Fan Fic: A long time ago 4

Nos adentramos en el complejo y sombrío laberinto creado por Dédalo junto al héroe Teseo que será guiado por una misteriosa mujer de rojo en el cuarto capítulo de este fic mitológico que nos trae nuestro seguidor Aquiel.

Chapter 4: Lady in red

Hace mucho tiempo, en una época de mitos y leyendas, donde los vetustos dioses dominaban a la humanidad con su poder, en un mundo donde reinaba la magia…

Había una vez un joven rey que gobernaba el reino más poderoso de su tiempo, sin embargo, a pesar de tanto poder no podía dormir tranquilo. Tenía múltiples hermanos y sobrinos que codiciaban su trono y él no tenía hijos que lo sucedieran. Después de dos matrimonios sin amor e infértiles el rey cada vez temía más que su parentela lo atacara para tomar lo que por derecho era suyo.

Un día, cuando venía de un largo viaje, se detuvo en un hermoso reino, al pie de una elevada montaña. Quien reinaba esa ciudad, reconociéndolo y queriendo incrementar las relaciones, realizó una gran fiesta en su nombre. Nuestro rey tomó más vino que el que su cuerpo podía aguantar, pero no fue este el que realmente lo embriagó sino la belleza de la hija del rey.

Esa noche, mientras dormía, se le apareció una hermosa mujer de cabellos dorados cuya piel desprendía cierto destello, esta le dijo que en este reino tendría lo que tanto había buscado, pero no podría conservarlo, pues en su país le perseguirían grandes peligros, tenía que esperar a que fuera hasta él.

Despertó en brazos de la hermosa princesa. Entonces comprendió su sueño. Tendría el hijo que tanto había deseado, pero no podía llevarlo a su país, pues sus hermanos y sobrinos intentarían asesinarlo por la sucesión.

Deseaba con todas las fuerzas de su corazón llevar a su reino a la bella princesa, de la cual se había enamorado, que le daría además el heredero que tanto había deseado, pero sabía que no podía hacerlo. En su reino correría un grave peligro.

Fue hasta una gran piedra que se encontraba en el jardín del palacio y allí clavó su espada. Le dijo a la princesa que tendría un hijo, pero este no podría juntarse con su padre hasta que no sacara la espada de la piedra, entonces partió tratando de no volver la vista atrás.

Nació el niño y lo llamaron Teseo, su madre desde pequeñito lo llevaba a menudo al jardín del palacio, ambos se sentaban en una enorme roca cubierta de musgo, en cuyo centro había una espada encajada, a la cual la hiedra también la cubría.

- Mamá, vuélveme a contar sobre mi padre.- preguntaba el chiquillo.

A la princesa Etra se le llenaban los ojos de lágrimas cuando su hijo le hacía esa pregunta.

- Mi querido niño.- le decía mientras le acariciaba la cabeza.-Tu padre como te he dicho tantas veces es el rey Egeo, rey de Atenas, considerada por muchos la ciudad más fabulosa del mundo.

- ¿Y es un gran héroe?

- Sí, pequeño, lo es. Cuando joven liberó a su reino de una cruel tiranía que lo asolaba.

- Madre querida. ¿Por qué no puede venir a vivir con nosotros?

- Teseo, un monarca debe cuidar a su pueblo. Sus súbditos son de cierta forma sus hijos; no puede gastar su tiempo con hijos propios como otros padres. Grandes peligros rodean a su reino, por lo cual nunca puede salir de este.

- ¿Por qué no puedo ir yo a conocerlo? Iría a la fabulosa ciudad de Atenas y le diría: ¡Aquí está tu hijo! 

- Algún día, mi pequeño. Aún no eres lo suficiente grande y fuerte para emprender ese viaje.

- ¿Cuándo lo seré?

- Cuando puedas sacar de esta piedra donde estamos sentados la espada de tu padre.

Entonces el pequeño, a pesar de ser un chiquillo flaco, se levantaba con la seguridad del hombre más fuerte del mundo. Apoyaba uno de sus pies sobre la roca y con ambas manos tiraba de la espada hasta perder el aliento, sin conseguir que esta se moviera ni un milímetro. Terminaba rojo, sudoroso y respirando agitadamente.

Su madre lo miraba tristemente, sintiendo pena al verlo tan pequeño y ya con deseos de ser un gran héroe.

- Ya lo ves que aún no es el momento, mi adorado Teseo.- decía mientras lo abrazaba-. Cuando logres sacar esa espada de la piedra te prometo que te dejaré ir a reunirte con tu padre en Atenas.

Pasó el tiempo, cada vez que se sentaban en el jardín el muchacho le preguntaba a su madre si ya había llegado el momento de conocer a su padre, ella le respondía de la misma forma. Entonces el guapo chiquillo intentaba una vez más sacar la espada de la piedra sin resultados.

