas, ríos cristalinos y bosques verdes y hermosos, una princesita de quince años llamada Blancanieves que cortaba flores de los jardines de su palacio alegremente. Había sido un muy buen día para ella, ya que había salvado valientemente a su reino de una amenaza y les había demostrado a todos, en especial a sí misma, que era merecedora de ser su reina en algún futuro. 

Pero algo mucho más mágico había ocurrido aquel día: había recibido su primer beso. Se había sentido como unas mariposas bailoteando alegremente en su estómago, y como si un grácil cisne danzara en su interior. Lamentaba mucho la princesa que su madre no estuviera allí para poder contarle lo que había sentido, sólo su nana Johanna lo sabía, y aunque tenía a su madrastra, Regina, por algún extraño motivo no se sentía cómoda compartiendo ese hermoso secreto con ella. Lo que sí le había contado fue su victoria del reino, y Regina se alegró mucho por ella. Al menos eso es lo que Blacanieves creyó, ya que la Reina la contemplaba con odio y rencor desde su ventana sin que la niña sospechara. 

— ¡Blanca! ¡Blanca! - Unos gritos agitados sobresaltaron a la muchacha, de tan ensimismada que estaba en sus dulces pensamientos. Levantó la mirada y vio a un joven apuesto, musculoso y ágil corriendo hacia ella. 

— ¡Herc! -sonrió la dulce Blancanieves al tiempo que el muchacho, también sonriente, la abrazaba de la cintura y volvía a besarla en la boca. La princesa volvió a sentir a las mariposas y el cisne en su interior y se dejó llevar por el beso, mientras la Reina los contemplaba llena de ira y envidia. — ¿Pero qué haces aquí? ¿No te habías ido a pelear contra Cerbero?

— Iba a hacerlo, y luego de esto iré, pero como no sé cuándo volveré a verte, quería besarte de nuevo. —repuso Hércules sonrió. Aprisionó a Blanca entre sus brazos musculosos y voluminosos y volvió a besarla, pero esta vez con más pasión y con los labios más abiertos. La muchacha dudó un instante, producto de la sorpresa, pero enseguida abrió también sus labios y le correspondió el beso. Las manos grandes y tibias de Hércules acariciaban su espalda cada vez con más frenesí, y su lengua penetraba el interior de la boca de ella. Deseando no parecer torpe, Blancanieves permitió que su lengua jugueteara con la del muchacho, mientras Regina, ya hirviendo de furia, cerraba violentamente las cortinas de su ventana y dejaba de mirar. Los muchachos continuaron besándose, intercambiando pequeños gemidos. 

Blanca sintió cómo, lentamente, las manos de Hércules descendían por debajo de su espalda, y algo asustada, retrocedió. 

— ¿Qué te pasa? —preguntó el semidios con ternura. — ¿No te gusta lo que estamos haciendo?

— Los besos sí —titubeó la quinceañera, nerviosa. — Pero por favor no me toques más abajo de dónde estabas. 

— Como quieras —respondió el musculoso chico antes de volver a abrazarla y besarla. Luego de dos placenteros minutos de besos y gemiditos, Hércules volvió a intentar tocarla por debajo de donde ella le había permitido, y la princesa volvió a retirarle la mano. 

— Te dije que no. —le espetó, seria y ruborizada. — ¿Por qué lo hiciste de nuevo?

— Lo...lamento, Blanca. —farfulló Hércules, sonrojándose también. — Es que me gustas demasiado. ¿Por qué no continuamos en un lugar más tranquilo, como tu habitación?

— ¿Mi habitación? —se alteró ella. 

— Claro, si tu padre sigue afuera, y según tú, tu madrastra y tu nana son muy buenas. No molestarán. ¡Vamos! —La tomó de la mano, avanzando hacia el interior del castillo, pero Blancanieves no se movía. — ¿Qué te pasa? —preguntó con un poco de ansiedad. 

— Sé lo que quieres hacer —dijo tímidamente y bajando la mirada—, Johanna me lo explicó hace poco. Pero yo no quiero. Lo siento, somos muy chicos todavía, y yo no estoy preparada. 

Hércules se sintió cómo si le hubieran echado un jarro de agua fría. 

— ¡Pero la edad no importa demasiado! ¡Yo te trataré muy bien, no tengas miedo! ¡No importa la edad cuando hay amor!

— Ése es otro punto —respondió la muchacha, aún muy tensa—. Mira, Herc, me gustas mucho, pero no estoy segura de que seas mi Amor Verdadero. Al principio pensé que sí, pero ya no estoy tan segura, y creo que, cuando sientes el Amor Verdadero, no tienes ninguna duda. Lo siento mucho, no quiero herirte. —Ahora Hércules quien bajaba la cabeza de la decepción y el dolor. Pero tras unos minutos de tenso silencio en los que ninguno dijo nada, el semidios levantó la mirada y respondió:

— Creo que tienes razón. Yo tampoco me detuve a pensarlo, y también me gustas mucho, pero tampoco estoy tan seguro de que seas mi Amor Verdadero. —sonrió—Pero al menos fuiste mi primera ilusión, y nunca me olvidaré de ti. 

Blancanieves también sonrió.

— Yo tampoco me olvidaré nunca de ti. —Ambos se fundieron en un cálido abrazo fraternal.

STORYBROOKE, AÑOS DESPUÉS

El timbre sonó en la puerta de la Mansión Mills, sobresaltando a una ensimismada y entristecida Regina. La mujer fue a abrir la puerta y se encontró a Mary Margaret en el umbral. 

— Hola Regina —parecía agitada y cansada—, ¿puedo hablar contigo un rato?

— Claro, claro, pasa —repuso ella, haciéndola pasar—. ¿Quieres tomar algo? ¿Tal vez comer algo?

— No, por favor, no te molestes —repuso Mary Margaret, sentándose en el sofá. 

— No es ninguna molestia, y creo que sé exactamente lo que quieres. —Regina esbozó una sonrisa sarcástica, y con un chasquido de dedos hizo aparecer un licuado de banana y una torta de vainilla. 

— ¡Ooooh, qué rico, gracias! —se entusiasmó su ex hijastra— ¡Y lo mejor es que ninguna de estas cosas es de manzana! Sin ofender. 

— No me ofendo, come tranquila —respondió Regina, sentándose con ella. Mary Margaret comenzó a comer la torta y beber el licuado con bastante rapidez—. Cualquiera diría que en tu casa te matan de hambre.

— Lo siento, lo siento, lo siento —farfulló Mary Margaret con la boca sucia—, desde que quedé embarazada de Neal que no puedo parar de comer estas cosas. ¡Son deliciosas!

— Ya ya —la cortó Regina—, ¿viniste aquí porque no tenías ganas de cocinar, o me quieres decir algo?

