Fan Fic: "Cuando me veas" (Capítulo 3)

Si leíste el capítulo anterior titulado "Esto no le podía pasar a ella", seguro que te quedaste con la boca abierta por, nunca mejor dicho, lo que le pasó a Belle. Así que ya sabes, sigue leyendo para descubrir qué es lo próximo que ocurre en el tercer capítulo: "Un rayo de luz".

Autora: Alí Ba-ba

CAPITULO 3

UN RAYO DE LUZ

Aún con los ojos cerrados por el dolor, intentó reconocer donde estaba. Por el tacto y el olor familiar de las sábanas detectó que se encontraba en su habitación.

Un rayo de luz entró directamente por la ventana, descansando sobre los ojos de Gold, que dormía plácidamente. Su sueño fue interrumpido por aquella luminosidad inesperada que se abrió paso entre las profundidades de la oscuridad que lo envolvía. “Dios, que dolor de cabeza…”

Una mano descansaba sobre su cintura, y la respiración que escuchó a su espalda le hizo percatarse de que no estaba sólo. “¡¡Belle..!!” Pensó, “¡Oh, Dios mío, todo ha sido un sueño, un cruel y terrible sueño…!” Sonrió aliviado.

Somnoliento tomó la mano de su amada entre la suya, su pequeña… Un momento, ¿su pequeña mano…? Pues no era tan pequeña… Despacio, y aún con los ojos cerrados por el dolor punzante de su cabeza, continuó subiendo por el brazo que estaba unido a esa mano… Algo peludo… No recordaba que Belle tuviera los brazos peludos… 

Un ronquido a su espalda hizo que se le abrieran los ojos de golpe, pese a que el sol incidía directamente sobre ellos. Sus pupilas se contrajeron al instante, aguijoneando una vez más su cabeza, que pasó a un segundo plano ante semejante hallazgo. Casi con miedo, bajó la vista hasta encontrar la mano que reposaba sobre él, lánguidamente.” ¡¡Esta mano es de un hombre…!!” pensó horrorizado. 

El color desapareció completamente de su rostro, intentando recordar algo de la noche pasada, mientras pasaba los ojos por la parte de la habitación que alcanzaba su vista. “Esta es mi habitación… Pero, ¿Cómo he llegado aquí… y a quién tengo detrás…? Pensó desorientado, mientras trataba de abrirse paso entre la laguna de recuerdos borrosos de la noche anterior.

La boca le sabía amarga y la garganta la tenía como un papel de lija, por no mencionar que la cabeza seguía dándole vueltas. Otro ronquido… Con todo el cuidado que pudo, deslizó una pierna fuera de la cama, seguida de la otra, sin cambiar la postura del cuerpo para no despertar a la otra persona que yacía a su lado. Resbaló poco a poco de la mano que descansaba sobre él, quedando finalmente ésta sobre la cama, mientras reptaba hacia el suelo cual Boa Constrictor, rezando para que no se despertara y le diera tiempo de salir de allí sin que el otro hombre se diera cuenta… “Un momento”, pensó mientras se incorporaba, todavía de espaldas al extraño que había en su cama, “Pero si esta es mi casa… El que se tendrá que ir será él, ¿No…? “

Se miró de arriba abajo, comprobando con alivio que tenía puesta la misma ropa que llevaba el día anterior, a excepción de la corbata y la chaqueta… 

Lentamente, comenzó a girar sobre sus talones para descubrir quién era su inesperado acompañante, aún sin conseguir recordar nada de la noche anterior.

-¿¡¡CHARMING…!!? – Gritó más fuerte de lo que deseaba

El hombre tendido en la cama dio un salto acompañado de un quejido de dolor, mientras se agarraba la cabeza con las dos manos.

-¡Por Dios, hombre, pero no grites tanto…! – Se quejó con voz pastosa, mientras rodaba por la cama tapándose la cabeza con la almohada.

“A ver, un momento…” pensó Gold mientras miraba al príncipe como si fuera una aparición. Recordaba haber pedido una copa a Rubi en Granny´s, mientras observaba a Belle que estaba en la barra hablando con la loba. La copa se le acabó demasiado rápido y pidió otra más, pero cuando se percató de que Rubi estaba intentando mantener una conversación con su amiga, gracias a la mirada asesina que le dirigió cuando le pidió la segunda copa, recordaba haberle dicho a la camarera que le dejara la botella y continuara tranquilamente con “sus cosas”.

