Fan Fic: A long time ago 3

Tercer capítulo de este fic que tiene lugar en una tierra habitada por dioses y mortales y que ha sido escrito por nuestro seguidor Aquiel.

Chapter 3: You Can't Always Get What You Want

Hace mucho tiempo, en una época de mitos y leyendas, donde los vetustos dioses dominaban a la humanidad con su poder, en un mundo donde reinaba la magia…

El astro rey se aproximaba por el horizonte tiñendo de tonalidades de naranja y púrpura la arena, cualquiera que anduviera a esas horas por la costa del reino de Cólquida observaría una extraña escena acompañando a la salida del Sol. Se acercaba a la costa, viniendo del horizonte, un extraño animal alado, que a simple vista parecía un carnero dorado. Sobre su lomo venía montada una hermosa niña de unos doce años, también de cabellos dorados, en sus manos llevaba un cesto con una pequeña bebé.

La madre de las niñas, una poderosa hechicera, intentó enviarlas a un lugar seguro para evitarles que sufrieran los designios de una oscura maldición, sin embargo, la magia no es una ciencia exacta. Fueron a parar a un islote abandonado. Algún dios bondadoso se compadeció de ellas y les envió el carnero alado para que las rescatara, pero este, después de recorrer muchas leguas se tambaleaba en aire, cuando solo faltaban pocos metros para llegar a la orilla.

La niña estaba asustada y su hermanita lloraba mientras el carnero alado se tambaleaba en el aire. Un pescador, que había salido a pescar con las primeras luces del alba, observaba horrorizado la escena, esperaba ver en cualquier momento caer al carnero al agua y ver ahogarse al animal junto con su preciada carga.

Pero no querían los dioses que tan horrible suceso ocurriera, por fin el carnero llegó a la arena y cayó inerte sobre esta.

Entonces la niña tocó al inmóvil animal, la pequeñita desde su cesta puso también una de sus manitas sobre él. El pescador, que se acercaba corriendo, se impresionó más aun. Le pareció ver que la niña brillaba, siendo el destello aun mayor en la mano que tenía sobre el animal, transmitiendo la luz a este. Al llegar al lugar la luz se había extinguido, pensó que era un efecto óptico provocado por las primeras luces del sol, aunque le pareció que el animal muerto que tenía ante sí era de oro puro.

- ¿Estás bien pequeña? ¿Necesitas ayuda?

- ¿Pudiera prestarme su cuchillo, por favor?- dijo la pequeña con una voz angelical, lo cual desconcertó al anciano pescador, aunque le extendió la daga que llevaba en su cinturón para desollar pescado.

Entonces vio a la pequeña y débil niña comenzar a abrir el carnero dorado como si fuera el más robusto curtidor. Ante esta visión perdió el sentido.

Despertó ante unas manitas que lo tocaban.

- ¿Está usted bien, señor?

Primero vio ante sí todo nublado, cuando las nubes se difuminaron vio ante sí a la angelical niña de cabellos dorados y ojos celestiales, tenía su vestidito blanco manchado de sangre y hermoso collar en el cuello con un gran diamante, en una mano tenía el vellocino de oro del carnero y en la otra el cesto .con la bebé

- Por favor, lléveme ante quien gobierna este reino. Vengo a ofrecerle un precioso regalo mágico que protegerá este reino.

Al rey Eetes, de Colquida, le gustaba rodearse de criaturas y objetos mágicos. La magia era parte de su familia, aunque él no la había heredado, su hermana Circe sí, por lo cual suplía este defecto rodeándose de toda la magia que pudiera. Tenía un dragón cuidando su bosque consagrado al dios Ares, un par de toros que respiraban fuego, un ejército de guerreros surgido de los dientes de un dragón, una consejera capaz de predecir el futuro.