— Sí, sí —repuso ella, bebiendo un buen sorbo de licuado—, quería decirte que voy a renunciar a la alcaldía de Storybrooke. Es demasiada responsabilidad teniendo un hijo pequeño, y en realidad lo que más me gustaba era ser maestra. ¿Te gustaría volver a ocupar el puesto tú?

— ¡Estoy tan feliz! —sonrió Regina con euforia.

— ¿Tantas ganas tenías de volver a ser alcaldesa? —inquirió ceñuda.

— ¡No, de lo que tengo ganas es de quemar ese cuadro horrible que pusiste! Sin ofender. 

— No importa, es la primera vez que te veo sonreír desde hace casi seis semanas —Regina recuperó su semblaste triste, y Mary Margaret dejó el plato de torta sobre la mesa y apoyó su mano en el hombro de ella—. Regina, yo entiendo que extrañes mucho a Robin y a Roland, pero mira el lado positivo: llevamos varias semanas de paz y tranquilidad, sin villanos ni monstruos ni amenazas, y Henry está incansablemente buscando al Autor para darte tu Final Feliz. 

Regina rió con amargura. No dejaba de recordar la noche en la que hizo el amor con Robin en su bóveda, la noche más feliz y plena de su vida, y la única en la que sintió el Amor Verdadero de verdad, amándola con pasión y llenándola de placer inconmensurable. 

— ¡Mi Final Feliz! ¡Soy la Reina Malvada, no me merezco ser feliz! —Mary Margaret apretó su mano con fuerza.

— Ya no eres la Reina Malvada, y sí, te lo mereces. Has cambiado, ahora eres buena. Nos salvaste a todos de Zelena, salvaste a mi bebé. 

— Pero fui malvada durante demasiado tiempo, cometí demasiados crímenes, hice demasiadas cosas horrorosas. Especialmente a ti y a tu familia. —Miró fijo a su antigua enemiga, apretando también su mano. — He intentado lastimarte de formas demasiado bajas y crueles, y lo sabes muy bien. 

Mary Margaret guardó silencio. 

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— ¡AAAAAAH AAAAAAAH! ¡ASÍ, ASÍ! ¡MÁS DURO, MÁS DURO!

La Reina Malvada gemía como loca, desnuda en su cama, con Hubert el Cazador también desnudo y moviéndose frenéticamente sobre ella. 

— ¡MÁS, MÁS, MÁS! —Aullaba la Reina, cacheteando con dureza las firmes nalgas del cazador. 

— ¡Ya más no puedo, Majestad! —Hubert, aunque lo hacía contra su voluntad, daba su máximo esfuerzo en complacerla. 

— ¿ERES UN MACHO O ERES PUTO? ¡MÁS FUERTE O APLASTARÉ TU CORAZÓN!

Pero Regina bien sabía que el vigoroso hombre lo hacía cada vez mejor desde que se convirtió en su mascota. El problema era ella. Sus gritos resonaban en todo el palacio, para desgracia del Espejo Mágico, quien lloraba de dolor cada vez que oía a su amada reina haciendo con otro hombre lo que a él le encantaría hacerle. Desde el Mundo del Espejo, el antiguo genio imploraba que los gritos y gemidos cesaran, porque ya no podía soportarlo más. 

De pronto, silencio. 

Pero algo había pasado. Alguien había entrado en la alcoba y hablado, pese a que el Espejo no podía escucharla. Era una mujer alta e imponente, completamente vestida de negro y con un casco en la cabeza que emulaba a los cuernos del mismo diablo. 

— Vaya, vaya, Regina, ni siquiera revolcándote con un hombre tan hermoso puedes ser feliz —sonrió con crueldad Maléfica, sobresaltando a la Reina y al cazador. 

— ¿Cómo te atreves a aparecer así? —Regina se cubrió sus senos con la sábana, sin importarle exponer a Hubert totalmente desnudo ante la bruja —¿Has venido aquí a molestarme? ¿A que te preste mi mascota? —Esbozó una sonrisa ávida y perversa—. ¿O acaso quieres unirte a nosotros?

Maléfica lanzó una carcajada y apuntó a ellos con su báculo, haciendo que el cazador desapareciera y la Reina llevara puesto su vestido rojo, aquel que llevó en un momento desagradable de su vida: cuando vio a través del espejo que Blancanieves estaba despierta. 

— Espero que hayas tenido un muy buen motivo para venir, Maléfica, si no quieres ser dragona a la barbacoa. 

— He venido porque me preocupas, querida amiga —repuso la malvada bruja sin alterarse—. ¿Qué mujer en su sano juicio tiene sexo con semejante ejemplar de hombre, y aún así no es feliz?

— ¡Una mujer cuya venganza no fue cumplida! —la Reina Malvada estaba furiosa—. ¡No tengo manera de destruir a Blancanieves! ¡Todos mis intentos fracasan! ¡Ahora ella y su estúpido pastor están haciéndome la guerra por el reino, y cada vez tienen más aliados! ¡Intento e intento matarla pero nunca lo consigo! —Hizo aparecer a tres guardias negros con un movimiento de la mano, sólo para desnucarlos con otro movimiento de ella.

— Veo que estás verdaderamente furiosa —se deleitó Maléfica.

— ¡Pero qué dragoncita tan inteligente! —se burló mordazmente la Reina Malvada— ¡Odio a Blancanieves con todas mis fuerzas, y odio también a ese idiota soso que está con ella!

— Será idiota y soso pero no está nada mal. ¿Verdad, amiga? Por algo intentaste seducirlo en el calabozo —Maléfica le guiñó un ojo. 

— ¿A qué viene todo ésto? —Regina perdía cada vez más la paciencia. 

— Hay formas mucho mejores de vengarte que la muerte, vieja amiga. Tú odias a Blancanieves por quitarte tu Amor Verdadero. ¿Por qué no le pagas con la misma moneda?

— ¿Hablas de matarlo sólo a él y dejarla a ella viva y con ese dolor?

— No especialmente matarlo, mi querida. Antes de convertir al Príncipe Felipe en el Yaoguai, hice cositas muy interesantes con él, en plenas vísperas de su boda con Aurora —la boca de Maléfica se torció en una sonrisa sumamente morbosa—. ¿No te gustaría hacer lo mismo con el Príncipe Encantador?

— Te escucho, amiga mía —la Reina Malvada sonrió de la misma manera. 

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El comisario David Nolan se acercaba a su departamento. Lucía más sexy y hermoso que nunca, con sus zapatillas negras de Nyke, sus blancos pantalones cortos deportivos y su musculosa negra ajustada, sumados a su rostro encantador, su cabello rubio efebo y su cuerpo escultural. Cuerpo que se disponía a ejercitar en el gimnasio, con Felipe, el nuevo profesor desde hacía seis semanas, pero había olvidado su carnet de socio y por eso debía volver al departamento a buscarlo. 