-¿¡Se puede saber qué narices haces en mi casa…!? –Dijo Gold casi sin aliento - ¿Y en mi cama…? –Levantó un poco más la voz sin querer.

Charming, que hasta ese momento había estado más bien ausente, destapó su cabeza y se lo quedó mirando con una mezcla de confusión y terror en los ojos, mientras que el hombre que estaba de pie iba cambiando de color por momentos. Miró a su alrededor esperando ver algo que le fuera familiar, pero no lo consiguió, “si por lo menos parara de darle vueltas la cabeza…”

-¿Tu…tu c-casa…?- respondió con la voz cascada- ¿Y qué hago yo en tu casa…?

-¡¡Eso mismo te estoy preguntando yo…!! – Gritó Gold perdiendo la poca paciencia que le quedaba.

-¡¡Ay, por favor, Gold, no levantes la voz que me estalla la cabeza…!! – Se volvió a sujetar las sienes mientras intentaba incorporarse sin que le dieran arcadas. “Por favor, que no me haya dado por vomitarle encima, o soy hombre muerto…” pensó examinándolo de arriba abajo.

-¡¿Se puede saber qué estás mirando?!- Preguntó el hombre que estaba de pie, con una voz cada vez más aguda. Se había percatado del repaso del que estaba siendo objeto.

-Nada, hombre, nada. Sólo intentaba recordar que fue exactamente lo que pasó anoche, y…

-¿Y…?- Interrumpió Gold con una mueca exasperada en la cara. Si no fuera porque era el mago más poderoso del mundo, sería hasta cómica toda esta situación. Ahí tenía a este hombre que siempre había sido la personificación de la perfección y la elegancia, con todos los pelos revueltos por el sueño, los pantalones a mitad de cadera y la camisa medio abierta y arrugadísima por fuera del pantalón, sin calcetines, con los brazos en jarra, mostrando los dientes en una actitud claramente amenazadora, con la mandíbula tensa y los ojos escupiendo fuego… ¡Vale, no tenía tanta gracia…!

-Espera, déjame recordar…- Tomó aire intentando ganar tiempo- Ayer tuve una pelea con Snow acerca de la casa a la que quiere que nos mudemos, y ella se tomó a mal que yo no me interesara por la casa que a ella le gusta… y nos disgustamos- Miró al hombre que lo observaba atentamente, pero sin comprender que tenía que ver esa historia con que apareciera en su cama…- . El caso es que fui a despejarme las ideas y cuando entré allí estaba Emma hablando con Archie sobre Henry y las consecuencias que podría tener los últimos acontecimientos en él…- estaba parloteando y Gold desesperándose, lo podía ver en su mirada que cada vez se iba haciendo más oscura y sus ojos inyectados en sangre por la resaca se iban entrecerrando peligrosamente-, e-el tema es que… ¿Es que tu no recuerdas nada…?- Razonó de repente, viendo como la cara del hombre que tenía enfrente pasaba de la ira a la confusión en un momento.

-Ehmmm, no mucho, no…- Reconoció, ocultando su incomodidad tras un gesto altanero, intentando alisar las arrugas de su camisa y sin mirarlo directamente.

Charming sonrió abiertamente ante lo que tenía delante.

-Vaya, vaya, parece que ayer pillamos los dos una buena borrachera, ¿no? - Se rió en modo off para que no le reventara la cabeza. Se puso de pie tambaleándose y a punto de caer si no hubiera sido por una pared cercana.

-¡Dios, necesito una buena ducha…!

-¿¡No estarás pensando en ducharte aquí, no!?- La mirada asesina que le dedicó Gold le dejó claro que no estaba por la labor de prestarle su baño.

- No, por supuesto que no, iré a casa y… ¡Snow…!- Exclamó con los ojos desorbitados- ¿Qué hora es? –Preguntó nervioso.

-Las ocho y media- dijo el otro hombre mirando el reloj que la noche anterior no se había quitado de la muñeca.

-¡Ay, Dios, Snow me matará…!- dijo apresuradamente mientras se ponía uno de sus zapatos.

-Vale, ¡¡pero ¿se puede saber cómo demonios llegamos a ésta situación?!!- Gritó Gold perdiendo la paciencia por completo.

- No te puedo decir mucho más, cuando yo llegué a Granny´s, tú ya llevabas más de media botella de whiskey entre pecho y espalda, y me dijiste que me sentara a tu mesa. Yo no tenía ganas de contarle a Emma la discusión que acababa de tener con su madre y creí que sería buena idea una charla entre hombres. ¡Ya Veo que no…!- Bromeó – Estuvimos recordando cosas de El Bosque Encantado y se nos hicieron las tantas.

