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  • miércoles, 11 de junio de 2014

    Fan Fic: Once Upon a Time in Neverland 15


    En este nuevo capítulo de Once Upon a Time in Neverland notaremos grandes referencias al cuento original de Peter Pan, a su creador, y a la familia que le sirvió de inspiración para dar vida a los Darling, además de descubrir el mayor temor de Peter Pan.


    Chapter 15: Cursed Kiss


    Peter Pan estaba tumbado en la cama que había en la habitación del Árbol del Ahorcado, sobre una cama artesanal con una piel de oso que él mismo había cazado como colcha. Allí, con la nuca apoyada en sus brazos cruzados tras la cabeza pensaba mirando al techo cuando llamaron a la corteza que hacía de puerta.

    De mala gana se levantó y abrió para encontrarse con la espigada figura de Felix.

    - ¿Qué haces aquí? – Preguntó Pan en un tono nada amigable.

    - Tenemos que hablar – dijo él sin mostrar un ápice de sangre en las venas, completamente insensible al tono de su interlocutor, casi como una marioneta.

    - Te dije que quería estar solo, ¿Por qué vienes a molestarme estúpido? – Pan estaba inexplicablemente enfadado - ¿Crees que quiero hablar?

    - No he venido exactamente a hablar – respondió Felix igual que la primera vez.

    - ¡¿Entonces a qué has venido?! – Pan estaba harto del diálogo de besugos.

    - A por ti – respondió alguien tras Pan.

    El chico se dio la vuelta para encontrarse a Rufio con una soga al hombro y el Gladio Vorpal en la mano. Se quedó bastante perplejo al encontrarlo ahí, en una actitud sombría y amenazante que le puso los pelos de punta.

    - Todos nosotros – reclamó Felix cuando Pan se volvió hacia él ya no estaba sólo, sino con todos los lost boys, Baelfire, los Darling y Campanilla.

    Lo ataron en su árbol de pensar, Devin y Campanilla anudaban las cuerdas ante todos los presentes que contemplaban la escena con una macabra satisfacción en sus rostros, más tenebrosos si cabía a la luz de las antorchas.

    - ¡NO! ¡NO! ¡SOLTADME! ¡OS LO ORDENO! – Gritaba de forma estéril.

    - ¡¿Después del mal que nos has causado?! – Le espetó Campanilla.

    - Lo siento Pan, creo que mis padres no considerarán esto una travesura – le dijo Michael.

    - ¡Tu eterna vida ha tocado a su fin! – Gritó Devin desde la muchedumbre.

    - ¡Mas prieto! ¡Que sienta nuestro dolor en sus carnes! – Ordenó Baelfire agitando su antorcha.

    - ¡TE ENTROMETISTE EN NUESTRA FAMILIA Y LA DESTROZASTE! – Gritó Wendy rota de dolor.

    - ¡Y AHORA LO PAGARÁS CARO! – Añadió John lleno de rencor junto a un Rufio que lo miraba con extremo odio.

    Campanilla y Devin terminaron su cometido y volvieron con el resto, pero del grupo se separó ahora Felix que se puso frente a Pan y sacó una manzana del zurrón, de esas que le daba a Wendy para alimentarla. Sólo que la manzana era negra y a Felix no le costó nada aplastarla entre sus dedos, derramando una sustancia petrolífera a sus pies.

    - Podrida como tu corazón, entre ella y tu no hay ninguna diferencia.

    - Yo solamente quería recuperar la juventud que perdí, que otros me robaron, vivir con plenitud… - Intentó justificarse.

    Felix le agarró los pómulos con una sola mano y el cuello con la otra, acercó su rostro hasta casi unirlo al suyo y le dijo:

    - Nos has arrebatado nuestras vidas Pan, hemos perdido nuestra juventud en favor de la tuya… Ahora haremos lo mismo contigo.

    - ¿Qué? – Preguntó Pan al ver alejarse a Felix.

    Rufio se acercó por toda respuesta, empuñando el gladio con firmeza.

    - Rufio – le rogó – Rufio yo sé que eres diferentes, que me quieres como a un hermano y que eres muy leal, por favor no dejes que me hagan esto.

    - Te lo has hecho tu mismo – respondió él con asco antes de levantar el gladio y atravesarle el corazón…

    Y Peter despertó empapado en sudor, con las palpitaciones del corazón descontroladas. Estaba en su cama en el interior del Árbol del Ahorcado y sobre la piel de oso… Sólo había sido un sueño. Sin embargo la pesadilla empezaba ahora porque en el espejo que había frente a él no se devolvía su reflejo, sino que burlón le miraba un hombre, alto y de ojos azules, traje harapiento y pelo canoso… Malcolm había regresado, su juventud se acababa sin el corazón del creyente más puro.

