Fan Fic: The Final Battle's Eve

Nuestra seguidora Laura, autora de A Mermaid's Tail, nos trae un nuevo fic en el que reescribe la Batalla Final para ofrecernos un digno cierre de la sexta temporada.

PALABRAS DE LA AUTORA: Este humilde relato es un pequeño intento de devolverles su dignidad perdida a nuestros amados personajes. Es algo que yo sentí la necesidad de hacer y que espero que les guste. Asimismo, oficia de puente para lo que veremos en las Partes 2 y 3 de “A Mermaid’s Tail”. Que lo disfruten.

EL BOSQUE ENCANTADO

La noche antes de la Maldición

El Amor Verdadero estaba siendo expresado en cuerpo y alma en la habitación de Blancanieves y el Príncipe Encantador, al igual que tantas otras veces antes. Era complicado tanto física como psicológicamente, ya que la princesa se hallaba en un estado de gestación bastante avanzado, y además los dominaba el miedo de que pudiese llegar en cualquier momento la Maldición Oscura que amenazaba sus Finales Felices. Pero ellos continuaban sin detenerse, intentando concentrarse en el infinito placer que se sentía estar juntos y darse todo su amor sin detenerse. Una felicidad que sólo podría compararse a ver el rostro de su hija Emma por primera vez, pero dicha posibilidad estaba también bajo amenaza, al menos para el Príncipe. A pesar de eso continuaban besándose, acariciándose, recorriéndose, moviéndose uno contra el otro, y disfrutando de la más poderosa magia de todas. 

Finalmente, entre jadeos de inmenso éxtasis y un orgasmo en cuerpo y alma, se desplomaron agotados en la cama, Blancanieves con la cabeza en el cálido y macizo pecho de su Príncipe, y éste abrazándola con sus brazos atléticos y voluminosos, y acariciándola con sus manos cálidas y suaves. Ésta comenzó a derramar algunas lágrimas, y Encantador se dio cuenta enseguida de que no eran de placer como acostumbraban ser, sino de miedo y de dolor. 

—¿Qué ocurre, mi amor? —preguntó éste con mucha ternura, acariciando su rostro blanco como la nieve y sus cabellos negros como el ébano. 

—Esto ha sido hermoso, lo más maravilloso que puede pasarme jamás —comenzó Blanca con tristeza. 

—Para mí también —repuso Encantador con una gran sonrisa. 

—Pero…algo me dice que esto no se repetirá jamás, o al menos no en un muy largo, largo tiempo —respondió sollozando y acariciando los pectorales de su príncipe como si fuesen lo más precioso que podían tocar sus manos—. Si yo paso por ese armario, estaré veintiocho años sin ti, te perderás de ver crecer a nuestra hija y de criarla, con todo lo que soñabas ser padre —Una gran tristeza empañó los ojos azules de su Encantador—. Y yo no sé cómo voy a hacer sola en un mundo totalmente desconocido. 

Ninguno sospechó que, en ese preciso momento, la Reina Malvada activaba su Espejo Mágico para observarlos: desnudos (aunque tapados por las sábanas), abrazados y profundamente entristecidos. 

—Venceremos esto al igual que vencimos todo lo anterior —aseguró Encantador intentando convencerse a sí mismo de sus palabras, pero decidido a transmitirle calma y tranquilidad a su amada esposa—. Regina nunca logró derrotarnos, sin importar lo crueles y poderosas que sean sus artimañas. 

—¿Y cuántas batallas más nos faltan para descansar? ¿Para ser completamente felices como nos merecemos? —preguntó Blancanieves muy preocupada mirándolo fijamente a los ojos. 

—No importa cuán difícil algo sea, en tanto tú lo creas tu soñar se hará realidad —afirmó el apuesto Príncipe—. Si tú crees que seremos felices para siempre, lo seremos. 

—Te amo —terció Blanca con devoción, perdiéndose en su voz serena y varonil, su sonrisa y sus azulados ojos—. Te amo y queda guardado en mi corazón cada momento hermoso contigo, Encantador, como éste que acabamos de tener. 

—Yo también te amo, y casi todo mi corazón está hecho de momentos hermosos contigo —respondió Encantador dándole un beso lleno de ternura y amor. 