Su consejera llamada Casandra, quien otrora fuera una princesa en la caída Troya, le había predicho la llegada de dos niñas que poseían un gran poder, y que portaban un objeto, que a modo de amuleto podría proteger a un reino completo. Casandra le predijo además que este amuleto sería su bien más codiciado y que de perderlo perdería la paz junto con su ser más amado.

A la llegada de las niñas al vestíbulo real el rey dudaba que fueran los seres que le había predicho su consejera. Vio a una hermosa niña de cabellos dorados y ojos celestiales, vestida con un vestido blanco ensangrentado y un hermoso collar con un gran diamante en el cuello, portando un cesto con una pequeña recién nacida, en su otra mano llevaba un manto envolviendo algo. A su lado vio a la reina Idía suspirar, esta, grávida de su primer hijo se conmovía y lloraba con facilidad cuando veía pequeños recién nacidos.

- Dime pequeña, quien eres y que te trae a mi corte- dijo el rey engolando la voz, como hacen algunos cuando hablan con los niños. El collar que llevaba la niña le parecía conocido, aunque el que había visto antes tenía una piedra oscura y este tenía un diamante.

- Su majestad, somos princesas de un reino lejano, nuestros padres fueron asesinados por un usurpador, escapamos de casualidad del reino ayudadas por un animal mágico, un carnero alado enviado por el dios Poseidón para protegernos, este valiente animal murió al traernos a su reino, sin embargo, su sacrificio fue premiado convirtiendo su piel en un objeto mágico, capaz de proteger de cualquier mal al reino que lo posea- mientras decía esto la niña desenvolvía el manto dejando al descubierto algo tan brillante que opacó a todas las antorchas y a la luz solar que entraba por las ventanas.

El rey quedó deslumbrado a la vista del Vellocino de oro, contra su costumbre se bajó del trono y tomó la maravillosa piel en sus manos.

- Es maravilloso.

- Es una ofrenda para Su majestad. Deseamos pedirle asilo para mi hermana y para mí en su reino.

Ahora fue la reina quien habló.

- Por supuesto que le daremos asilo a pequeñas tan adorables- la reina bajo del trono y le tomó la mano a la niña- Tú serás mi doncella, hasta que alcances la mayoría de edad y encontremos a alguien digno de ser tu esposo y tu hermana será una buena compañera de juegos para mi hijo. ¿Cuáles son sus nombres?

- Mi nombre es Viviane - la pequeña pensó en la promesa que le hizo a su madre, debía ocultar su origen a todos, incluso al rey Eetes que era su tío. Mi hermana aun no tiene nombre, en nuestro reino tenemos la costumbre de ponerle los nombres a los niños cuando llevan algún tiempo de nacidos.

-       ...

17 años después

El príncipe Jasón, hijo del destronado y asesinado rey de Iolcos Esón, había sido separado de sus padres cuando era pequeño y fue puesto al cuidado del más extraño de los maestros. Su nombre era Filocteles y era un sátiro, un extraño animal con cuernos y patas de cabra. Este raro personaje enseñaba a sus alumnos a tocar el arpa, a curar enfermedades, a manejar la espada y el escudo, así como el arco.

Jasón había permanecido en la cueva de su maestro desde que era un pequeño de meses hasta que fue un joven alto y atlético de veinte años. Entonces decidió recuperar el trono de su padre, el cual había sido asesinado por su tío Pelias.

Entonces tomó un venablo en cada mano, se echó sobre los hombros una piel de leopardo, se puso unas sandalias que eran de su padre y se dirigió al reino de Iolcos a reclamar su corona. En el camino, ayudando a una anciana a cruzar un crecido río, perdió una de sus sandalias.

Con esa extraña indumentaria (una piel de leopardo y una sola sandalia) llegó al reino de Iolcos, en el momento en que Pelias estaba a punto de ofrecer un sacrificio, el rey era un hombre de aspecto austero con una fea cicatriz sobre el ojo izquierdo. Sobresaltándose el rey al ver al joven así vestido, y aún antes de reconocerle como su sobrino, pues un oráculo le había aconsejado que se cuidase del hombre calzado con una solo sandalia. Pretendiendo librarse de Jasón, pues confiaba que perecería en la empresa, Pelias le impuso la difícil tarea de conquistar el Vellocino de oro.