Cualquiera que observara la espada podría decir que esta formaba parte de la piedra, incluso parecía haberse hundido más en esta. El musgo era cada vez más espeso, las hojas de los árboles cubrían la roca y helechos y enredaderas habían crecido en su base. Junto al musgo, en la piedra, había nacido una planta parasita de pequeñas florecitas amarillas, por lo que la otrora blanca roca presentaba una hermosa combinación de los dos colores.

A los diecisiete años Teseo era un joven muy alto y fuerte. Veía cada vez más cerca el momento en que podría sacar la espada de su padre de la roca, entonces podría al fin conocerlo. Por lo que no dejaba de intentarlo.

Un hermoso día de primavera, en el cual el jardín estaba lleno de flores y los árboles del jardín estaban tan frondosos que apenas dejaban pasar la luz del sol, Teseo decidió realizar otro intento. Tanto la roca como la espada estaban cubiertas de musgo, un vestigio de luz solar atravesaba ese punto cayendo sobre la espada, haciendo relucir su empuñadura dorada.

Teseo apoyó fuertemente un pie sobre la roca y el otro en el suelo, mientras con ambas manos tomaba la empuñadura de la espada que se le resbalaba por el musgo húmedo por el rocío. Su madre lo miraba con mirada triste, presintiendo que pronto llegaría el momento en que tendría que separarse de su hijo.

En un primer intento lo que logró fue que sus manos se fueran de lugar por la humedad, para el segundo se cubrió las manos del polvo para garantizarle una mejor sujeción. Entonces gritó:

- Madre mira, creo que se ha movido.

La madre miró incrédula, le pareció que algunas de las florecitas blancas que estaban en la base de la espada se habían desprendido.

Entonces realizó el tercer intento. Los músculos de sus brazos se tensaron, toda su piel se veía enrojecida por el esfuerzo, desde su labio corrió una gota de sangre pues al parecer se lo había mordido. En ese momento la princesa Etra pudo observar como la espada se iba deslizando poco a poco y cada vez era mayor el pedazo que se veía afuera, el musgo y las florecitas amarillas iban cayendo mientras salía la espada. 

Cuando logró extraer la espada completa Teseo la alzó al cielo, en ese momento el viento movió las ramas de los árboles y la luz iluminó de lleno la espada, que a pesar de sus años enterrada no tenía óxido. El dorado de la empuñadura y el plateado de la base relucieron, dándole al despeinado y sudado muchacho la apariencia de un dios.

- Ha llegado el momento hijo, te doy mi bendición para que vayas con tu padre.- diciendo esto le tomó una de sus manos, la llevó a sus labios y la besó, la mano de Teseo se mojó de las lagrimas que rodaban por el rostro de su madre.

- Ven conmigo madre.- dijo el muchacho también llorando.

- No puedo, debo cuidar de tu anciano abuelo.

- Te prometo que algún día vendré por ti.- diciendo esto soltó la espada y abrazó a su madre.

…

Teseo deseó llegar a Atenas por el camino terrestre, conociendo todos los peligros que este abrigaba, pues deseaba ser un gran héroe cuyas hazañas se contaran durante siglos. En el camino venció a varios malhechores, así como a varios monstruos como a la cerda de Cromión.

Al llegar a Atenas se sorprendió ante sus magníficas construcciones y riquezas en general. Sin embargo, notó algo extraño nada más llegar, una enorme tristeza embargaba a sus pobladores. No escuchó en ninguna parte música ni ningún síntoma de alegría, todo lo contrario en algunas casas vio familias enteras llorando. 

Sin embargo, su fama lo precedía. En todos los lugares oía relatar sus hazañas, escuchaba a los habitantes hablar de las aventuras de un gran héroe que viajaba por los caminos librando a las ciudades por las que pasaba de delincuentes y monstruos que las habían asolado durante años. Esperaban que este apareciera y librara a Atenas de un gran mal que la embargaba, pero no pudo especificar por las conversaciones de los atenienses cual era ese mal. Prudentemente no se identificó como el héroe del que todos hablaban, deseaba conocer antes que ocurría en el reino.

Se presentó ante el palacio real y solicitó una audiencia con el rey sin identificarse, por una parte para conocer en qué tipo de camino pedregoso caminaba, y por otro lado esperaba que su padre lo reconociera por su parecido con su madre y con él mismo.

Al ser recibido en el salón del trono pudo observar dos tronos, uno ocupado por un anciano y el otro por una linda jovencita aparentemente de su edad. ¿Acaso tendría una hermana y no lo sabía? Al estar frente a los tronos reales se arrodilló humildemente ante el rey.

- ¿Quién eres, extranjero? ¿En qué te puedo ayudar como rey de Atenas?- preguntó el anciano.

Entonces la emoción embargó a Teseo, de pronto se quedó sin palabras. Una terrible agitación lo embargaba. Las palabras se atragantaron en su garganta, sus manos temblaban y las lágrimas se agolparon en sus ojos sin que pudiera detenerlas.