A medida que subía las escaleras, David comenzó a escuchar gemidos provenientes del interior. Su esposa estaba de visita en casa de Regina tras dejar a Neal al cuidado de Bella, Emma estaba trabajando en la comisaría y Garfio haciéndole de recadero, pidiendo y trayendo su merienda. Por lo tanto sólo podía ser:

— ¡HENRY! ¿QUÉ DEMONIOS? 

Su nieto estaba sentado en un sillón, desnudo de la cintura para abajo, con una mano en su miembro y otra en su celular, en el que claramente se veía pornografía.

— Ab...abuelo —farfulló el adolescente, rojo de la verguenza, poniéndose rápidamente los calzoncillos y pantalones tirados a su lado, y pausando el video de su teléfono. — ¡Pero si te acabas de ir al gimnasio!

— Me olvidé mi carnet, y además...uuuy vístete rápido —David miraba para otro lado, con cierta impresión. 

— Perdón, perdón, perdón —farfullaba éste. 

— Menos mal que te descubrí yo y no otra persona. Tu abuela se hubiera muerto de un infarto, y tus mamás te hubieran castigado por semanas —le espetó David, ya más calmado y recuperado. 

— Yo a ti te descubrí en la cama hace un tiempo, ¿te acuerdas? En ese momento no sabía lo que hacías, pero ahora sí. —se atrevió a responder Henry subiéndose la cremallera y terminándose de vestir. 

Ahora era David el avergonzado. 

— Es cierto, es cierto, y tú sólo eras un niño, qué verguenza —se sentó junto a él en el sillón y dejó escapar una risita que iluminó su rostro—. Henry, no debí haberte regañado, fue sólo el asombro y tú pensaste que yo iba a tardar en volver. Sé que estás creciendo, que estás en una etapa de cambios y que lo que haces es normal. Así que, confía en mí, pregúntame lo que quieras saber del tema—. Palmeó su hombro fraternalmente. 

— Eeeem, abuelo —titubeó Henry—, Nicholas se ríe un poco de mí en la escuela, porque nunca besé a una chica. Les dice a todos que ya se dio besos de lengua con Grace. ¿Estoy muy atrasado para mi edad?

— Henry —sonrió paternalmente David—, no estás ni atrasado ni adelantado. Cada persona es única y tiene su propio tiempo. Tienes que comparar tus progresos contigo mismo, nunca con los demás. Además estoy casi seguro que Nicholas miente, a tu edad casi todos los chicos mienten con esas cosas —El adolescente guardó silencio—. ¿Alguna otra pregunta? 

— Bu...bueno... ¿es muy diferente masturbarse a estar con una chica? —David reflexionó y sonrió.

— Sí, es bastante diferente. En la masturbación sólo disfruta el cuerpo y sólo importa el placer de uno, en cambio con una mujer importan mucho sus necesidades, y no sólo disfruta el cuerpo, también el alma. — El rostro de David esbozó una sonrisa de inmensa alegría— La primera vez que estuve con Blanca sentí una felicidad muy superior a cualquiera que haya sentido antes. Fue...fue como si un inmenso león rugiera en mi pecho de felicidad — explicó, gesticulando con las manos mientras su nieto lo miraba con una tierna sonrisa. David apoyó su mano en el hombro del chico—. Y lo mismo te va a pasar a ti, Henry, te lo juro. Pero asegúrate de que la chica con la que compartas eso tan especial sea tu Amor Verdadero. 

Henry meditó lo que su abuelo le había dicho, y le sonrió fijamente. Lo sentía más un hermano mayor que otra cosa.

— Gracias, abuelo — Miró hacia la mesa, donde estaba el Libro de Cuentos— , vete tranquilo al gimnasio y yo seguiré averiguando sobre el Autor. — Fue hasta el libro, comenzó a ojearlo y se detuvo en una ilustración: la Reina Malvada sostenía el corazón del Príncipe Encantador, que la miraba aterrorizado. — ¿Qué es esto, abuelo? Nunca había visto esta parte.

David palideció, como si hubiera visto un fantasma.

— Nada, Henry, nada —farfulló el apuesto hombre, cerrando el libro—. Henry, confío en ti: por lo que más quieras, no quiero que leas ese capítulo. Es algo muy malo que hizo tu madre una vez.

— ¿Qué te pasa? — rió el muchacho— Sé que mi madre fue una villana e hizo cosas horribles en el Bosque Encantado. Ya la perdoné, ya quedó en el pasado. 

— Créeme, Henry — dijo David con expresión muy seria—, por mucho tiempo que pase, por mucho que haya cambiado una persona, algunas cosas es mejor no saberlas nunca. 

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Caperucita Roja se despertó sobresaltada, oyendo unos gritos femeninos que parecían ser de su mejor amiga. Salió corriendo de su tienda y fue hasta la contigua, donde Blancanieves respiraba agitada y sudada. 

— ¡Blanca! ¿Qué te ocurre? — preguntó muy preocupada, mientras los Siete Enanitos se empujaban para entrar también en la tienda. 

— ¡La pesadilla, Caperucita, otra vez la pesadilla! — sollozaba Blancanieves— ¡Estaba encerrada en una habitación en llamas de nuevo!

— Tranquila, amiga, tranquila. Ya pasó — Caperucita la abrazó fuerte y acurrucó la cabeza de la princesa contra su pecho. 

— Eso, hermana, tranquila. — Gruñón dio un paso adelante y le dio palmaditas en el hombro. — Ya sabes bien lo que es eso, una secuela de la Maldición del Sueño que te puso esa asquerosa reina. Con el tiempo se te pasará. 

— Deberíamos poner a Estornudo junto a ti — sugirió Sabio—, para que estornude cada vez que te vea con pesadillas y te despierte.

— ¡Jajajaja, qué buena idea! — rió Feliz mientras Estornudo fruncía el ceño. 

— Ya...ya estoy mejor, muchas gracias — suspiró Blancanieves separándose lentamente de Caperucita y enjugándose las lágrimas—, pero no entiendo dónde está Encantador. Es el que siempre me despierta de estas pesadillas y me consuela. 

— La vela la dejó aquí puesta —apuntó Caperucita— , pero vayamos afuera a ver si lo vemos. 

Salieron todos de la tienda, y pudieron ver, no demasiado lejos, a un hombre bañándose desnudo en un largo cercano, cubierto por el agua hasta la cintura. Blanca jamás había visto esa espalda tan ancha y fornida ni esos brazos tan fuertes y voluminosos, pero sabía perfectamente quién era. 

— ¿Encantador? —preguntó sorprendida. Éste se dio vuelta, dejando ver su rostro, sus pectorales firmes y bien formados y su endurecido abdomen todo cubiertos de agua. 

— ¡Hola, mi amor, buen día! —le sonrió—. ¡Buen día a todos! —saludó a Caperucita y a los enanitos levantando alegremente la mano. 

— ¿Qué estás haciendo aquí afuera? —inquirió su novia. 