Jasón hizo una convocatoria para todos los héroes que desearan seguirle a la Cólquida en busca del Vellocino de oro, y tras reunir a los más valerosos de toda Grecia (entre los que se encontraban los gemelos Castor y Pólux; Orfeo, el mejor de los liróforos, de quien muchos comentaban que su toque de lira podía dormir a las más fieras bestias o neutralizar la magia; los dos hijos de Bóreas(el dios del viento del norte), quienes tenían alas sobre los hombros y en tiempo de calma podían solo soplando convocar la brisa fresca, al igual que su padre), emprendió el viaje en el navío Argos, cuyo nombre hace referencia al de su constructor. A partir de ese momento, los intrépidos expedicionarios recibieron la denominación de argonautas.

Después de múltiples aventuras llegó a Cólquida, el reino del rey Eetes, donde el Vellocino de oro estaba en un bosque consagrado a Ares, el dios de la guerra, custodiado por un poderoso dragón. 

El rey Eetes, al enterarse de la llegada de los argonautas, hizo llamar inmediatamente a Jasón. Era famoso por ser cruel y orgulloso, aunque recibió a Jasón con la más cortés y hospitalaria expresión. 

- ¡Bienvenido seas, valiente Jasón! ¿A qué debo el placer de encontrarte en mi corte?- preguntó el rey, aunque ya sabía su objetivo, su adivina Casandra le había anunciado la llegada del príncipe y su misión en Cólquida, también le recordó la profecía que le había hecho tanto tiempo atrás.

- Su majestad- dijo Jasón arrodillándose ante el rey- vengo a pedirle autorización para llevar a cabo la misión a la que vengo. El rey Pelias, asesino de mi padre y usurpador de su trono, se ha comprometido a renunciar a él si le llevo el Vellocino de Oro. El cual está colgado en un árbol aquí en Cólquida, humildemente pido su permiso para llevármelo.

El rey contrajo el rostro en un gesto de ira, que disimuló rápidamente, no le hacía mucha gracia que cincuenta de los más grandes guerreros de Grecia vinieran a llevarse su mayor tesoro, y si se guiaba por la profecía de Casandra, con él al ser que más quería. El cuál sería su preciosa hija, su adorada esposa Idía había muerto hacía unos años.

- ¿Sabe que debe cumplir algunas condiciones para poder llevarse el Vellocino?- dijo el rey mirando a Jasón severamente.

En ese momento un sexto sentido se activó en el joven Jasón. Sintió lo que normalmente sentimos cuando alguien está hablando de nosotros o nos está taladrando con la mirada. Buscó a la persona que lo estaba observando tan detenidamente y la encontró a la derecha del rey. En ese momento la conversación que tenía con el rey, de la cual dependía el destino de su reino pasó a un segundo plano, su atención fue robada por la hermosa joven que se encontraba junto al trono del rey y sus encantadores ojos, que no podía definir si eran verdes, azules o lilas, pero eran los más encantadores que había visto.

- He oído que está custodiado por un poderoso dragón- dijo Jasón, mientras discretamente observaba a la beldad. 

- Es verdad- dijo el rey- pero antes de tener el privilegio de ser devorado por el dragón deberás realizar otras tareas. Antes tendrás que domar mis dos toros de bronce, los cuales arrojan por la nariz un fuego tan poderoso que reduce a cenizas a quien se les acerca.

- Tendré que afrontar dicho peligro entonces- dijo Jasón tranquilamente.

- Después de domar los toros, tendrás que unirlos a un arado y arar el sagrado campo de Ares. Y solo después tendrás la posibilidad de enfrentarte con el dragón.