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La Reina Malvada contemplaba a los enamorados en el espejo con una expresión de odio y desdén infinitos. Estaba completamente vestida de negro y tenía entre sus manos un cofre que contenía el corazón de su difunto padre. Le fue imposible no recordar aquella ocasión en que intentó violar al Príncipe Encantador mediante control mágico haciendo que Blancanieves lo viera todo, y la paliza que la dejó dolorida por semanas luego de que el Verdadero Amor fuese más fuerte que su maldad. Asió con más fuerza el cofre entre sus manos, obligándose a pensar que, gracias al corazón de su querido padre, nunca volvería a contemplar a los amantes juntos otra vez, y la embargó un gran deseo de devolverle a Blancanieves la zurra que ésta le había dado en aquella oportunidad. Pero no iba a poder, ya que sabía que en el nuevo mundo no iba a gozar de la inmunidad que tenía en el Bosque Encantado. Una alcaldesa golpeando salvajemente a una inocente maestra se castigaba con la cárcel allí. Pero ver separados a esos dos idiotas era suficiente para compensar cualquier falta que pudiera sufrir tras la Maldición.

Como si leyera sus pensamientos, el Espejo Mágico le habló:

—Mi Reina, ¿está usted segura de lo que va a hacer? —inquirió con preocupación—. Aún puede dar marcha atrás.

—¡Claro que estoy segura, y de ninguna manera daré marcha atrás! —espetó Regina con rabia, mientras los Encantadores desaparecían del reflejo—¡No maté a mi padre y mandé matar a mi madre para luego no hacer nada! ¡Por no mencionar el trabajo y el tiempo que me tomó escoger las identidades y los castigos de todos! ¡Más los nuevos que se han sumado, a los que tuve que ponerles lo primero que se me ocurrió! Así que cállate y no me vengas con tonterías, esclavo. 

—¿Y de verdad cree que esta maldición la hará feliz? ¿Que será todo lo que espera, Majestad? —insistió el Espejo con temor. 

—¡Por supuesto que me hará feliz, estúpido! —replicó la Reina, a quien le vino a la mente la imagen de su papá suplicándole que no siguiera adelante con la Maldición—. Siempre te lo he dicho: la muerte de Blancanieves es lo único que puede hacerme feliz. O un sufrimiento eterno, que es igual o peor. Mientras Blancanieves viva triste y desdichada, no necesito más para ser feliz al fin. 

—¿Pero, y si no? ¿Y si su vida sigue tan triste y sin significado cómo ahora? 

—¡Estás muy atrevido hoy! ¿Qué te pasa? —le gritó Regina con furia y sorpresa.

—Yo la amo, y usted lo sabe —terció el Espejo muy tristemente y armándose de valor—. A pesar de cómo usted jugó con mis sentimientos, yo sólo deseo verla feliz. Y si en las próximas horas voy a olvidarlo todo, no quiero hacerlo sin antes decirle todo lo que pienso. Si la hago recapacitar, bien por usted, y si no es así, al menos se lo he dicho. 

—¡Es una suerte que en tu nueva vida serás un cobarde total, y nunca te atreverás a tales insolencias! —gritó la Reina Malvada acercando peligrosamente su rostro al espejo—¡Seré feliz, porque mi venganza estará consumida y seguirá vigente por toda la eternidad! ¡Y si no lo soy, al menos Blancanieves será mucho más infeliz de lo que yo pueda ser, y ese es mi Final Feliz! Ahora, si no tienes otra insolencia que decir, tengo una maldición que conjurar.

Y se alejó de la habitación con el cofre en sus manos y el corazón lleno de odio y resentimiento, mientras su esclavo la contemplaba con tristeza. El odio de la Reina Malvada hacia Blancanieves era el más grande y puro de los muchos que en aquella tierra existían, tan puro como para desatar una maldición que traería sufrimiento eterno para todos en el Bosque Encantado.

STORYBROOKE

Vísperas de la Batalla Final

A medida que comenzaba a anochecer, Regina se acercaba a la tumba de Robin Hood con un ramo de flores. Acababa de dejar a su amiga Emma en la tienda del señor Gold, y no confiaba completamente en la idea de ésta de dejar que sea justamente Rumpelstilskin quien se enfrente al Hada Negra. Tenía que tomar precauciones por si la Batalla Final terminaba desatándose y ella no sobrevivía, y el principal recaudo era decirle a su amado ladrón las palabras que le debía. Se inclinó sobre la lápida, dejó las flores y comenzó:

—Robin, tengo tantas cosas por las que pedirte perdón que no sé por dónde comenzar —susurró con la voz algo quebrada—. En primer lugar, quiero disculparme por haber matado a Marian originalmente. Sé que ya no fui yo y ahora fue Zelena, pero originalmente había sido yo, y de no haberlo hecho no se hubiera desatado todo lo que luego sufriste. Es cierto que, si nunca lo hubiera hecho, jamás hubiéramos estado juntos. Pero ahora soy consciente del valor de la vida humana y del terrible crimen que es matar a una persona. Tengo una lista tan larga de personas con las que disculparme, como por ejemplo Sidney, que jamás terminaré. Pero tú estás primero que nadie en un día como hoy. 

