Fan Fic: Final Battle Part 1

Leroy: "It's here... The Final Battle is coming!" Bajo la premisa de ofrecernos un final alternativo mejorado para Once Upon a Time tal y como lo conocemos, nuestro seguidor Peter Pan vuelve a narrar la batalla final desde la escena final del 6x19.

POR FAVOR, LEED ANTES DE DEVORAR EL FIC:

Escribo esta historia más por vosotros que por mí (porque yo la tengo en la mente y no preciso plasmarla en papel, claro). Porque os merecéis un buen final para la serie, un final a la altura. Esta finale alternativa comienza justo después de que Fiona y Gold hablen en el lago en el 6x19. Como dejaría al musical fuera del canon, me he molestado en escribir nuevas canciones y reescribir las que vimos, pensando en los fans que sí disfrutaron de ese capítulo. Dicho esto no me queda más que pediros que disfrutéis y disculparme por si la Black sigue siendo algo rara incluso en esta historia; yo he hecho lo que he podido con el canon que teníamos, o sea, un personaje muy mal escrito y tan plano que convierte a Úrsula la singstar en una joya de la literatura.

Espero que os guste el fic.

Con cariño, para el blog de OUAT Spain: Peter Pan.

El Bosque Encantado

Hace Muchos Años…

Una muchachita danzaba sola en un jardín, silbando con los pájaros mientras la fugaz luz del ocaso moría para dar paso a la noche.

Aquella joven, de piel blanca como la nieve, cabellos negros como el ébano y rojos labios cual carmín, era la princesa Blancanieves. Estaba llena de dicha, porque había salvado a su amiga Regina de una de las mayores penas que ella concebía en el mundo: perder a una madre. Seguro que cuando Cora aclarase las cosas con ella y el palafrenero todo saldría a pedir de guinda. Ya se imaginaba llevando los anillos en la boda de ambos y a la pobre Cora dándole las gracias por haber salvado a su familia.

Blanca llegó hasta un viejo pozo cubierto de enredaderas y se asomó a él. Johanna le había dicho muchas veces que era peligroso, que una podía caerse y morir ahogada o del golpe, pero, cuando era más pequeña, su madre le había dicho que algunos pozos eran milagrosos y que, si el eco repetía sus deseos, estos se cumplirían.

―Deseo… Deseo… ―canturreó junto a las palomas:

Canto… Canto de cisne,

es lo más que te puedo entregar.

Canto… Canto de cisne,

oyéndolo me encontrarás.

―¿Blanca?

Del susto, la princesita dejó caer el cubo que estaba al borde del pozo. Cora había aparecido de la nada.

―Buenas ―saludó la niña, haciendo una leve reverencia, tal y como le habían enseñado.

―¿Qué estás haciendo? ―preguntó la mujer, que mantenía una mueca severa y helada y miraba como si leyese las mentes.

―Cantaba una nana, una que algún día espero cantarle a mi hija ―dijo ella, sonriente como un amanecer y esperando que Cora le correspondiese.

Pero todo lo que hizo la mujer fue reír.

―Mi dilecta Blanca, estoy segura de que tienes muchos dones, mas el canto no está entre ellos, me temo. ―Cora disfrutó del efecto que causaban sus palabras en Blanca, que se encogió humillada―. Deberías dedicarte a otras cosas, ¿la pintura, por ejemplo? Aunque creo que ya no contáis con un buen artista en la corte… Bueno, creo que yo misma podré encontrarte alguna ocupación cuando Regina se case con tu padre.

Blanca se extrañó ante tal afirmación.

―¿Y qué hay de Daniel?

―Oh, cierto, Daniel… ―Ahora era Cora la que rabiaba por dentro―. Dentro de un rato hablaré con él y con mi hija. Tú no te preocupes.

―Espero que tengan su final feliz ―dijo Blanca, sonriendo.

―Lo tendrán, querida, te aseguro que lo tendrán y será todo gracias a ti.

Cora se agachó para besar a la niña y la apremió a entrar dentro. Ya oscurecía y no era decente que anduviese sola por los jardines.

De camino a su habitación, Blanca se cruzó con Regina, que, al verla, se llevó un dedo a los labios, cómplice. La joven iba a los establos a encontrarse con Daniel y estaba lista para marchar y dejar aquel horrible hogar atrás.

Y todo sería gracias a Blanca… Bendita niña.

Regina siempre le estaría agradecida por guardar su secreto.