Cuando Jasón salió de la sala del trono la hermosa joven lo siguió. La princesa era una visión increíble, vestía una túnica blanca, con hojas de hiedra y piña doradas tejidas, su cintura estaba ceñida por un cinturón de oro, que representaba a un dragón. Sobre su cabellera portaba una corona de hojas de sauce. Sus ojos cambiantes como el tiempo lo observaban penetrantemente.

- Mi nombre es Medea, soy la hija del rey- dijo la joven y si hasta entonces había sido cautivado por sus cambiantes y penetrantes ojos y su hermoso cuerpo, ahora caía completamente rendido a sus pies al oír su encantadora voz-. Conozco ciertas artes que las otras princesas ignoran y si te fías de mí te ayudaré a domar a los toros, vencer al dragón y llevarte el Vellocino de Oro.

- Hermosa princesa, si me hicieras tal favor te lo agradecería toda la vida.

Jasón no podía apartar la vista de ella, sus ojos la devoraban como pudiera devorar un mendigo un manjar después de varios días sin comer. Lo que más lo cautivaba eran sus ojos, que a la luz cambiaban de color, estos aparentaban una inteligencia más antigua que la edad que aparentaba la joven. El príncipe al mirarlos sentía como si se hundiera en las profundidades del mar sin posibilidad de salvación.

- Princesa, además de bella pareces muy inteligente, pero para poder ayudarme en tan peligrosas tareas necesitarías magia. ¿Acaso eres una hechicera?

- Sí.-Medea sonrió-. No te dejes engañar por mi juventud y mi aparente inocencia. Soy una hechicera, entrenada por una de las encantadoras más antiguas y poderosas.

- ¿Entonces puedes ayudarme con el dragón y los toros de bronce y estómago de fuego?

- Para vencer a los toros con tu valor será suficiente, tu corazón debería enseñarte como domar a dichos animales. En cuanto al fuego que echan por la boca, esta pomada mágica impedirá que te quemes.

Le puso en la mano una cajita de oro y le explicó como untarse el perfumado ungüento. Así mismo, le dijo que se encontrara con ella a medianoche, explicándole el lugar en que la encontraría.

A la hora prevista se encontró con la hermosa princesa en la escalinata de mármol del palacio. Medea le hizo atravesar sigilosas calles hasta que se encontró en el establo real donde se encontraban los poderosos toros.

Esa noche había un cielo estrellado, la luna iluminaba a Jasón como habría iluminado a tantos héroes del pasado. Al ver a los poderosos monstruos Jasón sintió un poco de miedo.

- ¿Estás segura que tu ungüento es suficientemente poderoso para vencer su fuego?

- Si lo dudas, si tienes algo de miedo lo mejor que hacer es dirigirte a tu galera y abandonar Cólquida cuanto antes, pues no podrás vencer a los poderosos toros.

Pero Jasón sabía que no podía evadir su destino, aunque supiera que se convertiría en un pequeño bulto de cenizas no se volvería atrás. Al acercarse pudo observar las pequeñas llamaradas de fuego que emitían los animales al respirar. Pero de pronto estos despertaron y las llamaradas se acrecentaron, Jasón podía ver todo a su alrededor como si fuera pleno día. De pronto uno de los toros lanzó hacia él una intensa llamarada de fuego, un árbol seco que se encontraba a su lado quedó reducido a cenizas, pero Jasón apenas sintió las llamas con el ungüento que le había entregado Medea, aunque sus ropas quedaron reducidas a cenizas.

Uno de los toros arremetió hacia él, Jasón le puso adelante lo que quedaba de su capa roja y eso distrajo la atención del animal con lo que aprovechó Jasón para agarrarlo fuertemente con su mano derecha por los cuernos, al acercarse el otro lo esquivó y lo agarró por el rabo. De ese modo se deshizo el encantamiento y los toros se tranquilizaron. Quizás de ahí surgiera la famosa frase: “Agarrar los toros por los cuernos”

A partir de ahí no le fue difícil unir los toros al arado y comenzar a labrar el campo. Cuando la luna no había ocupado ya ni la cuarta parte del cielo ya el campo estaba labrado.