— ¡Bañándome y chapoteando! ¡Es un hermoso día de calor! — respondió Encantador muy contento—¿Quieres venir conmigo?

— ¡A mí me vendría genial un baño! —Feliz se adelantó con entusiasmo, pero Gruñón le puso su mano en el brazo y lo detuvo con expresión ceñuda. "A ti no te han invitado", le susurró entre dientes. 

— Lo siento, Encantador, pero será mejor que salgas y sigamos moviéndonos. Regina y sus hombres nos acechan en todos lados —apremió Blanca, intentando no tentarse ni dejarse embobar por ese cuerpo escultural. 

— ¡No podemos vivir con miedo a que nos maten! ¡Tenemos que VIVIR! —exclamó el Príncipe alzando sus brazos al cielo, sin sospechar que la Reina Malvada y Maléfica lo observaban a través del báculo de esta última. 

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— ¿Lo ves, Regina? —sonrió Maléfica con perversidad— ¡Te encanta, se te está cayendo la baba ahora mismo, y no te culpo! Yo misma fui bastante tonta en querer matarlo cuando irrumpió en mi casa.

— ¡Basta de charla! —la interrumpió la Reina bruscamente, intentando dejar de mirar el báculo—¡Empecemos de una vez con el plan! Aunque, debo decir, me sorprende que no hayas traído contigo a la Cachorrita Inglesa y a la Perra del Mar.

— A Cruella no le avisé absolutamente nada de este plan, o nos hubiera traicionado, quedándose con el ejemplar para ella —explicó Maléfica con desdén—. En cuanto a Úrsula, no pudo venir, está en el océano tomando clases de canto con un cangrejo que es músico. ¿Cuándo entenderá que ninguna clase de canto puede solucionar su problema?

— Bueno, ya, ya —Regina estaba impaciente—. ¿Y por qué la necesitamos a "ella"? ¡Estamos peleadas!

— En primer lugar, la necesitamos para distraer a cierto ser desagradable que puede arruinarnos el plan. Y en segundo lugar, porque después de todo encontró a Blancanieves en un sólo día.

— Y perdió su corazón en una hora —respondió la Reina Malvada con una sonrisa burlona.

— Sí, pero eso fue por culpa de...

— ¡Regina! ¡Mi niña!

Maléfica no pudo terminar la frase, ya que Henry se acercaba corriendo hacia ellas con toda la agilidad que su vejez le permitía. 

— ¡Regina, te lo ruego, no lo hagas! ¡Es un plan demasiado perverso! ¡No escuches a esta diabólica mujer!

Sin impacientarse, Maléfica apuntó al anciano con su báculo, haciendo que se cayera dormido al suelo. 

— No lo mato por considerar que es tu padre, amiga mía. Pero va a ser un placer quemar vivos a esos horrorosos enanos y comer un rico lobo para variar —La bruja esbozó una mueca de cruel placer.

— ¡De eso nada, los dejarás dormidos y punto! —le espetó Regina—Quiero que sean testigos de cómo su heroína es vencida por mí de una vez por todas. ¡Basta de hablar, a invocarla! —Ambas se aproximaron al Espejo Mágico— Espejito, espejito, nos has estado escuchando, así que ya sabes a quién invocar. —El Espejo guardó silencio y no se movió— ¿QUÉ TE PASA?

— Su Majestad —titubeó éste con verguenza y temor—, ahora no es un buen momento para invocarla. ¿No podría ser en un ratito?

— ¡INVÓCALA YA! —gritaron Regina y Maléfica al unísono. 

El Espejo tragó saliva, y finalmente se esfumó para revelar a una mujer madura, completamente desnuda, gimiendo sin parar y brincando sobre un hombre más joven, también desnudo, en una gran habitación blanca y roja. 

— ¡MADRE! ¿PERO QUÉ DEMONIOS? —gritó la Reina Malvada, horrorizada, mientras Maléfica se reía desdeñosa. La Reina de Corazones giró la cabeza lentamente y sin inmutarse. 

— Hola, cariño. Ah, hola, Mal —Cora sonreía con total naturalidad y ausencia de pudor, mientras el Sombrerero Loco respiraba agitadamente debajo de ella. 

— ¿Se puede saber qué carajo haces? ¿Y con Jefferson? —Regina continuaba impresionada. 

— Mi cielo, soy la Reina de Corazones. ¿Piensas que eres la única con un juguete sexual? —Con un movimiento de su mano vistió a Jefferson con su traje de sombrerero y a sí misma con su vestido blanco y rojo de la realeza— Vete a descansar un rato, papi, luego continuaremos —le sonrió al hombre, que huyó aterrado y a los gritos de la habitación. — ¿Qué necesitan de mí, chicas?

— Tengo un plan para que mi querida amiga cumpla su venganza contra Blancanieves de una vez por todas —explicó Maléfica—, y tú eres una parte muy importante del plan. No se trata de matarla sino de hacerle algo mucho peor y muy interesante. 

— Así es —corroboró la Reina Malvada, aún recuperándose de la impresión—, y entiendo que debes estar muy enojada conmigo por echarte así y luego rescatar a papi, pero…

— Para nada, cariño, ya no estoy enojada —sonrió Cora con dulzura—. Si no fuera por todo eso, yo no tendría mi hermoso juguete ahora. El único problema es que cerraste para siempre el portal de regreso, así que no tengo manera de llegar hasta allí. 

— Vieja zorra, ¿te olvidas que yo tengo cientos de portales en la Montaña Prohibida? —rió Maléfica. 

— Es cierto, ¿cómo pude olvidarlo? ¿Qué tengo que hacer entonces? —preguntó Cora llena de crueldad. Las tres sonrieron. 

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David estaba sumamente sudado, haciendo sus flexiones de bíceps alternadas con mancuernas de 20 kilos, frente al espejo de la pared del gimnasio.

— ¡Woooow, David, estoy impresionado! —lo elogió el profesor Felipe, vestido con pantaloncitos negros y musculosa blanca— Vas muy bien, pero por favor no te olvides de la elongación, tomar agua y descansar 60 segundos, o te va a doler todo. 

— Tran...quilo...todo...controlado —respondió el sudoroso comisario respirando con mucha agitación—Por cierto, te felicito por lo bien que te va en este nuevo negocio. 

— Gracias, pero mucho les tengo que agradecer a Campanita y a Astrid que me ayudaron a construirlo con sus poderes —respondió Felipe mientras David bebía agua de su botellita, como si no bebiera líquido hacía cientos de años. 

Campanita y Astrid eran las únicas hadas que no estuvieron presentes en "La Abuelita" cuando Garfio encerró a todas en el Sombrero del Hechicero, ya que se les había encomendado la tarea de tranquilizar y contener a los ciudadanos más asustados por el hechizo de la Reina de las Nieves. Lamentablemente, hasta ahora ninguna de las dos había sido capaz de sacar a sus compañeras del sombrero. 