…

Storybrooke

Hoy Día

21:00 PM

El hada negra asía la mano de su hijo con fuerza. Parecía no querer soltarlo, no querer dejarlo ir… Otra vez. Ambos estaban sentados en un banco del Storybrooke Heritage Park, enfrentando sus verdades por una vez.

Por primera vez.

―Podremos ser una familia si me perdonas. ¿Podrás hacerlo?

Rumpel vio cómo su madre bajaba la mirada avergonzada. Incluso sintió cómo temblaba. ¿Y sería verdad? ¿Podría ser que todo lo que ella hubiera querido fuera su amor? ¿Estar con él?

La miró y sintió que su corazón se partía en mil pedazos. Hasta hacía un instante había odiado a su madre; hasta hacía un instante no había sido más que el Ser Oscuro, un cobarde escondido tras la magia negra, un niño asustado y rechazado por todos. Pero lo que más le pesaba era que había perdido dos esposas y dos hijos por culpa del miedo y el poder… Ese poder que ahora su madre le prometía. Poder, amor y la muerte de su soledad.

Porque la soledad tornaba a los hombres en bestias.

―Papá… Peter Pan… ―A Rumpel le costaba horrores hablar―. Él me prometió lo mismo: un nuevo comienzo. Juntos. Pero yo no creí en sus palabras y lo mandé con las almas perdidas.

―No tengo nada que decir de tu padre…

―Calla, madre. ―Rumpel no había terminado. Apretó también la mano de Fiona, pero no con afán protector―. A lo que voy es a que no creo que todo lo que has hecho haya sido por amor. Mucho menos por amor a mí. Cortaste mi destino y me condenaste a una vida de cobardía y fracaso; te llevaste a Gideon y lo torturaste por años y ahora buscas que este mundo sea más cruel y oscuro. Eres malvada. Yo soy malvado. Y los malvados no tienen finales felices, ni siquiera juntos.

―¿Acaso no me has escuchado? ―Aquel reproche cargaba más intenciones de las que el hada negra quería dejar ver. Sus palabras clamaban rabia ante un embuste fallido; ante un fingimiento pillado in fraganti―. Tú no sabes lo que he pasado, Rumpel. Esa mosca me encerró en la nada, en el Reino de la Oscuridad, y las sombras se llevaron mi ser. No hay pena más profunda que la sentí allí, viendo como aquel infierno se llevaba todo cuanto conocía, cuanto añoraba…

―Eso es lo que hace la oscuridad.

―¡Escúchame, Rumpel! ―chilló ella, desquiciada―. Pasé miles de años sola. Intenté ir a por ti, pero sólo el llanto de los bebés abandonados me permitía salir de ese reino y por muy poco tiempo. Creciste y ya no tuve modo de encontrarte y, cuando lo hice… Cuando me invocaste…

―¡Cállate!

Gold la abofeteó. Estaba lleno de ira. Se levantó del banco y miró a su madre a los ojos; estos ya no fingían.

―Ya veo que nada te va a convencer, ¿no? ―dijo el hada negra, esbozando una sonrisa.

―Conocí a papá mejor que nadie y, aun siendo un niño endiablado y embustero, siempre sonó más convincente de lo que tú estás siendo.

―Y dime, hijo ―rio el hada, poniéndose en pie y atusándose el vestido―, ¿te enseñó papá su jueguecito preferido? Sigue a la reina.

Y al alzar su mano, Fiona encontró en ella la daga del Ser Oscuro, que brilló a la débil luz de la luna creciente.

―Dijiste que no la usarías. ―Gold había perdido toda ventaja. De pronto estaba a merced de su madre.

―Oh, querido, ¿y me creíste? ―preguntó con burla, riendo a carcajadas―. Da igual cuanta protección pongas en esta daga. Por miles de años he estado estudiando magia, la más oscura de toda. No inventé la nigromancia, mas la hice evolucionar y la llevé a niveles que ni el Ser Oscuro podría imaginar. No seré tan vieja como él, pero, ¿qué más da?

―¿Y qué vas a hacer ahora? ―Rumpel apretó los puños, impotente―. ¿Me ordenarás matar a la señorita Swan?

―No, hijo. Voy a usar la daga, mas no para controlarte. Por ahora disfrutaremos de una agonía repleta de magia… ―Y a la noche, levantando la daga, gritó estas palabras: Dorchadas lìonadh an adhar. Fhalamh, a 'tòiseachadh a' chuairt dheireannach a 'bhlàr.