Al terminar de labrar el campo se dirigió hacia donde se encontraba la princesa Medea y esta sonrió al verlo acercarse.

- Ahora es que puedo observar bien su porte real, príncipe Jasón- dijo ella sonriendo maliciosamente.

Entonces Jasón comprendió a que se refería, su aspecto distaba mucho de ser el de un príncipe. Su cuerpo desnudo estaba cubierto de cenizas y tierra.

Jasón se acercó a ella aun más, la tomó la cintura y la atrajo hacia sí. A ella no pareció importarle que ensuciara sus regias vestiduras. La seda que ella usaba era tan fina que a él casi le pareció que su desnudo cuerpo tocaba la piel de ella. Entonces la besó, ella puso ambas manos sobre su pecho y lo empujó suavemente hacia atrás.

- Guarde su vigor para mañana, príncipe, a primera hora preséntese ante mi padre para informarle que ha cumplido la primera parte de tu tarea.

Siguiendo el consejo de Medea, Jasón se presentó muy temprano en el palacio. Al llegar frente al trono hizo una profunda reverencia.

- Príncipe Jasón, parece que pasó una mala noche por las ojeras terribles que tiene.-observó el rey-. Espero que haya meditado cuerdamente y haya decidido no ser reducido a cenizas domando mis toros de bronce.

- Con permiso de su majestad, ya ese trabajo está hecho, los toros están domados y unidos al yugo. Y ahora solicitó a su majestad el permiso para ir en busca del Vellocino de oro y marcharme a reconquistar mi reino.

Al oírlo el rey montó en cólera y comenzó a gritar; pues sabía que si Jasón había podido derrotar tan fácilmente a los toros de bronce también podría con el dragón. Así que, rompiendo su promesa, decidió prohibirle a Jasón ir a buscar del Vellocino de Oro.

- ¡Maldito seas Jasón!-le gritó el rey-. Estoy seguro que para vencer a los toros te ayudó mi traidora hija con su magia, en caso contrario no hubieras podido vencerlos. Si hubieras obrado lealmente hubieras sido reducido a cenizas por los toros. Te prohíbo, bajo pena de muerte, que sigas intentando conquistar el Vellocino de Oro.

Al decir esto los soldados reales apuntaron sus lanzas a Jasón y este salió lleno de ira del salón real. Cuando bajaba a toda prisa las escaleras del palacio, alguien lo llamó desde atrás de una columna indicándole que volviera a subir. Entonces vio detrás de la sombra de la columna, oculta, a la princesa Medea.

- Dime como te fue con mi regio padre. ¿Te va a entregar el Vellocino de oro?

- Todo lo contrario, me prohibió buscarlo bajo pena de muerte, mate o no al monstruo que lo custodia.

- Lo sé. Y sé también que si no despegas velas antes del próximo amanecer el rey mandará a quemar tu galera y matar a tus hombres y a ti. Pero cálmate, te ayudaré a conquistar el Vellocino de Oro. Te espero frente al bosque de Ares a medianoche.- diciendo esto la joven desapareció entre las sombras de la columna.

A la hora prevista Jasón se encontraba frente al frondoso bosque de encinas, estas eran tan frondosas que a través de ellas apenas pasaba la luz de la luna. Entonces vio acercarse a Medea a la luz de una antorcha, el fuego se reflejaba en sus mágicos ojos dándole una apariencia irreal.

- Vamos. – dijo Medea tomándole la mano, entonces se adentraron juntos en el sombrío bosque.

Al adentrarse en la oscuridad vio a cierta distancia algo que brillaba como el sol naciente del amanecer. En esa dirección era que se dirigían.

- ¿El Vellocino de oro?- preguntó.

- ¿Vienes a buscarlo de tan lejos y no lo reconoces?