—Te pido perdón —prosiguió muy triste—, por todo lo que mi hermana te ha hecho. Lo hizo únicamente por perjudicarme a mí, así que por eso me parece adecuado disculparme por sus malas acciones como si fueran mías. Hades intentó matarme a mí y tú te interpusiste para salvarme, así que también me disculpo por que hayas tenido que morir, y más teniendo dos hijos pequeños que criar. En tercer lugar —añadió sollozando con más fuerza—, te pido perdón por lo egoísta y cobarde que he sido al deshacerme de mi mitad malvada y así ocasionarles tanto daño a los demás. Tú me admirabas por ser una mujer fuerte, capaz de dejar atrás su pasado y rehacer su vida, y eso está muy alejado de lo que hice. Si de algo sirve, en ese momento pensé en lo que tú me decías, de que crees en el karma —dejó escapar una amarga risa—, y me deshice de la Reina Malvada para que nadie más tuviera que pagar por ser cercano a mí, y para cortar con mi propio karma personal. Pero ahora veo que, de existir ese karma, es algo que merezco y con el que debo lidiar por el resto de mi vida, y por eso he vuelto a ponerme mi oscuridad en el corazón.

—Yo creé esta ciudad movida por el odio, la venganza y el resentimiento, y he cometido incontables atrocidades en pos de todo eso —continuó con pesar pero firmeza—. —Una vez me dijiste que tú también eras una persona muy diferente y luego cambiaste. No sé qué acto oscuro puedes haber cometido en tu vida, pero estoy segura que ni siquiera se acerca a los míos. Por último, pero lo más importante —Regina comenzó a llorar levemente—, te pido perdón por la forma miserable en que intenté reemplazarte. Por poco te cambio por una imitación, un fantasma, una mentira. Jamás debí haber traído a ese otro Robin a este mundo, ha sido una falta de respeto a ti y a tu memoria. —Unas finas lágrimas se derramaron por sus mejillas, lágrimas de dolor, remordimiento y vergüenza, pero Regina continuó su discurso—. Por eso, Robin, te juro que si me destino no es morir, que si sobrevivo a esta Batalla Final, dedicaré el resto de mi vida a corregir y enmendar todos mis actos crueles y egoístas, sin volver a perjudicar a nadie en beneficio propio. Porque es lo correcto, y porque es lo que tu recuerdo se merece. 

Profundamente entristecida pero sin perder la compostura, Regina besó su propia mano, y con ella acarició el nombre de su amado en la lápida. 

—Adiós, Robin. Nunca te olvidaré.

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Los besos, las caricias y los ritmos se hacían cada vez más apasionados y acelerados aquella tarde en la casa de Emma Swan. Henry y Violet eran sólo dos adolescentes, pero se amaban con la misma pasión e intensidad que si fueran adultos, a pesar de la poca experiencia de ambos. No eran demasiadas las ocasiones en que podían estar juntos y solos, entre que Violet llegaba a escaparse de su padre, y Henry de su familia tan numerosa. Pero esa tarde lo habían conseguido, aprovechando, como bien sabía el muchacho, que toda su familia estaría muy concentrada en detener la amenaza del Hada Negra. Henry había seguido todos los consejos de su abuelo David: nunca hacerlo sin un preservativo, y siempre tomar en cuenta las necesidades de su novia, que no era un pedazo de carne sino una persona. Por fortuna, los extasiados gemidos de placer de Violet, entremezclados con los suyos propios, le hacían saber que la chica lo estaba disfrutando tan plenamente como él. Era Amor Verdadero. Muy lejos habían quedado ya las noches solitarias de mirar pornografía, y tal y como David había pronosticado, ninguna chica de internet se comparaba con la perfección de Violet para el joven. 

—¡Fue hermoso, Henry, muy hermoso! —había sido lo primero que su novia pudo decir, rodeándole desesperadamente el cuello con los brazos, mientras el chico la abrazaba de la cintura respirando agitadamente. 

—Para mí también fue hermoso —repuso Henry besándola en la boca con su último aliento—. ¿Lo pasaste bien? ¿Enserio te gustó? ¿No te hice daño en ningún momento? —preguntó con inseguridad y preocupación. 