- Su majestad, vengo de una tierra muy lejana. Por lo que he podido observar algún mal embarga a su reino, pongo mi espada a su servicio para lo que necesite.- diciendo esto desenvainó la espada y la puso ante sí.

El rey lo miraba sorprendido, no comprendía que emoción embargaba a ese joven, que hablaba de esa forma tan atropellada. Entonces, dirigió su vista a la espada y sus manos comenzaron a temblar de tal forma que se le cayó el centro.

- ¡Esa espada!- exclamó el rey-. ¿Como la conseguiste?

- Es la espada de mi padre- respondió Teseo con voz cortada- Mi madre me contó su historia cuando era un niño. Él me la dejó clavada en una piedra y no hace más de un mes que fui lo suficientemente fuerte para sacarla y salí a buscar a mi padre.

- ¡Mi hijo!- el rey casi saltó del trono hasta los brazos de Teseo, fundiéndose en un abrazo-. Tienes los ojos de tu madre.

El abrazo duró cierto tiempo, mientras padres e hijo lloraban de emoción. Entonces Teseo sintió que unos ojos lo taladraban en alguna parte de la habitación, dirigió la vista hacia la hermosa joven que estaba sentada en el trono izquierdo. Al ver la dirección de su vista el rey Egeo dijo:

- Tengo que presentarte a alguien.- diciendo esto tomó de la mano a su hijo y se dirigió hacia el trono-. Esta joven es una princesa que tuvo que huir de su reino por un terrible tirano. La acogí en mi ciudad como protegida y a pesar de la diferencia de edad el amor surgió entre nosotros y nos casamos. Su nombre es Medea.

La joven se levantó del trono y le tendió la mano a Teseo, él sin embargo no podía dejar de mirarla a los ojos. Veía en estos una especie de malicia, algo que no había visto nunca y no podía definir.

- Es un placer conocerlo, príncipe Teseo.- dijo Medea-. Su fama lo precede, usted debe ser el héroe que ha librado a los caminos de varios asaltantes y monstruos. Qué lástima que no pueda ayudarnos con la terrible calamidad que ahora nos agobia.

- ¿Qué ocurre? - preguntó Teseo intrigado-. Desde que llegue a la ciudad he visto tristeza en los ojos de todos sus habitantes, pero no he podido averiguar la razón.

- ¡Hijo mío!-dijo el rey suspirando- He esperado muchos años para tenerte frente a mí como ahora, para sentirme orgulloso de ver que eres todo un hombre y más que eso un valiente héroe. Sin embargo, apareces durante el día más triste para nuestro reino. Es el día en el que cada tres años echamos a suerte para saber, entre los jóvenes y doncellas de Atenas, cuales serán devorados por el Minotauro.

El rey Egeo le contó entristecido a que se debía tan terrible sacrificio. Hacía varios años hubo una guerra entre Atenas y la isla de Creta, en la cual se vieron derrotados los atenienses y se vieron obligados a pedir la paz. Pero el rey Minos, el cruel gobernante de Creta, exigió como condición que cada tres años los perdedores les debían entregar a los vencedores siete mancebos y siete doncellas para ser devorados por el Minotauro. Este era un monstruo horrible, mitad hombre y mitad toro. Minos le había ordenado construir un laberinto, para albergar a dicho animal, a Dédalo, el arquitecto más grande de su tiempo. Se dice que dicho laberinto era tan intrincado que quien entraba le era casi imposible encontrar la salida, el propio constructor se perdió dentro de este.

Cuando llegó Teseo a Atenas correspondía el tercer sacrificio.

Teseo no pudo contener su indignación al oír tal historia.

- Padre, este año solamente echen a suerte seis muchachos en vez de siete. ¡Yo seré el séptimo! ¡A ver si puede devorarme el tal Minotauro!

- ¡No hijo!-gritó el rey llorando casi fuera de sí-. Eres mi hijo, el sucesor al trono de Atenas, lo que te pone por encima del resto de la población. Tu deber es en un futuro gobernar y dirigir a tu pueblo hacia un destino mejor, después de tantos años esperando para conocerte no puedo permitir perderte de esta horrible forma.

- ¡Padre, por ser el príncipe real mi deber es proteger a mi pueblo, liderarlo y seguir su mismo destino en las buenas y en las malas! ¡Por ser tu heredero legítimo tomo sobre mí la calamidad de tus súbditos!- mientras decía esto el príncipe parecía más altivo, más valiente y más fuerte que nunca; su voz denotaba una emoción divina-.Tú como rey de Atenas y protector de todos sus ciudadanos, debes ser capaz de sacrificar lo que más amas antes de que el más pobre ciudadano sufra algún daño. 

El rey lloraba, pero no dijo nada más, se veía a sí mismo cuando tenía la edad de Teseo, con grandes sueños y deseos de aventura, deseando ser un héroe inmortal. Entonces abrazó fuertemente a su hijo, grandes lágrimas corrían por los ojos de ambos. Solamente había alguien en la habitación que no estaba triste, si alguien hubiera mirado a Medea en ese momento hubiera observado una sonrisa y un destello de alegría en sus ojos.