    LONDRES, OCTUBRE DE 1904

    - ¡Chúpate esa Michael! – Le gritó John a su hermano al acertar la estocada con su espada de madera.

    - Te vas a enterar – amenazó el pequeño – jamás encontrarás el tesoro.

    La cabeza de George Darling asomó por la ventana.

    - Wendy, ¿No habrán cogido tus hermanos mis gemelos otra vez?

    - Oh lo siento padre – dijo Wendy llevándose las manos a la boca – enseguida se los llevo.

    - ¡Nadie robará mi tesoro! Muahahaha – rio Michael.

    - Michael por favor – rogó Baelfire diplomático, que hasta entonces había permanecido como espectador del juego de los hermanos.

    - ¡NO! – Y lanzó la espada de juguete a su hermana que echó el cuerpo a tierra para esquivarla.

    Sin embargo un quejido lastimero indicó que pese a todo le habían dado a alguien.

    - ¿Estás bien George? – Preguntaba una mujer de voz dulce a un niño de la edad de Wendy.

    - Si madre – respondió el frotándose la coronilla.

    Eran una mujer, cuatro niños, un bebé y una anciana, todos rubios y elegantemente vestidos. Tal vez la que más resaltaba era la dama, la abuela de los cinco niños, porque en vez de ir de blanco o colores claros como los otros llevaba un severo vestido morado.

    - Lo sentimos mucho señora – se disculpó Wendy con la mejor de sus sonrisas.

    - No ha sido nada querida – dijo la madre de los niños.

    - No, nada de nada – añadió la anciana – mirando hacia la puerta - por desgracia creo que esta es la residencia de George Darling, ¿Me equivoco? Oh espero que sí.

    - Pues no se equivoca señora… - Contestó Wendy, confusa ante el sarcasmo de la mujer.

    - Du Maurier, Emma du Maurier.

    - ¡Oh! - Exclamó Wendy, lo siento mucho señora Du Maurier.

    Emma du Maurier era la viuda de un célebre caricaturista, y una persona muy influyente en la alta clase inglesa. Por ello había sido invitada a casa de los Darling gracias a la amistad que mantenían Mrs. Darling y la hija de Mme. Du Maurier, Sylvia Llewelyn Davies, casada con Arthur Llewelyn Davies y madre de cinco hijos: George, que tenía la misma edad que Wendy; John, al que todos llamaban Jack y que tenía diez; Peter que contaba siete; Michael de cuatro; y Nico de apenas once meses de edad que descansaba en el regazo de su madre.

    - ¿Quién eres tú? – Preguntó Mme. Du Maurier al ver a Baelfire – que yo recuerde los Darling sólo tenían tres hijos.

    - Madre, no toque ese tema – le dijo Sylvia entre dientes, sonriendo a los niños con dulzura.

    - ¿Quieres jugar a buscar el tesoro? – Le dijo Wendy a George Llewelyn Davies, ignorando las conversaciones de los mayores.

    - ¡Claro! – Exclamó el niño.

    Tomaron rosbif en una cena que transcurrió con aburrida monotonía, como todas las de los mayores. Mr. Darling había contratado una sirvienta para la ocasión, y era ella la que los servía. Wendy jugaba a peleas de pulgares contra George Davies con las manos entrelazadas bajo la mesa mientras Mr. Darling daba su perorata sobre el banco.

    - Wendy te la vas a cargar – el susurro de Baelfire fue imperceptible, pero la niña lo oyó perfectamente.

    Aún así las risitas de ambos no pararon y llamaron la atención de Mme. Du Maurier, que miró a la niña con gesto reprobatorio.

    Finalizado el ágape todos los pequeños tuvieron permiso para jugar. Era confuso porque había dos Michael y dos John, pero aun así se lo pasaron bien con Nana, el terranova.

    - Mr. Barrie tiene uno igual, me deja montarme como si fuera un caballo – señaló Michael Llewelyn Davies.

    - ¿Qué podemos usar de tesoro esta vez Wendy? – Preguntó John.
    Wendy tuvo una idea genial.