—Un verdadero caballero como tú nunca podría hacerme daño, Henry —repuso Violet dándole un tierno beso y acurrucándose en su pecho—. Al contrario, discúlpame tú a mí si no lo hice todo lo bien que te hubiera gustado. Lo intentaré mejor la próxima. 

—¡Pero si me encantó! No tienes nada de que disculparte —repuso Henry con una radiante sonrisa de felicidad—. Yo tenía más miedo que tú de que no te gustara —la abrazó fuertemente, y añadió muy romántico, con su boca muy cerca de la suya—. Juntos haremos que esto sea cada vez más bonito, si es que todavía se puede —y lleno de ternura comenzó a besar a Violet por toda su cara, su frente, sus dos mejillas, y nuevamente sus labios. 

—¡Qué cariñoso eres, Henry! —susurró la chica besándolo en la boca. 

—Es que te amo mucho, mucho pero mucho —respondió el muchacho sin dejar de acariciarla—. Quiero dedicar el resto de mi vida a hacerte muy, muy feliz. 

—Yo también te amo mucho, y también quiero seguir haciéndote feliz —repuso Violet, acurrucándose en su pecho—. ¿Pero qué tal si eso no es posible? ¿Qué tal si morimos esta misma noche?

—Violet, eres la novia del Verdadero Creyente. Algo de mí se te tiene que pegar —rió Henry acariciando su barbilla—. Vamos a salir de ésta, porque el Bien siempre vence al Mal. Vamos a casarnos, a tener hijos hermosos y a envejecer los dos juntitos, como en un cuento de hadas. Nuestro cuento. No importa cuán difícil algo sea, en tanto tú lo creas tu soñar se hará realidad. 

—¿Sabes una cosa? Hace poco tuve una pesadilla, y no sabía si contártela o no porque es muy estúpida —titubeó Violet un poco avergonzada. 

—Cuéntamela así nos reímos juntos. Desde ahora mis risas son tus risas —repuso Henry dulcemente. 

—Soñé…soñé que me dejabas y te ibas a un universo clonado del Bosque Encantado, te casabas con una versión latina de Cenicienta y tenías una hija —confesó Violet bastante incómoda, al tiempo que Henry se echaba a reír. 

—Tú seguramente estás viendo esa serie absurda que mira Freddie, mi antiguo maestro, y sacas esas ideas de ahí —comentó Henry, tomándola de las manos—. Violet, mi Final Feliz son mi familia y tú, y mi lugar en el mundo es donde todos ustedes estén. ¡Que Bosque Clonado, Bosque Usurpado ni que ocho cuartos! Si yo el día de mañana tengo una hija, quiero que tenga tu rostro y tu sangre. Te amo. 

Y continuaron riéndose y besándose, esperando que recuperaran la energía para brindarse todo su amor una vez más. 

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David, Mary Margaret y Garfio se dirigían hacia “La Abuelita”, luego de recoger al pequeño Neal, que había sido cuidado por Campanita. Garfio no dejaba de protestar por el camino, y su futuro suegro iba perdiendo la paciencia. 

—No entiendo, amigo, por qué Emma no viene con nosotros —comentó de mala gana. 

—Te lo explicamos hace cinco minutos —repuso David con fastidio—. Tenía cosas importantes que hablar con Bella, se unirá a nosotros cuando termine. 

—¿Y qué puede querer hablar tan importante con ella? ¡Más después de lo que su hijo me hizo! —seguía protestando el pirata por el camino. 

—No lo sé, Garfio, es asunto de ellas —respondió apaciguadora Mary Margaret. Con un brazo sostenía a Neal y con el otro presionaba fuerte el de su esposo, para contenerlo de una mala respuesta—. Nosotros empecemos a comer y luego ella vendrá. 

—¿Otra vez a “la Abuelita”, amigo? —exclamó Garfio a su suegro—¿Otra vez a comer esa lasaña asquerosa?

—Porque seguro que Smee y demás piratas cocinaban de maravilla —replicó David con sarcasmo. 

—¡Pues no, pero hay restaurantes mucho mejores y de más categoría que ese! ¡No seas tan miserable, amigo!

Había sido la gota que rebalsó. David lo empujó con fuerza contra una pared cercana, le dio un puñetazo en la cara y lo tomó del cuello con expresión de furia. 

—¡Cállate de una vez! ¡Me tienes harto! ¡Ojalá te hubieran cortado la lengua en vez de la mano! —le gritó furioso. 

—¡EY, AMIGO! ¿QUÉ TE PASA? —gritó Garfio con furia y sorpresa, pero sin poderse liberar del comisario, cuya fuerza lo triplicaba.