Pasó el triste día, fueron seleccionados los otros seis jóvenes y siete muchachas. Pronto fue preparado el navío con velas negras y los catorce jóvenes estuvieron listos para embarcar. Una multitud afligida los acompañó hasta la orilla. Allí estaba el anciano rey, apoyado en el brazo de su hijo, su rostro reflejaba el dolor de todo su pueblo.

- Hijo,-dijo tomando las manos del muchacho- esperé mucho para poder conocerte, cuanto deseé poder estar contigo cuando aprendieras a caminar, cuando dieras tus primeros pasos. Deseaba enseñarte a montar caballos, entrenarte con el arco y con la espada; deseaba ser tu consejero cuando encontrarás el primer amor. Sin embargo, después de tantos años te tengo junto a mí para perderte. Por la tristeza que me embarga a mí y a todo el pueblo de Atenas fueron colocadas velas negras en la embarcación que te llevará hasta la isla de Creta. Todos los días subiré al acantilado más alto para ver si alguna vela aparece por el horizonte. Si logras vencer al Minotauro al regresar cambia las velas negras por velas blancas, entonces yo, y todo el pueblo de Atenas sabremos que vuelves victorioso y te recibiremos con la alegría de toda una ciudad. Prométeme que no lo olvidarás.

- Te lo prometo, padre. – diciendo esto el muchacho abrazó a su padre.

…

Era la primera noche de viaje, mientras todos dormían Teseo se encontraba en la proa de la embarcación mirando el cielo. Una hermosa luna llena y múltiples estrellas iluminaban el despejado cielo nocturno. Su luz se reflejaba en el mar. Corría una suave brisa que apenas movía las velas.

Teseo se arrodilló, puso sus manos en posición de rezar y murmuró:

- Poderosos dioses, ayúdenme en la difícil empresa que me espera. Les agradezco cualquier consejo o ayuda que me puedan brindar.

Entonces sintió una especie de calor y vio una luz que provenía de sus espaldas. Al volverse vio a un muchacho aparentemente de su edad, con un par de enormes alas de cisne. Su piel desprendía un ligero resplandor, común en todos los dioses, en sus manos llevaba un arco.

- Solicitaste ayuda y aquí estoy para ofrecerte mis humildes servicios. Soy Eros, el dios del amor- dijo el muchacho alado.

Teseo no podía contener la sorpresa, había oído muchas historias de dioses pero nunca había visto uno ante sí. Y el muchacho que tenía ante sí no parecía un ser tan imponente y poderoso precisamente.

- ¿El dios del amor?- fue lo que atinó a decir incrédulo.

- El amor es la fuerza más poderosa de la naturaleza, hombres y dioses terminan siendo cautivados y sucumbiendo ante su poder- dijo el dios.

Entonces tomó una flecha dorada del arco que tenía a sus espaldas, la montó en el arco y la disparó al mar. Teseo observó donde cayó la flecha, en ese lugar apareció una iluminación y en esta se pudo observar una bella muchacha de ojos y cabellos oscuros, portaba una túnica roja que contrastaba con su piel tostada por el sol.

- Ahí tienes la respuesta que buscas, a veces el corazón de una mujer enamorada es más poderoso que la más cruel bestia. Ella te ayudará a llevar a un final feliz tu aventura.

Teseo no lo comprendía, no entendía como una frágil muchacha podría ayudarlo contra una terrible bestia, pero pensó que en el camino aparecerían las respuestas que buscaba.

- Solamente un consejo, Teseo. Ten cuidado en quien confías, a quien entregas tu corazón, a veces la belleza es la mejor máscara para un monstruo.

Diciendo esto despegó sus alas hacia el horizonte, dejando a Teseo pensando si había soñado todo lo que acaba de pasar.

…

A los pocos días llegaron a la isla de Creta. Apenas desembarcaron una patrulla del rey Minos se apoderó de los catorce jóvenes. Rodeado de soldados armados, Teseo y sus compañeros fueron conducidos al palacio real y llevados ante la presencia del frío soberano. Este era un hombre austero y cruel. Nada más estuvieron ante su presencia dirigió una implacable mirada a las víctimas atenienses.

Uno tras otro hizo traer ante su presencia a las pobres víctimas, los cuales temblaban de terror. El rey los observaba para ver si estaban lo suficientemente gordos para alimentar al monstruo y después los despedía dándoles una señal a los soldados para que se los llevaran. El último era Teseo y el rey se sorprendió al verlo tan tranquilo y observar la altivez con que lo miraba.

- Muchacho.-preguntó el rey-. ¿No te asusta ser devorado por el Minotauro?

- Rey Minos. ¿A usted no le espanta sacrificar cada año catorce jóvenes inocentes en la flor de la vida? ¿Malvado rey, no tiembla al observar la oscuridad de su propio corazón? A pesar de las nobles vestiduras, la corona y el cetro de oro, el majestuoso trono de mármol eres un monstruo peor que el Minotauro.