    - ¡El arroz con leche del postre! – Exclamó – está tan rico… Será un tesoro perfecto. Mas tendremos que adentrarnos en las oscuras cuevas de la cocina, burlar a custodios cuarentones y volver con extremo sigilo – apuntó de manera fantasiosa, provocando las risas de los más pequeños – será una aventura como la que vivió Cenicienta al luchar contra Tontaina, el pirata de las manos al revés.

    - Y yo os acompañaré bella dama – dramatizó George Llewelyn Davies – y no dejaré que nada trágico ocurra mientras acudimos en pos del arroz con leche.

    Más risas que se apagaron cuando George y Wendy salieron al pasillo.

    - En realidad no creo que vivamos ninguna aventura fascinante – dijo Wendy encendiendo el quinqué que había en el aparador.

    - Bueno, demasiadas vivimos con Mr. Barrie.

    - ¿Y eso? – Wendy estaba intrigada, había ido a ver una obra de teatro del autor pero le había resultado muy aburrida.

    - Dice que de pequeño estuvo en un lugar llamado Neverland, que fue en sueños y que conoció a unos niños, lost boys, que seguían las órdenes de un adolescente que nunca crecía y que podía hacer lo que quería, Peter Pan.

    Wendy chasqueó la lengua.

    - No son más que aventuras de chicos… - puso los ojos en blanco y aquello hizo que se tropezase y casi cayese por la escalera, pero George la sujetó de la cintura y la atrajo para sí, evitando la desgracia - Gracias – le dijo ella.

    - No hay de qué – resopló él con el pulso a mil.

    - Entonces, ¿Cómo es Neverland? – Dijo en un susurro Wendy, sentándose junto al arco que daba al salón donde los adultos charlaban de cosas muy aburridas.

    - Pues hay piratas, indios, hadas, sirenas… - Con cada palabra los ojos de Wendy se abrían y brillaban más.

    - ¿Y las viste?

    - Ya te digo que yo no he estado ahí, sólo Barrie, y de todos modos no creo que sea verdad, ni las hadas, ni las sirenas ni la magia existen.

    - Claro que existen – le reprendió Wendy.

    - ¡Escucha! – Exclamó en un susurro aun más bajo – están hablando de nosotros.

    Se mantuvieron en un silencio sepulcral, oían la voz de Mme. Du Maurier.

    - Ya sabes George, debes de ir a más fiestas, dejarte ver en sociedad y presentar a tu mujer. Hacerle una puesta de largo a Wendy y que acuda toda la flor y nata de Londres, ya sabes que la hija de un contable no puede casarse tan humildemente como la de un directo. Creo que lo mejor para aprovechar la situación de ambas familias y crear una estable que consiga grandes metas sería que dentro de varios años, George y Wendy… Se casen…

    Fue todo lo que tuvieron que oír.

    Se quedaron omnipláticos, mirando el papel de pared que había frente a ellos… ¿Cómo se iba a casar Wendy con George? Sólo era su amigo, y sólo tenían once años, casi doce. Los pensamientos de él no eran muy diferentes. Azuzados y sonrojados se miraron y emitieron una risita nerviosa.

    - ¿Qué tontería verdad? – Dijo Wendy apartándose un mechón de cabello.

    - Sí, yo sólo me casaré con mi palo de cricket, juego en el Eton y se me da muy bien, aunque mi tío quiere que sea actor como él.

    Más risas. Se habían acercado más.

    - Mi padre dice que se hizo mayor el día de su primer beso – dijo George, cuya boca estaba a escasos centímetros de la Wendy.

    - Mi madre tiene una cobertura en su boca, la de un ósculo secreto.

    - La misma que tienes tú en la comisura derecha…

    En aquel juego infantil, los niños estaban a punto de darse su primer beso pero…

    - ¡NO! – Exclamó Wendy - ¡No quiero crecer! ¡No quiero casarme! ¡Yo quiero ser novelista!

    Los hermanos Llewellyn Davies se fueron con sus padres poco después y los hermanos Darling se acostaron. Pero Wendy no podía dormir. Se levantó y fue hacia la ventana cuyo cristal estaba empañado por el frío de la madrugada londinense, vacía, solitaria y silenciosa… No había nada, excepto una sombra que se acercaba a ella.

    NEVERLAND

    La barcaza de Felix navegaba bajo el claro reflejo de la luna que no hacía más que alargar la sombra de sus oscuras intenciones. Una vez hubo llegado al sucio casco del Jolly Roger le lanzaron una cuerda por la que llegó a la cubierta.