Entonces, apresuró sus pasos hacia allá. Medea le tomó por una de sus manos.

- Espera. ¿Has olvidado quien lo guarda? 

Jasón recordó al dragón y desenvainó su espada.

- ¡Detente! No te das cuenta que no hubieras llegado hasta aquí de no ser por mí, mi magia lo podrá detener más fácilmente que tu espada.

El horrible dragón al parecer los había oído y se dirigió hacia ellos, buscándolos con sus amarillos ojos y silbando con su horrible lengua de serpiente. Entonces Medea, sacó de entre sus ropas una cajita de oro y al abrirla sacó unos polvos que lanzó sobre el dragón. Inmediatamente, dando un espantoso silbido y retorciéndose estruendosamente este cayó.

- Solo está dormido.- dijo Medea mostrando una maléfica sonrisa-. Estos animales en ciertas circunstancias pueden ser muy valiosos, no conviene matarlos. – diciendo esto le acarició la cabeza al dragón-¡Rápido, recoge el Vellocino y vámonos!

Jasón arrancó el Vellocino de oro del árbol y salió corriendo tomándola de la mano. Al salir del bosque se detuvo un momento.

- Ven conmigo a Iolcos y sé mi reina. Si te quedas tu padre girará toda su cólera hacia ti. – dijo tomándola de las manos.

Entonces la muchacha sonrió. Jasón se acercó a ella y la besó en los labios.

-       ...

La hermosa niña caminaba por los amplios jardines del palacio de Cólquida cargando a su pequeña hermana, su hermosura complementaba la belleza vegetal que la rodeaba. Caminaba por un camino rodeado de pequeños arbustos podados formando hermosas figuras, por doquier habían columnas rodeadas por enredaderas con flores rojas, dispersas se veían esculturas representando dioses olímpicos, en el medio del jardín había una fuente que tenía una representación de Eros, como un pequeño niño con alas de ángel, un arco en una de sus manos y una flecha en la otra.

La niña se sentó al borde de la fuente, mientras observaba una pareja de pajaritos que hacían su nido en la parte superior de una alta columna y cantaban armónicamente.

De pronto, ante sí apareció un humo negro y se manifestaron dos pequeños diablillos.

- Vaya, que te tenemos aquí, si son las pequeñas niñas que tanto ha buscado nuestro amo- dijo el más flaco de los dos.

- ¿Qué quieren de nosotras?- preguntó la niña asustada.

- Eso tendrás que preguntárselo a nuestro amo cuando te llevemos ante él.- diciendo esto los diablillos se acercaron a la niña, pero esta, hizo aparecer en sus manos una luz blanca y los diablillos se transformaron en estatuas de piedra. Muchos años después un escultor se fijó en esas feas esculturas de jardín y utilizó su modelo para decorar una iglesia.

Entonces la niña oyó un grito desde una de las habitaciones del palacio, miró hacia la ventana de la que provenía y corrió hacia allá. Comprendió que era el cuarto de la reina.

Al llegar junto a la puerta vio a los dos guardias que la custodiaban.

- Guardias. ¿Oyeron el grito de la reina de hace unos minutos?- preguntó la niña asustada.

- Es normal.- dijo uno de ellos sonriendo-. La reina está dando a luz.

- Déjenme pasar por favor.

Los guardias, conociendo que era la doncella de la reina, la dejaron entrar. 

Al entrar la escena que vio la entristeció, la reina lloraba abatida cargando una criatura muerta. La partera le pasaba las manos por la cabeza tratando de consolarla.

La niña se acercó a ella, la reina la vio acercarse mientras lloraba. Entonces Viviane comprendió lo que debía hacer, debía romper la promesa hecha a su madre por el bien de ambas, si los esbirros de Hades habían llegado hasta ella volverían a hacerlo.

- Su majestad, sé que es un momento difícil, pero necesito hablar con usted a solas.