—¡Hemos tenido una paciencia impresionante contigo y estás abusando de ella! —exclamó David—¡No te pusiste jamás a buscar un trabajo por más que te lo dije y te lo dije hasta el cansancio! ¡Primero te manteníamos nosotros y ahora te mantiene nuestra hija! ¡Esta cena la voy a pagar yo, como siempre, y todavía te estás quejando del lugar!

—Amigo, pero…—farfulló Garfio con temor. 

—¡Te callas y me escuchas! —le espetó David con rabia—¡Te hemos tenido que perseguir para que laves esa ropa de vez en cuando! ¡Mi pobre esposa más de una vez te la lavó como una santa! ¡Le das alcohol a nuestra hija a cualquier hora del día! ¡Apestas a ron en este mismo momento! ¡Te fuimos a rescatar al Inframundo cuando tú casi logras que Nimue nos mate a todos! ¡Todo te lo hemos perdonado! ¡Hasta lo de mi padre! —su rostro se volvió aún más amenazador. 

—Ey, ¿pero eso no había quedado claro? ¿No me dijiste que fue hace mucho tiempo y que yo cambié? —preguntó Garfio entre el terror y la confusión. David lograba ser muy atemorizante cuando estaba enojado. 

—Emma y Henry me contuvieron una y mil veces para que no te moliera a golpes—añadió el atractivo hombre—. Y no te creas que Henry lo hizo por ti, lo hizo por mí, para que no cometiera un acto vengativo, y por su madre. Al final Regina es la que mejor se ha portado, diciéndome que si yo lo hacía no podía 

juzgarme. ¿Crees que un “fue hace mucho tiempo, he cambiado” soluciona todas mis noches de llorar, de sufrir y de crecer sin mi padre?

—Pero, entonces…

—¡Entonces he hecho lo imposible por perdonarte por Emma, por mi hija, que es lo que más amo! —espetó David enseñando sus rechinantes dientes y acercando aún más su rostro furioso al temeroso de Garfio—¡Aparentemente y a pesar de todo, tú eres su felicidad, y un padre tiene que poner a su hija primero! Pero si vuelves a tocarme las pelotas, a protestar, o a no demostrar gratitud con nosotros, adiós boda, adiós perdón y adiós todo. ¡Te vas al mar y te casas con Smee!

Sin saber ya que hacer y sin poder creer la situación, Garfio miró a Mary Margaret, que estaba erguida, de pie y muy seria. 

—¿Y tú? ¿No vas a decir nada?

—Mi esposo tiene toda la razón —dijo Mary Margaret con frialdad—. No sabes las veces que he intentado tranquilizarlo, por el bien de la armonía y por nuestra hija. Pero tú agotas a cualquiera. Así que te sugiero que te metas al restaurant, y ya que no vas a pagar nada comas sin protestar. Ah, y si te quedas callado hasta que llegue Emma, mucho mejor. 

David soltó lentamente a su aterrorizado yerno, quien con expresión de terror entró en “La Abuelita” lo más rápido que pudo. 

—Siento que hayas tenido que ver esto, Blanca —respiró aliviado David, abrazando a su esposa y acariciando la cabecita de su hijo. 

—Al contrario, yo lo siento. Lo siento por todas las veces que te frené y te contuve, debiste hacer esto mucho antes —repuso Mary Margaret dándole un beso—. Y debo decir que te pones muy caliente cuando te enojas —sonrió.

—Por favor, que hay niños presentes —rió David, tapándole las orejitas a Neal—. Espero que Emma llegue pronto con nosotros. 

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En la tienda del señor Gold, Bella acariciaba con ternura la cabeza de su hijo Gideon, que estaba atado a una silla por precaución. Su abuela Fiona aún poseía su corazón y podría obligarlo a cometer otra barbaridad, y hasta que no regresara Rumpel con el órgano, no podían respirar tranquilos. 

—Lo siento mucho, Gideon. Debí haber hecho más esfuerzos por protegerte —se lamentó Bella acariciando su rostro. 

—Aquí la que tiene disculpas que brindar soy yo, Bella —dijo seriamente Emma tomando a la bibliotecaria de las manos con humildad. 

—¿Tú a mí? ¿Por qué? ¿Qué está pasando? —inquirió la joven, sorprendida. 

—Las disculpas son en nombre mío y de mis padres —prosiguió Emma con firmeza—, aunque nadie se portó tan mal contigo como yo lo hice. Mil veces nos has ayudado, mil veces nos has asistido, estuviste con nosotros siempre que te hemos necesitado, y cuidaste a mi hermanito incontables veces. Y nosotros no siempre te hemos correspondido, sino que te hemos dejado de lado muchas ocasiones.