    - Y dime Felix, a que debo la cortesía de tu visita – preguntó Garfio mientras servía un trago de ron en el camarote del capitán.

    - He venido a hacer un trato.

    - ¿Un trato? – Garfio miró a Felix de arriba abajo – y supongo que Pan no está al tanto, ¿Me equivoco?

    - Debe quedar entre tú y yo Garfio.

    - ¿Un sucio secreto eh? ¿Mas que saco yo a cambio de auxiliarte?

    - Si tú me ayudas, te proporcionaré la forma de huir de la isla, de volver a tu tierra para cumplir tu venganza - Las cejas de Garfio se elevaron al oír las palabras de Felix - lo único que tendrías que hacer es… Quitarme de en medio a una persona que lleva largo tiempo estorbándome.

    - Asesinato – asintió el pirata - ¿Y de quién quieres que te desembarace?

    - De Rufio – afirmó Felix tajante – quiero que lo mates.

    - ¿Ese mancebo lerdo y ordinario?

    - Puede que sea lerdo y ordinario mas últimamente está metiendo las narices en demasiados sitios… Ya he intentado acabar con él, mas fracasé en mi cruzada y debido a mi impaciencia ni siquiera Pan tiene claro aún el sino del muchacho – Felix observó como Garfio dejaba la copa sobre el escritorio, vacía y con las marcas de sus labios – actué precipitadamente, ahora lo admito – dijo mientras surcaba el borde de la copa con su índice.

    - Lo que hiciste en aquel entonces, tus errores… - Garfio decidió dejar la frase en el aire - No querrás que los pague yo ahora ¿No? Tal vez morir no sea el destino de Rufio.

    - Nunca dejo el destino al azar, pirata – arremetió Felix – tan solo dime si aceptas el trato.

    - Guiaré a ese muchacho hasta el lugar que creas apropiado – el pirata sonrió a su garfio – podría destriparlo...

    - ¡NO! – Ordenó Felix – su muerte ha de ser rápida e indolora, no quiero que se convierta en un mártir. Algo estúpido que parezca un accidente, tíralo por un barranco por ejemplo.

    - Si tan claro lo tienes hazlo tu mismo.

    - Yo necesito cubrirme las espaldas y tú necesitas irte.

    Garfio se echó a reir.

    - ¡Mr. Smee!

    El marinero entró algo desvelado en el camarote.

    - Desembarcamos en Neverland.

    - Pero capitán, ¿para qué…?

    - Y afila mi garfio, tenemos trabajo…

    LONDRES, UNA SEMANA DESPUÉS

    No había nada como estar resguardado bajo una manta en una cama calentita y cómoda mientras afuera el frío empañaba los cristales. En el cuarto de los niños Darling todos dormían plácidamente, excepto Wendy, demasiado excitada por la visita de la sombra que llamaba a Bae con pequeños chistidos.

    - Bae – le dijo cuando el muchacho abrió los ojos – ven a la ventana.

    - ¿Qué ocurre? – Preguntó él.

    - La sombra ¿vendrá esta noche? – Preguntó John poniéndose las gafas.

    - Eso espero – respondió Wendy sonriendo con emoción.

    Baelfire arqueó las cejas extrañado.

    - ¿La qué?

    - Hace unas semanas, más o menos cuando llegaste – explicó la joven – una sombra vino a la ventana. Lo extraño es que no tiene cuerpo y hace muchas cosas maravillosas, no se… ¡Cambiar de forma! ¡Volar! ¡Y viajar entre mundos! – Bae sonreía por la ternura que le provocaba la inocencia de Wendy - ¿Y sabes por qué? Porque tiene magia – rio de su propia respuesta, pero Baelfire ya no compartía su sonrisa.

    - Prometedme – dijo seriamente – que no volveréis a abrir esa ventana ni a hablar con la sombra.

    - No seas crío – se molestó Wendy.

    - La magia es peligrosa, y siempre conlleva un precio.

    - Dices eso porque no crees en la magia – espetó John.

    - ¡No! Si que creo, lo digo porque ya la he visto. Vengo de otra tierra donde hay magia por todas partes.

    - Oh, ¿Eso qué dices es verdad? Porque suena maravilloso.

    - No es lo que crees. La magia hizo que me fuera. Todo lo que tenía lo perdí por su culpa.

    - Hablas de tus padres…

    - La magia destruyó a mi familia, no quiero que haga lo mismo con la tuya. Si regresa la sombra prométeme que no te acercarás.