La reina al oírla le alcanzó el bebé muerto a la partera y le indicó con un gesto que las dejara.

- Su majestad- dijo la niña al ver a la partera salir al balcón-. Los esbirros del usurpador que mató a nuestros padres nos han encontrado y ya no estaremos seguras en su reino. Debemos abandonar Cólquida. Aunque me gustaría proponerle algo, usted acaba de perder su bebé al nacer, el rey estará algún tiempo fuera por misiones diplomáticas, si usted adoptara a mi pequeña hermana como suya…

La reina la miraba sorprendida, había aprendido en poco tiempo a querer a su joven doncella, así como a su pequeña hermana. Ambas niñas, con su sola presencia, iluminaban cualquier habitación en la que se encontraban. De pronto, apareció una sonrisa en su enrojecido rostro.

- Mi querida niña.- dijo la reina acariciándole el rostro-. Desde que aparecieron en el salón real pidiendo asilo las amé como si fueran mías, por supuesto que adoptaré a tu hermana como si fuera mía, me ayudará a olvidar el dolor de mi pérdida. La única que sabe de la muerte del bebé es la comadrona y esta es de mi total confianza, para cuando el rey regrese no podrá definir el tiempo de nacimiento de la pequeña.

- Parece que la única forma de sobrevivir es separarnos.-dijo Viviane tristemente-. Yo deberé abandonar el castillo cuanto antes.

Entonces la reina volvió a llorar mientras acariciaba el rostro de la niña. La niña acompañó su llanto.

- ¿Ya decidiste un nombre para ella?- preguntó la reina.

La niña depositó a su hermana suavemente a un costado de la cama. Se quitó el collar que llevaba en el cuello y lo acercó a su hermana. Al hacer contacto con la blanca piel de la niña el diamante se transformó en una oscura piedra, entonces recordó las indicaciones de su madre.

- Su nombre es Ma…-entonces se interrumpió, ese nombre la condenaría a un oscuro destino, no, en las dulces manos de la reina su hermana crecería en la luz, no en la oscuridad, debía romper otra promesa hecha a su madre -. Su nombre es Medea.

Entonces, cuando la reina no estaba mirando, pinchó un dedo de su hermanita con una aguja y la gota de sangre que surgió la hizo caer dentro de la piedra del collar, que era hueca. Esto le permitiría encontrarla siempre.

…

Jasón entró al salón del trono de Iolcos con el Vellocino de Oro en sus manos, se encontraba seguido de Medea, los gemelos Cástor y Pólux, el músico Orfeo, con su lira en sus manos, así como la doncella guerrera Atalanta. Al llegar encontraron al rey Pelias cenando, su aparentemente siempre molesto rostro se veía más feo que nunca mientras devoraba un enorme pedazo de carne que tenía ante sí. Resaltaba la horrible cicatriz que tenía sobre su ojo izquierdo.

Jasón se dirigió hasta el trono y puso el Vellocino de Oro a sus pies, este resplandeció ante la luz de las antorchas que iluminaban la habitación.

- No es de mi gusto comer cuero de carnero, gracias. Mucho menos si este es de oro- dijo el rey mostrando una fea sonrisa.

- He aquí el Vellocino de Oro, vengo a que cumplas lo prometido y me entregues el trono y la corona que por derecho sanguíneo me corresponden.

Entonces el rey lanzó una horrible carcajada.

- De verdad creíste que renunciaría a mi trono. Ni por diez Vellocinos de oro te entregaría lo que con tanto esfuerzo conseguí y que ahora es derecho de mi hijo Acasto. Guardias.

Los soldados del rey desenvainaron sus espadas, Jason, Cástor y Pólux también lo hicieron. Atalanta apuntó al rey con su arco. Entonces fue Medea quien lanzó una carcajada.

- Parece un poco difícil que el príncipe Acasto se siente sobre ese trono. Aunque de cierta forma ahora se encuentra sobre él.- Medea mostraba una maliciosa sonrisa.