—Bueno…lo entiendo —farfulló Bella, confundida—. Tenían problemas más importantes que tratar. 

—Pero jamás te hemos puesto en primer lugar, y tú hasta has viajado a Camelot para ayudarme a mí en vez de cuidar a tu moribundo esposo —repuso Emma con remordimiento—. Estoy segura de que mis padres no te dejaron de lado a propósito, pero yo sí que me porté pésimo muchas veces. Mandé a Mérida a matarte siendo la Oscura, para empezar —Bella se estremeció al recordar a ese enorme oso a punto de devorarla, o la angustia de escapar de las flechas de la reina de DunBroch—. Nunca quise que murieras, sabía que Gold te salvaría, pero aún así arriesgué completamente tu vida sólo para arreglar un error que yo misma había cometido. 

—Ya pasó. Aprecio tus disculpas, pero ya pasó —afirmó Bella, aunque no del todo convencida.

—Pero eso no es todo. Yo fui la primera en saber que Gold había vuelto a engañarte y ahora era el Mega Oscuro, y lo he chantajeado con mi silencio en lugar de decirte la verdad, que era lo correcto —prosiguió Emma con mucha vergüenza—. Muchas veces he dejado que mi odio por Gold sea más fuerte que mi gratitud por ti, o el respeto que te mereces como persona —Bella se había quedado muda ante tantas disculpas, y aunque no quisiera reconocerlo, llevaba tiempo esperando a que reconocieran su esfuerzo por ayudar y sus faltas hacia ella. 

Emma se arrodilló ante Gideon, y ambos intercambiaron una triste expresión. 

—Gideon, yo te vi nacer, vi el dolor de tu madre al tener que entregarte, y luego cuando apareciste como adulto mi primer pensamiento fue matarte. Hasta te rompí la cara. 

—Lo entiendo —respondió Gideon con calma—. Tú no sabías que yo estaba siendo controlado, y estaba con la intención de asesinarte.

—Lo sé, pero eso no lo justifica. He tenido mucha más paciencia con villanos mucho peores de lo que tú eras, y me he pasado las consideraciones a tu madre por el forro. Pero ya veo con orgullo que tienes la misma capacidad de ella para perdonar —afirmó Emma mientras Gideon la miraba con tristeza. La rubia se levantó y volvió a tomar a Bella de las manos—. Quiero darte un consejo, en caso de que tu marido fracase, la Batalla Final suceda, y yo no sobreviva: no seas como yo. 

—¿Cómo dices? —farfulló Bella. 

—Desde que descubrí que soy la Salvadora, desde que me di cuenta de que todo lo que Henry me decía era verdad, he tenido crisis de autoestima que se han ensanchado más y más con cada villano que llegaba —confesó Emma—. Es por eso, parcialmente, por lo que le perdono todas sus cosas a Garfio. No me creo capaz de conseguir a nadie mejor. Y tú has cometido el mismo error que yo muchas veces, Bella —y añadió, mirándola fijamente—. Eres una muchacha maravillosa. Valórate, respétate, date tu lugar. No le perdones una sola más a Gold. Vive tu vida consciente de lo que vales, y lo que mereces. ¿Lo harás? —preguntó con una tímida sonrisa.

—Lo haré, Emma, muchas gracias por tus palabras —y la abrazó muy emocionada. 

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Mientras tanto, una humilde fiesta estaba teniendo lugar en el piso de Pierre Blake y Freddie Kay, aunque todo era idea y organización de este último. Había muchas cosas ricas para merendar en la mesa, y todas las paredes estaban decoradas con globos de múltiples colores. Cartulinas escritas por el propio Freddie rezaban “Cancelada”, “Parón Indefinido”, “A la calle” y “No te va a dar trabajo ni tu abuela”. El mismo Freddie estaba tan contento que tenía puesto un sombrero verde de carnaval, y había hecho que Pierre se pusiera uno naranja. Dos de sus invitados, Felipe y Aurora, tomaban jugo de naranja, y los otros dos, Ashley y Thomas, tazas de chocolate caliente. Había invitado también a una tercera pareja de amigos suyos, pero no habían podido venir. 

—Está todo muy rico, Freddie, gracias —comentó Felipe, con su pequeño hijo en brazos. 

—Nos merecemos un momento así después del tremendo año que hemos tenido—terció Aurora sombríamente. 