- ¿Así que te parezco un monstruo peor que el Minotauro? – dijo el rey riéndose- Mañana tendrás la posibilidad de comprobarlo, pues serás el primero en ser parte de su desayuno. ¡Guardias, llévenselo!

Entonces dos musculosos soldados tomaron a Teseo por ambos brazos para sacarlo de la habitación. En ese momento la vio, al lado del rey, la bella muchacha que había visto en el reflejo, en persona era mucho más hermosa. Ella también lo miraba con ojos tristes. Una lágrima corría por estos. En medio del dolor de saber que al día siguiente sería devorado por un terrible monstruo una emoción desconocida invadió al muchacho, llegó de improviso, cual si hubiera sido alcanzado por un rayo.

Los prisioneros fueron llevados al calabozo inmediatamente. Los compañeros de viaje de Teseo llorando de pena se durmieron. Teseo no durmió. Pensaba la responsabilidad entre sus manos, en su mente cavilaba de qué forma podría enfrentar a la terrible bestia y salvar a sus compañeros y a su reino de tan cruel tributo. Impaciente recorría el calabozo de un extremo a otro. A veces pensaba en la bella princesa y en las palabras de Eros, será que tendría alguna ayuda inesperada.

Poco antes de medianoche se abrió la puerta del calabozo y ante Teseo apareció la princesa con una antorcha en la mano.

- ¿Está despierto príncipe Teseo?- preguntó la muchacha.

Ante él vio a la muchacha más bella que nunca, la luz de la antorcha alumbraba su tostado rostro, sus oscuros cabellos caían sobre sus hombros y sus ojos tenían un brillo indescriptible. Vestía la túnica roja que había visto en el reflejo con una capa del mismo color a sus espaldas, en ambas muñecas portaba brazaletes de plata.

- ¿Quién eres?- preguntó Teseo.

- Mi nombre es Ariadna, soy la hija del rey Minos. Sígueme sin hacer ruido.

En su camino Teseo no encontró a ninguno de los guardias. Atravesaron varias puertas y de pronto se encontraron los dos jóvenes bajo la estrellada noche.

- Teseo, súbete a tu barco y escapa hacia Atenas lo antes posible- dijo la joven.

- No, no traicionaré a mis compañeros. Nunca saldré de Creta hasta después de matar al Minotauro, liberar a mis compañeros y Atenas de tan cruel tributo. 

- Sabía que responderías eso. Ven conmigo.

De entre unos arbustos Ariadna sacó una espada de empuñadura dorada.

- Esta es la espada que los soldados te quitaron, espero que la sepas usar bien.

Entonces atravesaron un oscuro bosque, donde las ramas de los árboles eran tan espesas que no permitían atravesar la luz de la luna y las estrellas. Después de caminar un rato en la oscuridad se encontraron frente a un muro de mármol, por la pared del cual subían verdes enredaderas. El bloque de mármol parecía completamente sólido, pero Ariadna tocó en un lugar específico y una abertura apareció ante ellos. Entraron y el muro volvió a cerrarse.

- Estamos dentro del laberinto donde habita el peligroso Minotauro, si nos alejamos un poco de la entrada nos podemos perder y pasar el resto de nuestra vida dentro de él. Lo construyó el famoso arquitecto Dédalo, bajo órdenes de mi padre, se dice que el mismo se perdió aquí dentro y apenas pudo encontrar la salida. Hace unos años construyó unas alas para su hijo y para él y huyó de Creta, no sé adónde habrá ido a parar. El Minotauro vive en el mismo centro del laberinto, sigue sus rugidos y lo encontrarás.

- ¿Y cómo lo encontraré si me perderé en el laberinto como dices?- dijo Teseo preocupado.

- Toma el cabo de este cordón y yo tomaré el otro y te esperaré aquí.- dijo Ariadna, en ese momento se escuchó un terrible rugido.- Ese es el Minotauro, recuerda, sigue esa voz y tarde o temprano lo encontrarás. Si vences el cordón te traerá de regreso. ¡Adiós valiente príncipe!

Entonces puso la mano que sostenía el cordón en el pecho de Teseo, notando lo agitado que estaba. En su inocente mente solo se le ocurrió una forma de tranquilizarlo, atrajo sus labios hacia ella y lo besó.

- Regresa a mí, Teseo.

Entonces Teseo, con el cordón de seda en la mano izquierda y la espada en la derecha se adentró en el intrincado laberinto, perdiendo de vista inmediatamente a la joven.

Mientras más avanzaba más cerca sentía el rugido del Minotauro, que era una mezcla entre el bramido de un toro y la voz de un hombre. Por los tirones que cada rato sentía en el cordón podía sentir que Ariadna lo apoyaba en cada momento, podía incluso sentir algo más fuerte, a veces sentía que el hilo vibraba al ritmo del corazón de la valiente muchacha.