- ¿Qué quieres decir?- dijo el rey extrañado.

Con un gesto señaló el pedazo de carne que tenía el rey ante sí. El rey por un momento no comprendió, Jasón la miraba horrorizado sin atreverse a pronunciar palabra.

Entonces el rey comprendió y gritó abalanzándose hacia ella.

- ¡No puede ser maldito monstruo! Era solo un niño.

Entonces Medea sacó una varita de encina y con un movimiento los soldados se transformaron en piedra y el rey rodó por el suelo. Entonces Jasón y sus compañeros pudieron observar que lo que se debatía entre las regias ropas ya no era un hombre, sino un feo león de pelambre gris y melena y cola negra, este conservaba la fea cicatriz sobre el ojo izquierdo que tenía el rey.

- Ahora te destierro lo más lejos posible del reino de Iolcos.-dijo Medea-. Te destierro a Nemea.

En una nube de humo negra el león desapareció.

Jasón no podía apartar sus ojos de Medea, se había quedado sin palabras, los gemelos, Atalanta y Orfeo también la observaban.

- Aquí tienes el premio después de tantas hazañas heroicas, rey Jasón. Iolcos es nuestro.

Jasón al fin pudo articular palabra.

- ¿Qué has hecho Medea? Acasto era solo un niño, cómo pudiste hacer algo tan horrible.

- Hice lo que era necesario Jasón, evitando que ese cachorro en algún momento quisiera vengarse o reclamar el trono. He eliminado para ti la competencia, garantizándonos así un reinado feliz.

- Nunca compartiré el trono contigo, eres un monstruo.

- Lamentarás esas palabras chiquillo arrogante. No estarías aquí de no ser por mí.

En ese momento Orfeo comenzó a tocar la lira. Medea hizo un movimiento con su varita, pero sin ningún resultado, comprendió que la música había neutralizado su magia.

- Lamentarás esto Jasón. Pronto pagarás con sangre el haberme rechazado.- diciendo esto la muchacha abandonó la sala del trono dando un tirón a la puerta.

Por un momento los héroes se quedaron tan petrificados como las estatuas de los soldados, solamente Orfeo seguía tocando la lira como un autómata. Este último fue el que rompió el hielo.

- ¿Qué hacemos con ellos?- dijo señalando a los soldados de piedra.

Jasón también los miró, pero de pronto algo en una ventana atrajo su atención, en el cielo nocturno. Una estrella destellaba diferente a las demás, en cada segundo su brillo aumentaba para disminuir al instante.

Entonces algo comenzó a brillar dentro de la habitación, con un brillo tan intenso que los héroes tuvieron que cubrirse los ojos, era el Vellocino de oro. La luz pronto se extinguió, entonces pudieron observar que los soldados ya no eran de piedra, estos estaban inmóviles en el suelo.

Cástor se acercó a uno de ellos y le tomó el pulso.

- Están dormidos.

Jasón parecía no escuchar, seguía mirando al cielo, a la misteriosa estrella. Presentía que esta iluminaría su futuro. Pensó en todas las peripecias que había pasado para cumplir su objetivo, para conquistar su reino. ¿Sería esto suficiente? Había conquistado un reino, pensó en como su pueblo lo aclamó cuando entró victorioso a la ciudad con el Vellocino de oro, vieron a su rey, el que los liberaría de la tiranía de Pelias. Sin embargo, había perdido a la mujer que amaba, esta resultó ser un monstruo corrompido por la magia. ¿Había alcanzado todo cuanto había deseado?

Moraleja:

Un príncipe cruza tierras y mares,

Combate grandes monstruos y reinos,

Para encontrar justicia para su padre

Y reconquistar su reino,

Al final lo logra,

Pero pierde a la mujer que amaba.

No siempre alcanzar todo lo que quieres,

Pero no debes dejar de intentarlo,

Con todas las fuerzas de tu mente y corazón.

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