— Hola, ¿qué onda? —Thomas, vestido con musculosa azul y pantaloncitos amarillos, se acercó y los saludó con un apretón de manos. Ellos le respondieron el afectuoso saludo—. Sepan que no vine solo. 

Tras él se acercaba Ashley, con pantalones cortos ajustados de color azul, y musculosa celeste. Saludó a David y Felipe con un beso en la mejilla. 

— Eeeeem, mi amor, ¿otra vez? —Thomas señaló con cariño hacia la entrada, donde había una zapatilla blanca tirada. Ashley se dio cuenta de que estaba descalza del pie derecho. 

— ¡Ay no, no otra vez! —la rubia fue corriendo a buscar su zapatilla, mientras otra princesa hacía su entrada, vestida con ropa deportiva de color violeta. 

— ¡Hola, mi profe hermoso! —Aurora abrazó apasionadamente a Felipe por el cuello y se besaron en la boca— ¡Qué sexy que te queda tu nuevo uniforme!

— Tú también estás hermosa, mi alumnita favorita —susurró Felipe en su oído ante las miradas de Thomas y David. Aurora los saludó a ambos y fue hasta una de las cintas de cardío. Al lado de la suya ya estaba Ashley trotando. 

— Caballeros —sonrió Felipe mirando a Aurora con devoción—, no está bien presumir pero, ¡qué mujer tan hermosa que tengo!

— La mía también es hermosa —suspiró Thomas con amor—, a veces me impresiona la figura que conserva después de 28 años de embarazo. Y ni hablar la tuya, que acaba de parir. 

David guardó silencio, sin poder evitar sentir envidia de sus amigos. Al contrario que ellos, su esposa tras el parto había desarrollado una afición por la comida con colesterol y grasa saturada. 

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Blancanieves hacía sus flexiones de brazos en el suelo, junto al lago en el que el Príncipe Encantador se había bañado aquella mañana. 

— Tranquila, Blanca —le decía éste, de pie junto a ella. 

— Estamos en guerra, Encantador, tengo que estar en forma para pelear —respondió la princesa, agitada de tantas flexiones. — Uuuuf, ¡Doscientas, ya está bien por hoy!—El apuesto príncipe no dejaba de admirar su cintura estrecha y su armónica figura. Si bien amaba a Blancanieves por la hermosura de su corazón, no podía negar que estaba encantado con su belleza exterior. 

— No te preocupes, Caperucita y los enanos están patrullando todo y no hay señal de Regina, ni George ni ningún enemigo —aseguró Encantador ayudándola a ponerse de pie. Tomó la cara de su novia entre sus manos y la miró con mucha ternura—. Corazón, entiendo perfectamente que estamos en guerra y que el peligro nos acecha, pero la vida está hecha de pequeños momentos, preciosos como diamantes; y cómo no sabemos cuánto puede durar esta guerra, no podemos perdérnoslos. 

— Lo sé, lo sé —musitó Blanca—. ¿Estás triste porque no me metí en el lago contigo esta mañana? —Encantador lanzó una risa jovial y la abrazó muy fuerte. 

— Quédate tranquila, vamos a tener toda la vida para bañarnos juntos. Estás muy estresada, necesitas relajarte —y susurró en su oído de forma muy masculina y seductora: —Vamos a una de las tiendas, que no hay nadie —Hasta el momento nunca habían tenido la oportunidad de quedarse completamente solos, y Encantador no veía la hora de demostrarle a Blancanieves cuánto la amaba verdaderamente. 

— Lo siento —respondió ella, separándose lentamente de él—, pero el estrés que tengo sólo se me irá montando a caballo. 

— ¿A caballo? —saltó el Príncipe, decepcionado—¿Prefieres montar a caballo que estar conmigo?

— Lo siento, lo siento —farfulló Blanca—, pero de veras lo necesito. Tenemos toda la vida para estar juntos. 

— ¿Estás tan nerviosa sólo por la guerra, Blanca, o hay algo más? —inquirió preocupado y tomándola de los brazos. — ¿Ocurre algo que yo no sepa?

Blanca lo había visto tan jovial y feliz bañándose en el lago, que no se atrevió a contarle que había vuelto a tener la pesadilla.

— No pasa nada, sólo que necesito estar sola —El semblante de desilusión de Encantador era demasiado grande, así que ella lo besó con fuerza—. Volveré pronto. 

Y se alejó de él, hacia su corcel. Encantador la saludó con un gesto de la mano y una fingida sonrisa que ocultaba su tristeza. Blanca se alejó a todo galope, sin sospechar que la Reina de Corazones, la Reina Malvada y la Emperatriz del Mal la observaban a través del báculo de Maléfica, en la Montaña Prohibida. 

— ¡Estúpida mocosa frígida! —exclamó Regina rechinando los dientes—¡No se merece la suerte que tiene!

— Tranquila, cariño, esa suerte muy pronto la tendrás tú —le sonrió Cora apoyando la mano en el hombro de su hija—. ¿Vieron que yo tenía razón? Adora cabalgar y no puede evitarlo sin importar la situación en la que se encuentre. Pero esa imprudencia es lo que nos dará la victoria. 

— ¡Ya basta de charla! —exclamó Maléfica, la ideóloga del plan—¡Vamos, Cora! ¡A trabajar!

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— ¡OOOOOOOOOOOOOOOOOOH! ¿QUÉ HACES BESANDO A LA LISIADA? ¿Así que era de éste de quien estabas enamorada, maldita lisiada? ¡DE MI NANDITO!

Regina se levantó y apagó el televisor violentamente.

— ¡Ya basta, basta, basta! ¡No hay nada bueno en la televisión! ¡Quince minutos de zapping para nada!

— ¡Regina, vuélvelo a prender, yo no lo vi! —suplicó Mary Margaret.

— Descuida, lo repiten a cada rato. Míralo otro día en tu casa —resopló Regina volviéndose a sentar en el sillón— ¡Dios mío, la televisión es una basura, puras estupideces románticas y puros culebrones!

— Hace poco vi un anuncio sobre McDonalds, no veo la hora de que en esta ciudad pongan uno. Roland ya debe haber ido a un Mac seguro —Regina se entristeció nuevamente—. Lo siento, lo siento, lo siento. 

— Claro que no, yo lo siento —respondió Regina, apretando sus manos y mirándola fijamente—. Lo siento de veras por todas las cosas abominables que te hice, Blanca —Ambas comenzaban a tener los ojos llorosos—. Tú no te lo merecías, tú no eras culpable de nada, eras sólo una niña, engañada por la víbora cruel de mi madre. Ella fue la verdadera culpable. 

— Lo sé, Regina, lo sé —Las dos mujeres se fundieron en un largo y cariñoso abrazo, emocionadas—. Pero Cora nunca jamás volverá a lastimarnos, ni a ti ni a mí. 