Entonces llegó al centro del laberinto y ante él apareció la terrible criatura. Era un monstruo horrible, con cabeza y cuernos de toro y cuerpo humano. Su apariencia era horrible. En ese momento sintió un tironcito del cordón y su valor aumentó, sentía que sus fuerzas aumentaban, como si el amor de la muchacha fuera suficiente para eliminar todos sus miedos y que adquiriera la fuerza necesaria para enfrentar su destino.

El Minotauro lo vio y se abalanzó hacia él. Comprendió que necesitaría todo su valor para vencer a la terrible bestia. Entonces comenzó la lucha más encarnizada que se pudiera imaginar. En el primer salto del Minotauro Teseo se apartó y el monstruo se partió un cuerno contra la pared de mármol. Después de lo cual bramó de forma terrible. En ese momento Teseo sintió un tirón del cordón más fuerte que antes, le pareció escuchar un grito de mujer. ¿Pensaría Ariadna que el Minotauro lo había matado? Dio a su vez el un tirón al cordón para tranquilizar a la muchacha.

Ambos contendientes volvieron a lanzarse uno contra el otro, uno con la espada y el otro con el cuerno. El Minotauro hirió a Teseo por un costado y este cayó al suelo. Entonces, el monstruo, pensando que había matado al muchacho, comenzó a dar saltos de alegría. Pero Teseo, aprovechando su distracción arremetió contra él con la espada, dándole tan fuerte en el cuello que le cortó la cabeza la cual cayó a varios metros de él, mientras el cuerpo caía desplomado.

Teseo recogió la cabeza del monstruo y comenzó a seguir la cuerda para volverse a encontrar con Ariadna, estaba ansioso por volver a verla y compartir con ella su victoria.

Después de recorrer el camino de regreso se encontró ante la muchacha, la notó algo diferente, quizás sentía un terrible temor de que el monstruo lo devorara y ahora lo veía bien ante ella lo cual había cambiado su faz.

- Has derrotado al monstruo- dijo la muchacha mientras se abalanzaba a sus brazos.

Teseo soltó la espada y la cabeza del Minotauro que tenía en sus manos. En los brazos de la muchacha se sentía como si estuviera en casa, como si toda su existencia lo hubiera conducido a ese momento. Pensó en Eros y comprendió que tenía razón cuando decía que la fuerza más poderosa era el amor. Pues la admiración que sentía por la joven capaz de traicionar a su padre y a su reino por compasión se convertía en amor. Entonces la besó en los labios, el segundo beso le pareció algo diferente al primero, de seguro por la tensión que lo embargaba en el momento antes de enfrentar al Minotauro.

- Gracias a ti, querida Ariadna, de no ser por ti no hubiera vencido al monstruo.

- Entonces tenemos que buscar a tus compañeros, pues si mi padre te encuentra querrá vengar al Minotauro.

- Querida doncella, una vez que rescate a mis compañeros tú vendrás con nosotros. Eres demasiado buena para un ser tan cruel como el rey Minos, no puedo imaginar lo que te haga cuando sepa que lo has traicionado. Y yo, desde que te vi estoy completamente enamorado, no puedo imaginar el resto de mi vida sin ti.

- Pero Teseo… - decía la princesa mirándolo con ojos incrédulos y apasionados.

Pero él no la dejó terminar, volvieron a fundirse en un apasionado beso, donde solo importaba el presente, el rey Minos, el monstruo muerto y el destino que tenían por delante no importaba.

…

Como cada día el anciano rey Egeo subía al más alto acantilado, esperando el regreso del barco que se había llevado a su hijo. Un día subió poco antes del amanecer y pudo observar a la luz de las estrellas que las velas eran negras como las alas de un cuervo, pensó al verlas que su hijo había muerto y no pudo resistir el dolor que lo embargó, lanzó su cetro y corona al mar y detrás se lanzó él, ahogándose inmediatamente.

No podía saber que Teseo y sus compañeros venían victoriosos, que quizás por la alegría de regresar vivos a su patria y de haber vencido a la terrible calamidad que la consumía, quizás por ser jóvenes e inmaduros o por algo más habían olvidado cambiar las velas negras.

Medea pudo observar, oculta entre unos árboles, cuando el rey se lanzó por el acantilado, vio el barco que se acercaba y comprendió lo que esto significa. Entonces sonrió.

- Ahora con el rey y su cachorro muertos, seré la legítima reina de Atenas, la ciudad más poderosa del mundo- se dijo.- Junto a mi magia tendré poder real, con el cual podré vengarme de los que se han atravesado en mi camino.

Miró hacia el cielo, la estrella del amanecer destellaba de un modo extraño. Medea pensó que quizás, como mismo los humanos miramos al cielo, este nos observa a nosotros.

Tenía razón, sobre la bóveda celeste se encontraba el reino de las hadas, desde allá arriba estos alados seres nos observan, aunque desde la tierra solo nos parezcan estrellas.