—Y que lo digas, Mona Durmiente —corroboró Ashley entre risas.

—¿Sí? ¡Pues que sepáis que mi año ha sido mucho más terrible que el vuestro! —terció rotundamente Freddie.

—No empieces a ponerte competidor—le susurró Pierre—. Y no es que me queje de esta celebración pero, ¿te parece motivo suficiente el que hayan cancelado “Don Kitsote y Sancho Adam”. 

—¡Hijo, no puede haber mayor motivo de celebración que ese! —aseguró el maestro con mucha alegría—. Al fin han cancelado esa bazofia repugnante, monumento al mal gusto y la vergüenza ajena. Y tú has dado trabajo, my poor summer child, y al fin te has dado cuenta también de la porquería en que se convirtió esa serie.

—Sí, bueno, pero yo la dejé de ver y punto. Tú seguiste leyendo novedades, enojándote con ellas y peleándote con mucha gente en Twitter —apuntó Pierre. 

Ashley presintió que Freddie iba a contestar de mala manera, así que se apresuró a intervenir. 

—Por suerte la que miraba yo, “La Usurpadora”, terminó muy bien. Llegó la verdadera y echó a la usurpadora a la calle a golpes de sartén. 

—Y ahora los cuatro energúmenos de las redes sociales que siguieron viendo esa serie de porquería se quedarán frustrados para siempre, porque Sancho y Paco el Manco quedaron separados —terció Freddie con alegría maligna. 

—Bueno, todo ha estado estupendo pero ya es hora de volver a nuestras casas —afirmó Aurora, levantándose de la silla—. Ojalá cancelen series malas más seguido, Freddie, así se repiten estas meriendas deliciosas.

Los cuatro abrazaron a Freddie a modo de saludo, se despidieron cortésmente de Pierre y abandonaron el departamento. 

—La verdad estoy muy contento, aunque no hayan venido todos los que invité —comentó Freddie, satisfecho. 

—¿Y a mí no me invitas? —envuelta en una nube de humo negro, el Hada Negra apareció ante ellos con una perversa sonrisa. Pierre se espantó de miedo, pero Freddie casi no se inmutó. 

—¿Qué…qué haces tú aquí? —preguntó Pierre, aterrado. Fiona chasqueó sus dedos y lo dejó paralizado en su lugar, al tiempo que se acercaba lentamente hacia Freddie. 

—La Abuela nos mintió cuando nos aseguró que ésta era una casa sin polillas —comentó Freddie con frialdad, al tiempo que el Hada Negra se reía.

—John Seabottom —comentó, acariciando sus mejillas con sus gélidas manos—. Por fin te conozco personalmente. Te he estado observando desde mi reino, al igual que he observado a todos en mi ciudad.

—Primero, que no me toques —replicó Freddie, impasible—. Y segundo, a ver cómo explicas que pudiste vigilar a todos desde un reino donde el tiempo pasa mucho más rápido que aquí, so capulla. 

—También estaba al tanto de tu manía de buscarle errores a todo —rió el Hada Negra—. Si eres tan inteligente sabrás que la Batalla Final se avecina y que será mucho peor de lo que te imaginas. Así que vengo a hacerte una oferta que no rechazarás.

—La rechazaré, pero no importa —repuso Freddie cansinamente.

—¡Únete a mí! —exclamó Fiona teatralmente—¡Te ofrezco la posibilidad de ser parte del nuevo orden que dominará el mundo! ¡Todos los reinos serán destruidos, pero tú puedes salvarte e inclusive reinar a mi lado! ¡He visto lo que has hecho, lo he visto todo desde mi prisión! ¡Tú has logrado algo que muy pocos, entre ellos yo, hemos conseguido! ¡Eres un caso casi único! ¡Únete a mí, John, hazlo! 

Extendió su mano muy entusiasmada, para estrechar la de Freddie, pero éste no la tomó.

—Mira, mi arma, sinceramente prefiero la muerte antes que tener que aguantarte toda la eternidad —le espetó con rechazo—. A mí no me va a asustar una Virgen Oscura con desorden hormonal. Hasta mi antigua jefa, la Aceituna Valverde, pudo detenerte atropellándote con su auto nuevo, así que tan poderosa no serás, y si quisiera unirme a un villano, al menos lo haría con uno de verdad, como Peter Pan. 

El Hada Negra lo miró como si acabara de tragarse el limón más agrio de todos, pero esbozó la mejor sonrisa de desprecio de la que fue capaz ante ese desplante. 