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Oculta detrás de un árbol, Cora observaba a Blancanieves galopando a lomos de su caballo blanco. Hasta ella tuvo que reconocer que la princesa era el mejor jinete del Bosque Encantado, tan ágil y vigorosa, sin perder su gracia ni su femineidad. Blanca se sentía mucho más feliz y relajada ahora que saltaba, corría y sentía la suave brisa del viento en su cara, volando su cabellera negra como el ébano. 

De repente, su corcel relinchó con violencia y comenzó a correr tan bruscamente que la princesa se sobresaltó. ¡Nunca le había ocurrido algo así a su caballo!

— ¡Basta! ¡Pampero, por favor, basta! —exclamó, preocupada, intentando detenerlo sin éxito. Desde detrás del árbol que la ocultaba, Cora observaba regocijante su obra: un sólo movimiento de su mano había bastado para volver loco al animal. 

Por primera vez en muchos años, Blancanieves comenzó a sentir terror a lomos de un caballo, y el indomable y valiente jinete volvió por un instante a ser una inexperta niña de diez años.

— ¡Ayuda! ¡Que alguien me ayude! ¡Ayuda! —comenzó a gritar desesperada, cada vez con más temor. Otro movimiento de mano de Cora, y finalmente la muchacha se cayó del caballo, dándose un fuerte golpe en la cabeza y quedando inconsciente. Pampero se alejó corriendo cada vez más rápido, y Cora se acercó lentamente al cuerpo de Blanca. 

— Mi pobrecita niña —se deleitó, contemplando el reguero de sangre que brotaba de la frente de la joven—¡Es una verdadera lástima que esta vez no haya estado mi hija para salvarte! ¡Tengo tantas ganas de enviarte con tu querida mami, mi dulce Blanca! Pero tienes que estar viva para ver lo que vamos a hacerte. 

— Bien hecho, Cora —Envuelta en una nube de llamaradas verdes, apareció Maléfica frente a ella—. Sabía que eras la persona indicada para este trabajo. 

— ¿Y qué hay de tu trabajo? —inquirió la Reina de Corazones.

— Todos dormidos: la loba, los mugrosos enanos, y nuestra presa —Un maligno fulgor iluminó los ojos de Maléfica—. Ya sabes cómo son mis poderes, los dormí tan rápido que no se dieron cuenta de que era yo. ¿Cómo no pensé en eso cuando invadió mi morada?

— Y me necesitabas para ocuparme de Blanca porque con ella no funcionaría tu poder del sueño, ¿verdad, querida?

— Ahora eres necesaria en otro lugar, Cora —replicó Maléfica—. Tienes que ocuparte de alguien muy especial.

— ¿De quién, si se puede saber?

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— ¡Bella, por favor! ¡Puedo cambiar, puedo cambiar!

El señor Gold estaba en las minas, junto a la que solía ser su celda, atado de pies y manos, colgando del cielo raso y en calzoncillos, mientras Bella, parada junto a él, lo azotaba a golpes de látigo. 

— ¡Todo lo que he pasado por ti, maldita bestia! —lloraba a los gritos mientras le pegaba, haciéndole soltar alaridos de dolor— ¡Dejé a mi familia y a mis amigos! ¡Regina me tuvo prisionera 28 años! ¡Killian y Zelena intentaron matarme! ¡Todo por ti! ¡Por haberme enamorado como una tonta de ti! —exclamaba sin cesar los latigazos. 

— ¡Bella, puedes confiar en mí, Bella! —chillaba Gold mientras era azotado sin piedad. 

— Bella, ey, Bella, despierta. 

La bibliotecaria abrió los ojos y se encontró a Mary Margaret sarandeándole suavemente el brazo. ¡Se había quedado dormida sentada, junto al mostrador de la tienda!

— Lo...lo siento, lo siento —dijo avergonzada y despertándose de golpe—. Debí estar cuidando a tu niño y me quedé dormida. 

— Está bien, Neal está perfecto —respondió sonriente Mary Margaret. Bella se desperezó suavemente, alzó la vista y vio a Neal durmiendo plácidamente en el cochecito de su madre—. Sé que no debería decirlo, pero, ¿durmiendo a estas horas?

— Es que me quedé toda la noche leyendo, investigando para que podamos sacar a esas pobres hadas del sombrero —explicó la joven—, pero gracias por haberme despertado, estaba teniendo una pesadilla con Rumpel. 

Mary Margaret posó su mano sobre la suya, con comprensión. 

— No pienses más en él, ahora lo tienes a Will, ¿no es cierto? —Bella rió con sarcasmo. 

— Will...Will es muy simpático, pero por el momento no estamos enamorados. En el fondo estamos juntos por despecho, los dos queremos olvidar a un viejo amor. Larga historia. —Mary Margaret la abrazó. 

— Quizás próximamente llegues a amarlo, la vida nos da sorpresas maravillosas, Bella. Como cuándo me dio a Encantador. 

— No compares —respondió Bella, separándose lentamente—, tu marido es un hombre muy honesto, que no tiene secretos para ti. En cambio Rumpel, nunca terminaré de saber todas las cosas turbias y sucias que hizo a lo largo de su vida. 

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Rumpelstilskin el Oscuro se encontraba en su castillo, hilando tranquilamente en su vieja rueca, cuando fue asaltado por un presentimiento muy extraño: Blancanieves y el Príncipe Encantador estaban en grave peligro. No era que le importaran en algo esos dos, para él no eran más que peones en su tablero de ajedrez. Pero eran peones de suma importancia, y sin ellos su jugada estaba perdida. Sin ellos nunca podría reencontrarse con su amado Baelfire. 

Se puso de pie bruscamente, decidido a actuar; a mover los hilos necesarios para que no les pasara nada a los padres de su Salvadora, cuando una figura muy familiar apareció sonriente ante él. 

— Hola, maestro. Cuánto tiempo —Cora sonreía, envuelta únicamente en una fina bata color turquesa. Rumpel se quedó atónito ante su presencia, y por primera vez en mucho tiempo, habló como un hombre y no como un diablillo. 

— ¿Que...qué haces aquí? ¡No quiero verte! ¡Lárgate de mi castillo! —Cora rió perversamente, sin dejarse intimidar. 

— ¡Oh, Rupy, Rupy! He venido porque tengo ganas de recordar viejos tiempos. ¿No te gustaría? —le guiñó el ojo. Rumpel se echó a reír y recuperó su voz y sus ademanes de diablillo.

— ¿Viejos tiempos, queridita? ¡Lo único viejo hoy en día eres TÚ! —la señaló burlonamente con el dedo—. Siempre fuiste una arpía como persona, pero antes por lo menos eras joven y heeeeeeeeeeermosa, no como ahora. 