La estrella a la que los humanos llamaban estrella del amanecer era la reina de las hadas, era la última que permanecía en la bóveda celeste hasta el comienzo del alba; dándole paso a Apolo con su dorado carruaje.

La reina de las hadas observaba a Medea. Era una hermosísima joven de piel blanca brillante, cabellos plateados y ojos celestiales. Vestía una túnica argentina cubierta de flores blancas, sobre su cabeza llevaba también una corona de níveas azucenas. En su cuello llevaba un collar con un diamante. Una lágrima bajaba por su rostro.

- ¿Su majestad, qué le ocurre?- preguntó una voz a sus espaldas.

Al volverse pudo observar a una joven de cabellos oscuros vestida con una túnica azul, la cual estaba cubierta de flores azules. A sus espaldas tenía unas enormes alas de mariposa, que desaparecieron con un movimiento.

- Hola Azul, ya te he dicho que no tienes que llamarme así. Puedes decirme Viviane simplemente.- dijo la reina de las hadas- Pensando en mi pasado, en lo que pudo haber sido, mi madre adoptiva, mi hermana, las promesas incumplidas.

- Mi reina Viviane, todo ser viviente tiene derecho a equivocarse, incluso los inmortales como nosotras.

- Pero no puedo dejar de pensar que si me hubiera quedado junto a ella la hubiera podido apartar de tan oscuro destino. Quizás mi luz fuera suficiente para las dos.- diciendo esto tocó el collar que tenía en su cuello, este adquirió una tonalidad rojiza al tocarlo.

- No importa quién borré el camino, el destino viene marcado de cierta forma y no podemos luchar contra él.- respondió el hada azul.

- Repíteme la historia de mis padres, Azul.- dijo Viviane, cambiando el tema.

- Sus padres fueron los reyes más poderosos que alguna vez tuvo el reino de las hadas, todos envidiaban la majestuosidad del rey Oberón y la belleza de la reina Titania. Pero ni siquiera la admiración de sus súbditos los pudo apartar de la traición de la malvada Mab, sus padres para protegerla la enviaron entonces a la tierra y la pusieron en el camino de una poderosa hechicera, para que la amara y protegiera como una hija. Su luz logró descongelar el frío corazón de la hechicera, logrando que conociera lo que es el amor.

Viviane lloraba al oír la historia de Azul.

- Al morir sus padres le dieron la misión a Puck, mi padre, su más fiel servidor, que cuando usted cumpliera sus dieciséis años debía buscarla para que se sentara en el trono de las hadas como su legítima reina. Al cumplir usted dicha edad mi padre me envío a buscarla.

- Si no hubiera venido contigo hubiera vivido posiblemente una vida humana al lado del hombre que amaba, a veces pienso si ese no fue otro de mis muchos errores.

- Mi señora, recuerde que los gobernantes deben poner siempre su deber sobre sus súbditos por encima del amor. Viviane, si no fuera por su valor no hubiéramos podido vencer a la reina Mab, aunque mi padre perdiera la vida en tal empresa.- ahora era Azul la que lloraba, la reina le acarició el rostro.

- Mi querida Azul, haz sido como una hermana para mí, apoyándome en cada momento. A veces pienso que serías mejor gobernante que yo, quizás en algún momento te toque sustituirme.

…

Mientras Teseo combatía al Minotauro

Ariadna sintió un ruido fuera del laberinto, poco antes de ver como el muro de mármol se abría. Cualquiera que viera la figura que estaba delante de ella pensaría que era el reflejo de un espejo, pues era idéntica hasta el más mínimo detalle. Además de ser físicamente igual llevaba la misma ropa y los mismos accesorios.

- ¿Fedra?- dijo Ariadna horrorizada- ¿Qué haces aquí? ¿Me delataste con nuestro padre?

- Calma hermanita- dijo su doble sonriendo- Vengo a ayudarte. Déjame sostener un rato la cuerda, debes estar cansada después de tanta tensión.

- Gracias hermana- dijo Ariadna mientras le tendía la cuerda insegura, pero su fue relajando poco a poco.

Entonces un fulgor rojo apareció alrededor de las manos de Fedra. El resplandor rodeó todo su cuerpo, y sus ojos antes oscuros también se tornaron rojos. 

Ariadna sintió como si el aire se le escapara de los pulmones, como si unas invisibles manos la estrangularan.

- ¿Qué haces Fedra?- dijo casi inaudiblemente, mientras sus rostro se enrojecía por la falta de aire. Ariadna cayó de rodillas al suelo

- Lo que debí haber hecho desde que estábamos en el vientre de nuestra madre. Crees que me ha gustado vivir toda la vida a tu sombra, que tú fueras la favorita de nuestra madre todo el tiempo hasta que murió, eras tú la que exhibían como la linda princesita, la que presentaban ante embajadores de otros reinos. Mientras yo siempre estuve delegada a un segundo plano, hasta que cierta nodriza especial me enseñó lo que era el verdadero poder. Lo siento hermanita, solo hay lugar para una princesa en Atenas y en el corazón del príncipe Teseo.