    - Vale Bae – accedió Wendy apenada – te lo prometo.

    Mary Darling entró en el dormitorio y sorprendió a los niños al pie de la ventana.
    - ¡Venga! Ya es hora de acostaros.

    Y no tuvieron más remedio que volver a sus camas, pero Wendy volvió a levantarse tan pronto su madre se hubo ido, de hecho abrió la ventana de par en par al ver a la sombra acercarse, desoyendo el consejo de Baelfire.

    - ¡Mira Bae! ¡Ahí está la sombra!

    - ¡No! Wendy aléjate de la ventana – Bae estaba aterrado tras ver aquella masa incorpórea y negra de brillantes ojos blancos volar frente a la casa de los Darling.

    - No tienes nada que temer no quiere hacernos daño – intentó tranquilizarlo – viene de otra tierra. Una tierra con magia pero es diferente de donde tu provienes.

    - Wendy por favor – la niña le dio la mano a la sombra - ¡No la escuches!

    - Se llama Neverland – repuso ella feliz – allí no hay mayores y los niños no se hacen adultos y podemos hacer lo que queramos, ¡Incluso volar!

    - Es un truco – Bae le agarró la mano, no quería dejarla ir – no vayas, no necesitas magia, tu familia está aquí y eso es lo que importa.

    - ¡Éste ha sido siempre mi sueño! – Wendy se soltó de Bae - ¡Tú no crees en él!
    Baelfire la llamó a gritos, pero ella se alejaba cada vez más rumbo a las estrellas…

    NEVERLAND

    Rufio estaba completamente perdido, en medio de la Selva Oscura y sin probar bocado desde que llegase de Wonderland. Cuando vio un arbusto de bayas se lanzó a por ellas sin ningún pudor.

    - Yo que tú no comería las azules – dijo alguien a sus espaldas.

    - ¡BAELFIRE! – Gritó Rufio al girarse y verlo – me quedé muy preocupado por ti cuando Peter…

    - Aparecí en mi refugio, no me pasó nada malo - a Rufio se le fueron los ojos hacia el pedazo de carne que llevaba Bae en su hatillo - ¿Estás bien? No tienes buen aspecto.

    - Soy débil y estúpido, un completo pusilánime… Peter me ha traicionado y aún no soy capaz de ver lo malo que hay en él – Bae escuchaba atento sus palabras - he vivido toda mi vida en un mundo hostil, con una maldad que nada tiene que ver con la de los cuentos de hadas. Me resisto a pensar que Peter ha querido hacerme ningún mal, me resisto a creer que no es bueno y me aferro a lo que sea para ello, a pesar de que mi voz interior me diga que no es cierto.

    - Rufio, créeme, Peter es la peor persona que conocerás jamás.

    - Para mí ha sido como un hermano mayor, le quiero, y ese cariño fraternal es lo que me impide darme cuenta de su traición… El amor… - las palabras de Cora hablaron por él – es debilidad – y en su mente una idea brilló con fuerza - Bae, ¿Dónde está tu refugio?

    MUCHOS AÑOS ANTES

    Wendy no se lo podía creer la primera vez que vio la isla de Neverland ante ella, resultaba paradójico ya que si estaba allí era porque creía…

    La sombra la dejó con total delicadeza sobre un entramado rocoso, gris y frío. Nada que ver con la soleada isla cubierta de verde que había visto desde el aire. Las corrientes de aire y el agua que subía de nivel en aquella ensenada la hicieron creer que haría menos frío en Londres.

    - ¡Eh! ¿Quién eres? – Preguntaron dos niños gemelos, ambos iguales, que cargaban con un cofre de madera.

    - Me llamo Wendy, ¿Quiénes sois vosotros?

    - Yo soy Tú – dijo el de la izquierda.

    - Y yo soy Ytú – completó el de la derecha.

    - ¿Tú e Ytú? – Preguntó Wendy extrañada.

    - Peter Pan no sabe lo que son los gemelos, no sabe por qué son iguales ni tampoco cree que uno deba mantener su nombre cuando llega a Neverland – explicó una lucecita verde.

    - ¡¿Eres un hada?! – Se sorprendió Wendy.

    - Exacto – una mujer rubia, de ojos verdes y complacientes que vestía un hermoso traje de fantasía hecho de flores y hojas y que también tenía dos alas que hizo desaparecer con un repentino movimiento espasmo llegó – mi nombre es Campanilla.

    - Yo soy Wendy, Wendy Darling. ¿Y qué estáis haciendo?