Gold estaba incómodo, como si no supiera cómo afrontar un tema en particular.

-¿Hice… hice algo…inconveniente?- preguntó mirando al suelo. La Verdad es que no recordaba el momento en que Belle abandonó el local o si lo vio en un estado lamentable. Sólo le faltaba eso, encima que lo tomara por un vulgar borracho.

-No que yo recuerde… Eres un borracho muy digno…- Dijo Charming riendo-. Pero para tu consuelo, yo también iba tibio, no tanto como tú, pero íbamos bien los dos, ¿sabes…? 

- ¿Y… y Belle?- No se atrevió a levantar la vista del suelo por temor a que pudiera ver la ansiedad que le provocaba su respuesta.

Charming se detuvo con el otro zapato en la mano, observando al hombre que tenía delante y que parecía más frágil que nunca, con un aire entre chiquillo arrepentido y avergonzado que le hizo dudar de que delante de él tuviera al Señor Oscuro. ¿Realmente sería posible que ésta persona amara de la misma manera que él amaba a Snow…? “¡¡Snow, Dios, me mata fijo…!!”.

-Ehhhh…Lo siento, no recuerdo haberla visto salir- respondió apresurado, poniéndose el otro zapato rápidamente-. Pero si quieres información más fiable, yo que tu iría a preguntarle a Rubi, que seguro que estaba mejor que nosotros dos. – Respondió saliendo de la habitación apresuradamente. 

-¡Charming!- Llamó Gold deteniendo su carrera.- Confío en su discreción con respecto a lo sucedido anoche y lo que estuviéramos hablando.- Lo miró desafiante como retándolo a que se opusiera.

- ¡Sí, jejeje…, yo también confío en mi discreción, en la que no confío tanto es en la de la gente nos viera anoche agarrados, yendo de lado a lado de la acera cantando canciones populares del Bosque Encantado!- Gritó desde el pasillo, mientras intentaba meterse la camisa dentro del pantalón, controlando el ataque de risa que le producía recordar la escena de la noche anterior. ¿Quién le iba a decir a él que se vería compartiendo copas de aquella manera con El Señor Oscuro y que acabaría durmiendo en su cama junto a él?

Bajó las escaleras todo lo rápido que su cabeza le permitía y salió a la carrera por la puerta principal a un jardín grande y que en su día estuvo bien cuidado, pero ahora tenía hierbas crecidas por todas partes con claros síntomas de descuido por parte del dueño.

Ese tipo de casa era la que le gustaba a Snow. Dos planta, con sótano, amplio jardín, un montón de habitaciones… Pero lo que él quería era otra cosa más sencilla, rodeada de campo y árboles por todos lados, con mucho más espacio para poder tener animales y que los niños pudieran jugar. Pero no aquí. Él todavía soñaba con volver al Bosque Encantado y retomar la vida donde se le quedó.

Aunque, pensándolo bien, cuando vivían allí tampoco es que estuviera en la casa de sus sueños. Estaban viviendo más bien en la casa de los sueños de Snow, con varias plantas, con jardines, con sótanos…y torreones. Se acababa de dar cuenta de que, al final Snow siempre se salía con la suya. ¡Pues ésta vez él no lo iba a consentir!

Con decisión, y una enorme resaca, se dirigió al apartamento de Snow, con la esperanza de que ella no estuviera y poder darse esa ducha que tanto necesitaba, antes de volver a enfrentarse con ella. ¡¡Buah, la que le esperaba!! ¿Y ahora que le iba a contar cuando le preguntara dónde había pasado la noche? No tenía más remedio, sería honesto con ella y le contaría la verdad, aunque dudaba mucho que se la creyera.

Gold cerró los ojos horrorizado ante la repuesta de Charming, intentando recordar la escena en cuestión, y un intenso rubor se apoderó de él cuando, como un relámpago, un recuerdo cruzó su mente aún nublada por los efectos del alcohol. “¿Pero qué demonios tenían los licores de esa tierra?” se preguntó frotándose los ojos. En el Bosque Encantado había tomado licores de todo tipo, y ninguno le había provocado ese efecto antes.

Como el que recuerda un sueño, le vinieron a la memoria vagos momentos de la noche anterior. Recordaba haber visto a Belle realmente desolada y los esfuerzos que tuvo que hacer para no correr a abrazarla y tratar de consolarla como lo había hecho cuando le contaba las interminables horas de cautiverio en la prisión de Regina o en el psiquiátrico.