— ¿Eso crees? —sin perder la calma, la mujer se abrió la bata y la dejó caer al suelo. Como pudo observar un embobado Rumpel, los senos de Cora seguían firmes y turgentes a pesar de su edad, y las ligeras arrugas de su piel eran opacadas por su vientre liso y firme, sus piernas de aspecto suave, y su vagina lampiña de aspecto tentador, exacta a como el Oscuro la recordaba. 

— ¿Qué, qué quieres de mí? —Rumpel había recuperado su voz de hombre— Yo sé que tú no me amas. 

— Mi cara está aquí arriba —susurró Cora, percatándose de que el Oscuro le miraba los senos. Abochornado, Rumpel levantó la vista—. Es cierto que no te amo, pero eras un amante increíble, y quiero volver a sentir tu oscuridad en mi interior. 

Rumpel dudó un instante y se le acercó con decisión, tomándola bruscamente del brazo y hablando una vez más como diablillo. 

— Espero por tu bien, queridita, que con la edad que tienes ahora sigas siendo capaz de tolerar el ritmo del Oscuro. 

— Y yo espero que no te desmayes ante el mío.

Rumpel abrazó a Cora con violencia y la besó apasionadamente en la boca, hundiéndole la lengua hasta la garganta y apretando sus viejas pero firmes nalgas. 

— Vieja zorra, sabía que lo lograrías —susurró complacida Maléfica, observándolos a través de su báculo. La Empetrariz del Mal, que tenía ojos en todas partes, no había tardado en saber que Rumpelstilsin había ayudado al Príncipe Encantador a despertar a Blancanieves. Maléfica no conocía los intereses del Oscuro, pero sospechaba que él iba a querer ayudar a los Encantadores de nuevo. La sonrisa de la bruja se ensanchó al ver que Cora se arrodillaba ante Rumpel, y que éste abría la boca y gemía con inmenso placer.

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David regresó a su casa, agotado de tanto hacer ejercicio, y sólo deseando darse una buena ducha y estar en compañía de su esposa, pero sólo estaba su hija. 

— ¡Hola, papá! —exclamó Emma felizmente, dispuesta a abrazarlo. Su padre la detuvo con cautela. 

— Mejor después de que me haya dado una ducha, estoy todo transpirado. 

— Eeeem —titubeó Emma—, no va a poder ser porque...

— Amor, no me dejaste toalla —Garfio acababa de salir del baño, completamente mojado y desnudo. El terror se dibujó en su cara y en la de Emma, mientras David se giraba con horror. 

— ¿PERO QUÉ HACES, DESGRACIADO? ¡DESNUDO DELANTE DE MI HIJA!

— ¡Ey, amigo, no es que nunca haya visto mi segundo garfio! —exclamó Killian enojado. 

— ¡COMO SI HUBIERA MUCHO PARA VER AHÍ! —gritó David, cada vez más enojado. 

— ¡PUES TU HIJA NO DICE LO MISMO!

— Bueno, bueno, basta, basta —interfirió Emma, parándose en el medio de los dos, e hizo aparecer una toalla negra con magia—. ¡Killian, ve al baño, sécate y vístete! —le ladró, mientras Killian se marchaba con rabia.

— ¡Y espero que te cambies la ropa para variar! —le gritó David desde lejos. 

— Lo siento mucho, papá, no debiste ver eso. —musitó su hija, abrazándolo. 

— ¿Pero qué se festeja hoy? ¿El Día de Asustar al Pastor? —exclamó David con sarcasmo— ¿Primero Henry y ahora este tipo?

— ¿Henry? ¿Qué hizo Henry? —inquirió Emma, sorprendida. 

— Nada, nada —David apoyó sus grandes manos en los hombros de su hija—. Por cierto, ¿dónde está él?

— Ya se lo llevó Regina. 

— ¿Y tu madre?

— Iba a volver ya con Neal, pero me llamó para avisar que se quedaba un rato más consolando a Bella, que aún está triste. 

David suspiró con decepción. Llevaba muchas horas del día sin ver a su esposa, y le hubiese encantado verla antes de salir a trabajar (era sábado y le tocaba cubrir el turno nocturno). 

— Dile a este tipo que nunca más salga desnudo del baño —le espetó a Emma—. Ya demasiadas emociones fuertes pasé en mi vida. 

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El Príncipe Encantador dormía profundamente en la cama de una habitación lúgubre y completamente negra, mientras la Emperatriz del Mal y la Reina Malvada lo observaban, de pie junto a él. 

— Es mucho más hermoso cuando duerme, ¿no crees, Regina? —comentó Maléfica sin dejar de mirar el apuesto y durmiente semblante del joven.

— Al menos así no dice cursilerías insufribles —replicó la Reina con desdén—. Y ahora explícame, ¿cómo hizo madre para poder distraer a Rumpelstilskin y evitar que nos moleste? Porque no acabo de entender esa parte. 

— Bah, detalles, detalles —respondió Maléfica quitándole importancia—, ahora te dejaré sola con tu juguete. Y no me des las gracias, no hace falta. 

— ¡Espera! —Regina tomó a la hechicera por el brazo— ¿Tanta ayuda generosa a cambio de nada? Es muy sospechoso. —Maléfica lanzó una carcajada burlona.

— Bueno, pensaba decírtelo cuando concluyera todo, pero quisiera que me prestes a tu hermoso cazador para que sea mi juguete de tanto en tanto. Y también al príncipe, cuando termines con él. Entre amigas no nos vamos a robar, ¿verdad? Hoy por ti, mañana por mí. 

Regina esbozó una ávida sonrisa. 

— Está bien, Mal, cuando todo esto termine, los dos serán tuyos. Prestados, no regalados. Y ahora vete, que el pastor se está despertando.

— Que lo disfrutes —mientras Maléfica desaparecía en su característica nube de llamaradas, Encantador comenzaba a abrir los ojos con desconcierto. La cabeza le dolía, y sólo recordaba haber estado con Caperucita y los enanitos en el medio del bosque, y haberse quedado dormido de repente.

— Buenos días, precioso —susurró la Reina Malvada en su oído. El príncipe profirió un grito de espanto y se levantó de golpe. 

— ¿Qué pasa aquí, dónde estoy? —tanteó en su cintura, buscando su espada, y el miedo comenzó a dibujarse en su cara al no encontrarla. 

— Para lo que te he traído, no es precisamente esa la espada que debes desenvainar —sonrió perversamente Regina, dando un paso hacia él y arrancándole violentamente el corazón. Encantador contemplaba con verdadero horror su corazón grande y completamente rojo. No le dio tiempo a reaccionar, que la malvada mujer ya estaba besándolo violentamente en la boca.

Para su propio horror, Encantador no se resistió, sino que no sólo le correspondió el beso sino que además abrió los labios y penetró su lengua en el interior de la boca de su enemiga. 

— ¿Qué…qué estoy haciendo? ¡Yo no quiero, no quiero! —exclamó horrorizado. No era difícil darse cuenta de que lo estaba controlando con su corazón, incluso sin necesidad de hablar. 