    - ¡Íbamos de expedición! – Respondió Ytú.

    - Sí, Peter nos encomendó la tarea de buscar un tesoro, ahora debemos llevarlo al campamento – añadió Tú.

    - Suena genial.

    - Tiene que contarnos el final del cuento de Cenicienta, todos los días manda a la sombra a que traiga una historia de otro mundo, queremos saber si acaba con los piratas.

    Wendy estaba sorprendida, era su cuento.

    - ¿Quieres acompañarnos? – Ofreció Campanilla.

    Wendy accedió encantada, al salir de la ensenada llegaron al desfiladero y caminando un poco más allá se acercaron a los Bajos Saltos Arcoíris.

    - ¿Hay más hadas en Neverland? – Preguntó Wendy con interés.

    - No, sólo yo.

    - ¿Y eso?

    - Soy un hada distinta, nací en la Tierra sin Magia, en los Jardines de Kensington. Sin magia no era más que una Pulgarcita. Mas Peter Pan me halló y me trajo a Neverland, donde puedo usar algo de mi magia y donde puedo volar.

    Wendy creía encontrarse en el paraíso. El sol brillante bronceaba su pálida piel, la cascada que caía cerca provocaba un sonido que embellecía más el ambiente, frente a aquel paisaje de un mar sin fin, y frente al borogobio que pululaba cerca de ella. Un pájaro de aspecto desaliñado cubierto de plumas por todo su cuerpo pero que carecía de alas. Wendy no sabía si se parecía más a un loro o a un estropajo andante, eso fue lo que pensó cuando lo vio devorar con su pico torcido “algo” que escapaba a su vista.

    - Debemos seguir, mas nosotros no podemos volar – se lamentó Ytú al ver la gran pared rocosa que se erguía ante ellos – no podemos alcanzar los Altos Saltos Arcoíris.

    - ¿Por qué no podéis volar?

    - Sólo Pan puede volar en Neverland – respondió Tú.

    - ¿Ah sí? Pues vamos a cambiar esa regla.

    - Se necesitan pensamientos felices…

    - Y polvo de duende – concluyó Campanilla soplándole un polvo verde.

    Wendy lo aspiró y recordó aquella Navidad en la que recibió un juguete de cristal… Poco a poco se elevó, subió todo el precipicio y dio de bruces con un muchacho… Peter Pan.

    Rufio sabía perfectamente donde estaba, en el árbol donde se había dormido cuando llegó a Neverland. Cavó un hoyo a sus pies, después venía la parte difícil de su plan.

    - El amor te debilita – dijo con lágrimas en los ojos – y para lo que tengo que hacer, no me puedo permitir tener debilidades.

    E introdujo la mano en su pecho, sintiendo el dolor de mil cuchillos atravesar su piel antes de sacarse el corazón. Un órgano grande y luminoso rodeado por un aura dorada y brillante. Con su otra mano hizo aparecer un cofre de oro, como los que Cora tenía en su cripta, y ahí guardó su corazón antes de enterrarlo a los pies del árbol. Y para asegurarse de no perderlo de vista, marcó el árbol con un símbolo que sólo él reconocería.

    - ¡¿ERES TÚ?! ¿Tú eres Peter Pan?

    - ¿Quién eres tú? – Preguntó Peter con una sonrisa, consciente de la respuesta.

    - Wendy, Wendy Moira Angela Darling. Soy la hija de un banquero, George Darling, y hermana de John y Michael, vamos al Eton donde somos amigos de los Llewelyn Davies…

    - Tampoco tienes que contarme tu biografía, ¿Sempre hablas tanto? – Rio Peter que no pudo evitar acordarse de Clara.

    - Bueno yo… - Wendy estaba sonrojada, a causa de los nervios se había puesto a decir cosas sin sentido.

    - Debería ser yo el que se pusiera nervioso – la tranquilizó Peter tomándola de los hombros – al fin y al cabo en Neverland no hay niñas.

    - ¿No hay niñas en los lost boys?

    - Las niñas son demasiado listas para perderse, valen más que veinte niños.

    - Oh Peter es maravilloso oírte hablar de las niñas – sonrió Wendy.

    Pan levantó las cejas.

    - Es la verdad, al fin y al cabo ningún lost boy ha conseguido volar.

    - Me gustaría darte un… - Wendy no pudo evitar acordarse de George Llewelyn Davies - un dedal.

    - ¿Un dedal?