—Te arrepentirás, desquiciado. Te arrepentirás de desperdiciar así tu gran talento. Es una pena que hayan cancelado la serie que odias justo la noche en que vas a morir. 

Justo en ese momento, Fiona presintió que su hijo Rumpel la estaba esperando junto al lago, así que se desvaneció en una negra nube. Pierre, en ese momento, recuperó la movilidad. 

—¡No puedo creer lo valiente que has sido! —exclamó asombrado—¡Pero si esta mujer inventó la magia negra!

—Y yo no puedo creer que sigas pensando eso después de todo lo que hemos pasado —replicó Freddie con sarcasmo—. Este murciélago fanfarrón no da ningún miedo cuando has padecido a brujas malvadas con todas las letras.

TIBURONIA

Algún tiempo atrás

Freddie Kay había recuperado su cola celeste de tritón, y se encontraba prisionero en un enorme domo submarino, dentro de la guarida de hielo de la malvada hechicera Morgana. Junto a él estaba el tiburón Resaca, y la misma Morgana lo contemplaba desde afuera del domo, riéndose a carcajadas.

—¡Suéltame, vieja loca, suéltame! —gritaba Freddie golpeando el domo con toda la fuerza de sus puños—¿Cómo te atreves a capturarme así y dejarme aquí? ¿No ves que me estoy congelando? ¡Hace mucho frío!

—Pues sigue golpeando y gritando, así entrarás en calor —repuso Morgana entre crueles carcajadas—. No saldrás de aquí por más que patalees. ¿Patalees? ¡Oh, claro, has vuelto a tener cola, así que no puedes! —y continuó descostillándose de risa, mientras el joven tritón estaba cada vez más enojado.

—¡Tengo muchos amigos preocupados por mí, bruja estúpida! ¡Me encontrarán y me rescatarán!

—Lo dudo mucho, lindo, porque este lugar tiene un hechizo de ocultamiento así que nadie lo vería —respondió Morgana burlonamente.

—¡Entonces me escaparé yo solo! —gritó Freddie furioso.

—Ante cualquier tontería que intentes, yo trituraré tus huesos —amenazó Resaca.

—Tú cállate y más te vale que no vuelvas a fallarme, pescado del demonio, o te convertiré en un hipocampo —le advirtió la hechicera con ira.

—¿Pero por qué a mí, vieja desquiciada? —preguntó Freddie sin entender nada—¡Hay infinitos tritones en el océano! ¿Por qué justo a mí?

Morgana acercó su iracundo rostro al de Freddie, del otro lado del domo.

—¡Porque sólo tú puedes conceder mi deseo! ¡Tú eres el fin de mi trabajo, de mis frustraciones y mis amarguras! —aseguró, con una sonrisa tan maligna como ancha, y comenzó a nadar en círculos de alegría, agitando sus grandes tentáculos. — ¡Aún no puedo creer mi buena suerte! ¡Gracias, querido John, infinitas gracias!

—No tengo idea de lo que quieres conmigo, pero estoy seguro de que Ariel volverá a ser más inteligente que tú, y te vencerá de nuevo —terció desafiante Freddie.

—¿Ariel, dices, tritoncito querido? —se burló Morgana—Tu preciosa amiguita terminará estando de acuerdo conmigo, te lo apuesto.

—¿Qué estás diciendo? ¡Estás mintiendo! —exclamó Freddie, con temor y desconcierto.

—Siéntete afortunado, tienes ahora más propósito en la vida que quejarte por una serie absurda que no te gusta. ¡La Gran Diosa despertará y resurgirá más fuerte que nunca, todo gracias a ti!

Morgana continuó riéndose como desquiciada y bailando alrededor del domo, mientras Freddie, amenazado por el siniestro tiburón, continuaba gritando y suplicando por su libertad.

Interpretaciones: Ginnifer Goodwin como Blancanieves y Mary Margaret Blanchard, Jennifer Morrison como Emma Swann, Lana Parilla como la Reina Malvada y Regina Mills, Josh Dallas como el Príncipe Encantador y David Nolan, Emilie de Ravin como Bella, Jared Gilmore como Henry, Colin O'Donoghue como Capitán Garfio, Jamie Murray como el Hada Negra, Olivia Steele Falconer como Violet, Giles Matthey como Gideon, Giancarlo Esposito como el Espejo Mágico, Sarah Bolger como Aurora, Julian Morris como Felipe, Jessy Schram como Ashley Boyd, Tim Phillips como Sean Herman, David Lambert como Freddie Kay, Brenton Thwaites como Pierre Blake, Clancy Brown como la voz de Resaca, y Joan Cusack como Morgana.

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