— No sabía que en la Escuela de Pastores aprendiste a besar tan rico y masculino —comentó Regina besándole el cuello—. Ahora eres mi mascota y harás todo lo que yo te diga —Se alejó un poco de él y le ordenó: —. ¡Desnúdate!

Lleno de ira y de espanto, el Príncipe Encantador comenzó a quitarse la ropa, ante los enormes ojos de una muy lujuriosa reina que reía complacida. 

********************************

Comenzaba a anochecer, y Mary Margaret arrullaba dulcemente a Neal en su departamento. Hacía muchas horas que no veía a su marido ni hablaba con él, y lamentaba que justamente los sábados patrullara en el turno de la noche. Tampoco es que hubieran estado juntos muchas veces desde que regresaron a Storybrooke, atacó la Bruja Malvada y nació su segundo bebé. Ya no recordaba la última noche que había tenido a David para ella sola.

Unos suaves golpes en la puerta la sacaron de sus pensamientos. Extrañada, ya que no esperaba visitas, Mary Margaret dejó a Neal en su cuna y fue a abrir la puerta. Era Ashley, y sostenía a Alexandra en brazos. 

— ¡Hola, Blanca! —la saludó con simpatía. Era una de los pocos que la llamaba por su verdadero nombre, ya su marido casi no lo hacía. 

— Ash…digo, Ella, ¡qué sorpresa! —la hizo pasar y le dio un beso en la mejilla— ¿Qué te trae por aquí?

— Me da un poco de vergüenza —Cenicienta se ruborizó ligeramente—. Con Thomas vamos a pasar una noche solos; vamos a ir a la posada de La Abuelita, para cambiar un poco de ambiente y no siempre en casa. Y necesito que me cuides a Alexandra.

— ¡Te felicito! —exclamó Mary Margaret— ¡Y qué casualidad, Emma y Garfio también están pasando la noche en la posada! Pero qué raro que me lo pidas a mí, y no a Bella. 

— Es que Bella también está en la posada, con Will. —explicó Ashley.

Mary Margaret no esperaba eso. ¡Hasta Bella la estaba pasando mejor que ella!

— Sí, sí, descuida, no hay problema —sonrió, tomando a Alex en sus brazos.

Golpearon la puerta nuevamente. Era Aurora, con el pequeño Felipe en brazos. 

— Hola, disculpa por molestarte, pero quería saber…

— Si puedo cuidar a Felipe Junior porque tú y Felipe se irán a la posada de La Abuelita para cambiar de ambiente y no hacerlo siempre en casa —recitó Mary Margaret. 

— ¿Cómo adivinaste? —se sorprendió Aurora, con una amplia sonrisa. 

— Simple intuición —respondió ella, tomando en brazos a Felipito con su brazo libre—. Vayan y diviértanse. 

Luego de una larga hora de cambiar pañales, calmar llantos y arrullar, Mary Margaret contempló a los tres bebitos acostados suavemente sobre su cama, y no pudo evitar sentir envidia por su hija y sus amigas. Todas, incluyendo a Bella, pasándola fenomenal con sus hombres, y ella sola. Bueno, Regina no estaba haciendo otra cosa que estar con Henry, pero ella no tenía ya un hombre. En cambio Mary Margaret sí, y últimamente era casi como si no lo tuviera.

Se miró fijamente en el espejo, y pensó con ironía “¡Miren a la mujer más hermosa del reino!”. Estaba gorda, caderona, barrigona, con papadas, se vestía como una vieja y no paraba de comer alimentos deliciosos pero nada saludables. Mientras que Ashley y Aurora, que también habían sido madres, eran dos figuras de escultura. Se deprimió ante la mujer que se reflejaba ante ella, y recordó, como en un pasado muy lejano, cuando era una heroína valiente, atlética y aguerrida, y cuando tenía fama de ser la más hermosa de todas. 

“Encantador sigue siendo tan hermoso como el primer día, y yo soy un asco”, pensó, mientras las primeras lágrimas de tristeza empañaban su rostro blanco como la nieve. 

****************************** 

Blancanieves comenzó a recuperar la consciencia lentamente, con la frente dolorida por la caída brusca. Abrió los ojos con espanto al darse cuenta de que estaba en un calabozo, y que junto a ella estaban Caperucita Roja y los Siete Enanitos. Ignoraba de qué calabozo se trataba, pero tenía claro que no estaba en el castillo de su padre, el Rey Leopold. Frente a los prisioneros había un enorme espejo circular. 

— ¡Por fin te despertaste, hermana! —comentó lúgubremente Gruñón. 

— ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estamos? —preguntó Blanca, desesperada. Ninguno lo sabía, pero estaban en la Montaña Prohibida. 

— Estábamos lo más tranquilos en el bosque, de repente nos dormimos, y cuando nos despertamos ya estábamos aquí —explicó Caperucita—. Alguien debe habernos hechizado.

— ¿Alguien? —preguntó la princesa con sarcasmo, mirando el espejo. — ¡Regina! ¡Sé que eres tú! ¡Muéstrate! —gritó. 

La Reina Malvada apareció del otro lado del espejo, riéndose con crueldad. 

— Blancanieves —siseó, con el acostumbrado odio y desprecio con el que solía pronunciar ese nombre—. El público ya está despierto desde hace rato, pero tenía que despertar la espectadora de honor para que pudiera comenzar la función.

— ¿Qué función? ¿Dónde está Encantador? —saltó, furiosa.

— Aquí estoy. 

Una voz masculina, muy grave y muy familiar había hablado. Todos los que estaban del otro lado del espejo contuvieron un grito de horror al ver al Príncipe Encantador, totalmente desnudo, parado junto a la Reina y mirándola con impresionante lujuria. Los ojos de Blancanieves se llenaron de dolor. 

— ¿PERO QUÉ ES ESTO? ¿QUÉ LE HAS HECHO?

— Esto, mi querido copo de nieve, es mi muy muy dulce venganza. No sé si los enanos pueden sufrir erecciones, pero espero que todos disfruten el show —exclamó la Reina Malvada antes de devorar los labios del desnudo hombre.

Encantador comenzó a besar a Regina con verdadera pasión, devorándole la garganta con su lengua y apretándole las nalgas con sus enormes manos, mientras ella gemía exageradamente y miraba a su audiencia. Con el corazón destrozado y Caperucita intentando taparle los ojos, Blancanieves imploraba.

— ¡Basta, Regina, no sigas! ¡Dèjalo en paz!

El Príncipe comenzó a desvestir a la Reina y a besarla cada vez con más pasión, mientras su novia seguía implorando.

— ¡ENCANTADOR! ¡NO, NO, NO!

Encantador masajeaba morbosamente los senos de Regina, que no dejaba de reír ni gemir. El rostro de Blancanieves era un mar de lágrimas, pero no era nada comparado con lo destrozado que estaba su enamorado corazón.

CONTINUARÁ…

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