    - Sí – lo tenía en el bolsillo de su camisón, había estado bordando con Mme. Du Maurier y Sylvia aquella tarde.

    - Gracias supongo – dijo Peter extrañado con el presente, poniéndose el dedal de oro en uno de sus sucios dedos con uñas ennegrecidas - te regalaré yo otra cosa.

    - ¿El qué? – Preguntó Wendy emocionada.

    - Te voy a mostrar el baile de las luciérnagas.

    - Mas las luciérnagas salen de noche.

    - Esto es Neverland, yo elijo el momento del día que quiera– y con un movimiento de su mano Peter ocultó el sol – te mostraré la isla mientras sale la luna.

    Peter y Wendy se tomaron de la mano y sobrevolaron toda la isla, mostrándole el joven todas las maravillas de la isla a la muchacha que quedaba cada vez más emocionada.

    - Ahí está el campamento indio, aunque no hay indios. Lo construyó un lost boy que venía aquí en sus sueños, James, también de la tierra sin magia. Le gustaba jugar a una cosa que se llamaba indios y vaqueros con los demás.

    - ¿Qué fue de él?

    - Que creció, como todos los que no se quedan.

    - Ojalá pudiera quedarme para siempre Peter – dijo Wendy mirando las nubes de su alrededor – ojalá pudiera.

    - Y puedes, ven conmigo – bajaron hasta un claro de la selva, donde pequeñas partículas de polvo dorado brillaban, alumbrando junto a la luz de la luna – fíjate bien Wendy, parece uno, pero en realidad son dos.

    Wendy acercó bien su cara a una de esas motas doradas, efectivamente eran dos insectos, completamente unidos.

    - Sin embargo no dura para siempre Wendy, porque cuando amanezca desaparecerán, el amor no es eterno – filosofaba Peter.

    - El amor verdadero sí. Mis padres se conocen desde niños, se enamoraron en la adolescencia y se casaron en la juventud.

    - Suena bien.

    - Mi padre la conquistó bailando.

    - Yo sólo sé un baile, el vals.

    Wendy hizo una reverencia a Pan y tomó la palma de su mano izquierda mientras que con la otra tomaba su hombro, un escalofrío la recorrió cuando Peter agarró su cintura y comenzaron a bailar. Al poco de hacerlo sobre tierra firme el joven empujó a Wendy que salió volando. Él se reunió con ella y prosiguieron la danza en el aire, rodeados de luciérnagas que los envolvían con su estela dorada, iluminando la sonrisa que tenía Wendy en el rostro, nunca había sido tan feliz porque nunca se había enamorado. El primer amor, el que nunca se olvida, el puro y eterno amor verdadero.

    Una compungida Campanilla los observaba desde tierra, algo celosa de la niña pero aun así conforme con la decisión de Pan, quien la había salvado de morir aplastada en los Jardines de Kensington años atrás. La heroicidad de aquel momento la había hecho desarrollar sentimientos hacia el joven, sentimientos no correspondidos.

    - Vaya vaya, mire eso Mr. Smee – dijo un recién llegado capitán Garfio a su subalterno, ambos observaban con avidez a la pareja tras unos arbustos – maldito día, Pan se ha enamorado, ha encontrado a su Wendy.

    Peter y Wendy seguían ascendiendo en su baile, dejaron atrás las copas de los árboles que se alimentaban del rocío de la luna para crear más polvo de duende. Wendy sonrió a Peter e intentó darle un beso, pero Pan se echó hacia atrás para evitar tal cosa.

    - Peter… - Se sorprendió Wendy.

    - Es sólo fantasía, una ilusión… - Y toda la magia de la escena desapareció y los jóvenes volvieron a tierra firme.

    - Peter, ¿Cuáles son tus sentimientos?

    - ¿Sentimientos?

    - ¿Felicidad? ¿Tristeza? ¿Celos? ¿Odio? ¿Amor…?

    - ¿Amor? – Preguntó Peter, - no sé lo que es eso.

    - Si que lo sabes Peter, en tus ojos veo que lo has sentido, por algo o por alguien.

    - ¡NUNCA! – Pan perdió su encantadora compostura - ¡Hasta la palabra me revienta! ¡ME REPUGNA!

    - Peter… - Wendy intentó acariciar su mejilla pero Pan huyó.

    - ¡¿POR QUÉ LAS MUJERES LO ESTROPÉAIS TODO?! ¡¿NO PODÉIS SIMPLEMENTE DISFRUTAR DEL MOMENTO SIN PENSAR EN EL FUTURO?!