- Fedra, por favor.- dijo Ariadna en un susurró casi inaudible.

Entonces Fedra sonrió, con un movimiento de su mano Ariadna sintió como la presión de su cuello desaparecía.

- ¿Cuál es tu peor miedo, Ariadna?

Entonces Ariadna se vio transportada hacia otro lugar, a su lado había una pared de mármol al igual que antes, pero si antes era recta ahora era circular. Frente a ella se encontraba Fedra con su halo rojo alrededor.

- ¿Dónde estoy?- preguntó Ariadna.

- ¿De verdad que no reconoces el lugar? ¿Ni de tus peores pesadillas?- la otra le respondió preguntándole.

- ¿El centro del laberinto? ¿El Minotauro?- preguntó a su vez Ariadna aterrada.

- Por lo menos las versión del centro del laberinto que tienes en tu mente, veo que tú peor miedo es ser devorada por el Minotauro.

- Fedra…- trató de decir Ariadna, pero el terror le impedía articular palabra. Se encontraba en el suelo, mirando hacia arriba la cara de su hermana.

- Sabes querida Ariadna. ¿Nunca te has preguntado por qué cuando estamos a punto de morir en un sueño despertamos? Nuestra mente es poderosa, capaz de defendernos de los peores males, pero si mueres en un sueño y no puedes despertar realmente morirías en la vida real. Estás a punto de experimental en carne propia tu peor pesadilla. Dulces sueños, hermanita.- diciendo esto Fedra desapareció.

Ariadna entonces sintió un terrible rugido, el cual era una mezcla de mugido de toro y una voz humana, poco antes que apareciera ante ella el monstruoso Minotauro. La muchacha trató de gritar, pero como muchas veces ocurre en sueños no pudo articular la voz. El monstruo se abalanzó hacia ella despedazándola.

En la entrada del laberinto se encontraba Fedra sosteniendo el cordón de seda, junto al inmóvil cuerpo de su hermana muerta.

- Adiós Ariadna.- dijo mientras hacía aparecer en sus manos un fulgor rojo, entonces donde antes estaba el cuerpo de la muchacha pronto quedó un pequeño montón de cenizas que el viento pronto espació.- Quizás algún día resurjas de tus cenizas como el ave fénix.

…

Algunas horas después

Los jóvenes atenienses cantaban y bailaban sobre el navío que se dirigía en dirección a su patria. A la ida iban tristes pensando que tendrían un cruel destino, ahora regresaban con el regalo de una vida que no esperaban. Teseo no se unía a la celebración, algo lo apesadumbraba, entonces dirigió su vista a la joven que se encontraba, mirando el horizonte, apartada a estribor. El viento movía su túnica y su capa rojas, así como sus negros cabellos, sus brazaletes de plata relucían ante el sol naciente.

Se acercó a ella.

- ¿Te arrepientes de haber abandonado tu ciudad, princesa Ariadna?- preguntó Teseo.

- Quizás un poco, príncipe Teseo, recuerda que traicioné a mi padre y a mi pueblo. Aunque no me arrepiento de haberte ayudado a tus compañeros y a ti a librarse de un cruel destino.- respondió la muchacha tristemente.

- De no ser de ti todos estaríamos muertos. Eres nuestra salvadora. Sobre todo me salvaste a mí, pues me sentía perdido en el mundo hasta que te encontré.- el príncipe Teseo decía esta frase mirándola directamente a los ojos, se acercó sigilosamente a ella y la besó en los labios, mientras con una de sus manos la tomaba por la cintura. 

Al separarse Teseo giró su vista a las oscuras velas del navío.

- Ahora recuerdo que debo cambiar las velas como le prometí a mi anciano padre. Su corazón no aguantaría pensar que he muerto.

Entonces la princesa le tomó las manos.

- Espera. ¿Realmente me amas, príncipe Teseo?- diciendo esto lo atrajo hacía sí y lo volvió a besar.

Teseo no pudo percatarse que una poderosa mente se introducía dentro de la suya y le manipulaba los recuerdos. Pronto olvidó completamente que debía cambiar las velas.

- Si lo que dice Teseo es verdad- pensó Fedra- su padre no soportará perder a su único hijo, para cuando lleguemos a Atenas estará fuera de nuestro camino y Teseo será rey. Y yo seré reina de la ciudad más fabulosa del mundo, con el más hermoso héroe a mi lado.

Moraleja

Un valiente príncipe,

Se enfrenta al más horrible monstruo,

Para salvar a su reino de un cruel tributo.

Sin saber que lleva consigo,

Y le entrega su corazón,

A un monstruo mucho peor.

A veces, quien lleva mucho afuera,

Tiene poco adentro,

Y la belleza es la mejor máscara,

Para los seres más monstruosos.

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