En lugar de eso, se servía otra copa, y dejaba que ese dulce licor nublara su entendimiento y le permitiera perderse en otros recuerdos más placenteros, como cuando la llevó por primera vez al Castillo Oscuro.

Volvió a perderse entre los recuerdos, cerrando los ojos cansados, y permitiendo que su mente vagara en ellos. 

Recuerdos de la llegada de Belle y de cómo le gustaba a él torturarla con sus bromas y ver la cara de susto que ponía. También entonces le tenía miedo y sin embargo poco a poco fue tomando confianza en él y hasta llegó a devolverle alguna broma.

Sonrió con tristeza mientras le venían a la mente momentos del pasado en los que habían reído juntos o simplemente la escuchaba canturrear mientras hacia las labores que le había encargado. Cuando la llevó al castillo siempre imaginó, que siendo ella una dama de la nobleza, se sentiría humillada y disgustada por todos los trabajos de los que se tenía que encargar. Bueno, ese era el objetivo, teniendo en cuenta cómo le había tratado la nobleza a él. Pero muy al contrario, le asombró la diligencia con la que los hacía y hasta de buena gana y con buen humor, aceptaba sus órdenes.

Sacudió la cabeza intentando sacar esos recuerdos de ella, sin conseguirlo. Necesitaba estar cerca de ella o en su defecto, de algo que le perteneciera. Buscó su bastón por la habitación y lo encontró colgado de una lámpara. “Vaya, si que fue fuerte la cosa…” Pensó descolgándolo y encaminando sus pasos renqueantes hacia la habitación que tenía reservada para Belle.

Era la habitación contigua a la suya y, apenas abrió la puerta, le embargó una sensación cálida, como si todavía conservara su esencia, su olor, su presencia. La luz del día que entraba por la ventana la iluminaba. Todo estaba como a ella le gustaba, porque aunque tenía su propio apartamento donde normalmente solía estar, algunas noches las había pasado allí, y aunque él siempre había mantenido las distancias para que ella no se sintiera intimidada, no parecía que Belle estuviera tan interesada en esas galanterías, y al final acaban los dos en el dormitorio que tenía reservado para ella, cosa que a el Señor Oscuro le encantaba.

Se acercó lentamente a una mesa donde se hallaba un jarrón con unas rosas que en su día fueron frescas, pero que ahora estaban marchitas, como su corazón. Él mismo las había cortado de su jardín para ella, recordando lo que le gustaban cuando estaban en su castillo.

Tomo una entre sus manos, haciendo crujir sin querer los resecos pétalos que una vez fueron de un rojo intenso y ahora se habían tornado del color de la sangre seca. 

Le vino a la memoria, al tomar aquella flor, otra flor que en su día le regaló a Belle en su Castillo, y recordó su expresión de sorpresa y felicidad cuando se la dio. No podía borrar de su mente aquel brillo tan especial que apareció en los ojos de la joven, y que él no entendió entonces… No lo entendió porque fue el momento en que su corazón cayó preso de su amor, de su sonrisa limpia y sincera, de su valentía, de su mirada azul en la que se podía perder como en el mar más inmenso del mundo, de su voz que lo envolvía y le quitaba las fuerzas, y hacía que se convirtiera en su esclavo, como una sirena… cayó preso de ella.

Cerró los ojos con fuerza, notando cómo le ardían las lágrimas que se resistía a derramar y que al final comenzaron a rodar por sus mejillas en un torrente que no podía detener. “Qué importa…” se dijo dejándolas correr libremente, “aquí puedo ser yo mismo, nadie me puede ver…”

El torrente de lágrimas descendió hasta caer sobre la seca rosa, humedeciendo sus pétalos como gotas de rocío al amanecer. El luminoso resplandor del sol entró por la ventana, bañando la mano que sostenía la flor y, como un milagro, comenzaron a desprenderse de ella pequeñas motas doradas que la envolvieron en un remolino centelleante, ocultándola por unos momentos a la vista. Lentamente fue desapareciendo el brillante resplandor, dejando a la vista la rosa roja más fresca y viva que podía existir. Sus pétalos de terciopelo brillaban como en una mañana de primavera.

Gold la observó sin sorprenderse, pues él sabía los efectos que podían tener sus lágrimas sobre algunas cosas… “¡Si todo fuera así de sencillo!” pensó amargamente, mientras salía de la habitación bañada por un rayo de luz, con la rosa en la mano.


Pronto el capítulo cuarto.