    - Ay mucho más que el presente.

    - ¡DIME QUÉ!

    - Se sabe cuando se crece.

    - Mas yo nunca creceré, y tú no me obligarás. Si lo hiciera no te gustaría. Vuelve a Londres y llévate tus sentimientos.

    - ¿Por qué no me gustarías?

    - ¿De veras quieres saberlo?

    Wendy asintió, y entonces Peter hizo una locura, la besó, la besó con pasión y entonces un humo dorado lo envolvió. Wendy ya no estaba besando a Peter Pan, el atractivo y encantador adolescente, sino a Malcolm, un hombre maduro y ajado.

    - ¡¿QUÉ?! – Apenas separó sus labios sorprendida Malcolm volvió a convertirse en Peter.

    - Si quiero permanecer joven para siempre debo hacer algunos sacrificios. Los niños no se besan ni sucumben a la tentación de la carne femenina. Un ósculo de amor verdadero puede romper cualquier hechizo, mas el nuestro es una maldición en sí misma.

    - No puede ser.

    - Has de irte Wendy, no puedes quedarte en Neverland, no hay lugar para las niñas aquí, si te tuviera cerca no podría controlarme y acabaría poseyéndote, eso significaría mi final tal y como me conoces igual que lo fue tiempo ha. Volverás a casa y esta noche me llevaré a uno de tus hermanos, he estado mucho tiempo buscando al creyente más puro, y lo encontraré.

    Wendy estaba horrorizada pero no tuvo tiempo de protestar porque la sombra se la llevó antes de que mediara palabra.

    - ¿Pero qué ven mis ojos? – Preguntó Garfio – Peter Pan es otro y ha perdido a su Wendy.
    - Ahora no Garfio.

    - Otro ocupará tu lugar, y ese otro se llama… Marido – el pirata dirigió su garfio hacia el rostro de Pan y le arañó la mejilla.

    Peter estaba muy sorprendido con lo que acababa de ocurrir.

    - Vete… - Se limitó a decir el muchacho.

    - Obedezcamos capitán – pidió tembloroso Mr. Smee.

    Cuando los piratas se marcharon Campanilla adoptó su forma humana y curó a Pan.

    - Vete tú también – le dijo el joven.

    - ¿Al campamento?

    Peter negó.

    - Es hora de que te reúnas con las demás hadas, vete a El Bosque Encantado.

    - Mas mi hogar está aquí, contigo.

    - Si te quedas conmigo esto será lo que pase… - Y Peter también besó a Campanilla, lo que de nuevo le valió por unos momentos el recuperar el aspecto de Malcolm - No es amor verdadero, pero los niños son niños y los mayores mayores, así ha sido hasta ahora y así continuará.

    Y Campanilla desapareció.

    - ¿Te resulta gracioso? – Preguntó Pan al horizonte - ¿Te divierte Clara?

    - Mucho – contestó la voz de la doncella – ya ves que finalmente, todos pagamos por nuestros actos.

    Peter bufó despectivo y desapareció provocando que una brusca brisa barriera el polvo mágico que emitía la voz de Clara.


    Unas pocas gotas de agua se precipitaban sobre la isla, ambas perdidas como los niños que la habitaban. Sólo uno, que pisaba con fuerza sobre los charcos desparramados por la ladera de la montaña haciendo que las gotas del agua que los formaban se perdieran todavía más, parecía estar a punto de encontrarse.

    En la cresta de la montaña había una cueva en la que se escondían Baelfire y Campanilla.
    - Nunca saldremos de esta isla Campanilla – se lamentaba Bae dándole una patada a la pared de roca.

    - Algún modo habrá – intentó animarla ella sin muchas ganas, más concentrada en contemplar el Chocobo que había dibujado donde Bae había golpeado.

    - El Fragmento Estelar desapareció, o se lo llevó Silvermist o lo tiene Pan, sin judías ya sólo nos queda el tema de la sombra.

    - Eso es una quimera, un suicidio.

    - Mas debemos hacer algo, llevo casi cien años encerrado en esta cueva. Cuando llegué a Neverland me negué a unirme a los lost boys, Pan me dejó escapar, es imposible que no sepa que vivo aquí.

    - ¿Cuál es el plan? – Preguntó Campanilla.

    Pero no fue Bae quien contestó, sino alguien en la boca de la cueva.

    - Magia, la magia es la respuesta – aseguró aquella voz a los desertores.

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