Rumpel se elevó y giró sobre sí mismo mientras un aura roja lo envolvía. De su boca empezó a salir brea negra, la pura maldad, su Ser Oscuro. Su madre, en aquel particular exorcismo, seguía conjurando hechizos en el lenguaje feérico, haciendo que la oscuridad ascendiera como un chorro hasta el cielo.

Las estrellas y la luna titilaron y todo pareció apagarse. Entonces fue cuando apareció aquel vacío en el firmamento, aquella mancha mágica en el cielo.

¿Un agujero negro?

―¿Qué has hecho? ―preguntó Rumpel a duras penas. Su madre lo hizo caer al suelo.

―Te iba a dar un empacho de oscuridad, hijo mío. ¿Cuántos Seres Oscuros tenías dentro? Santo Olimpo… ―dijo con una sonrisa y llevándose una mano al pecho, fingiendo un disgusto maternal―. Eso no podía ser sano, querido. Deberías agradecerme este lavado de estómago.

―Desgraciada… ―rumió Rumpel―. ¿Acaso no querías conjurar el hechizo oscuro?

―Pero ni tengo a alguien amado cuyo corazón aplastar ni poseo el polvo oscuro… Claro que eso es sólo cuestión de tiempo, porque tú serás quien torne los diamantes de Storybrooke en ónices. Así culminaremos la invocación de la Noche Eterna.

―¿La Noche Eterna? ―Rumpel palideció.

―¿Para qué conjurar un hechizo que me ate a este pueblucho hecho bajo los deseos de la reina malvada? Mucho mejor hacerlo después de construir un reino nuevo.

―¿Arrasarás todas las tierras sólo por reinar sobre las cenizas?

Fiona rio como una loca. Estaba eufórica.

―No entiendo que te escandalices, hijo… Al fin y al cabo…

COMIENZA LA CANCIÓN BLACK FAIRY’S ULTIMATE SHOW

Fiona

My dark purpose will be fulfilled and the savior will perish.

In this endless night

the nightmare they’ll have will be as bad as can be.

It scared them out their wits,

the realms falling to bits!

And they’ll open their eyes and see

that the nightmare is… me!

I am the most powerful fairy,

but that nuns betrayed me… (They made a mistake).

The curse that would protected my child.

The darkness I’d use as light…

Remnants of the past

cause the black chaos is awake…

Cause the black chaos is…

The black chaos is awake.

Chorus and Fiona

This is true darkness and it will always find them.

In the endless night just before dawn.

Win will be sweet

when chaos is complete.

In the final battle…

The savior will be gone!

Fiona

Now I see that my powers are slowly growing.

What to expect when I practically invented dark magic?

As the realms fall into disgrace

I’ll see the heroes crawl into place!

Do the savior, Emma, my darling…

Farewell!

Chorus and Fiona

And this endless night will be the last one.

Changelings were the least I can do.

In the endless night blackness will brew.

Fiona

Dearie, it’s time. The final battle begins.

Chorus and Fiona

In this last night…

Fiona

Emma will through!

Chorus and Fiona

This is true darkness and it will always find them.

This is a war and it will end all…

Fiona

For good!

Dearies, chaos it’s here

and the final battle begins.

Chorus

In this… In this endless night…

In this… In this endless night…

Fiona

Come my Dark One,

rise for your mama,

and let your beautiful power shine.

Open your heart,

yes, bring it to me.

Now I’ll have you and your son…, my son…

Chorus

In this endless night…

(In this endless night).

In this endless night…

Fiona

Oh, winged power…

A happy ending will be mine.

And…

Victory! Victory will be mine!

…

País De Oz

―¡Levanta! ¡Ruby, deprisa, levanta, es urgente!

Ruby se incorporó de un salto y abrió los ojos tan rápido que hasta le dolieron. No llevaría ni dos horas en la cama y estaba tan a gusto…

―¿Qué pasa, Dorothy? ―¿Por qué ella no estaba durmiendo? Ambas estaban exhaustas tras el gran día que habían pasado, celebrando la onomástica de Oz.

Al recordar los fastos, Ruby se dio cuenta de que algo malo ocurría, porque los ruidos que entraban por el gran balcón de la habitación del Palacio Esmeralda parecían distintos. Los cánticos habían cesado y lo que oían eran gritos de horror y auxilio.

Se puso la caperuza sobre el camisón, igual que había hecho Dorothy, y salió a asomarse. A la luz de la ciudad pudo ver a la gente y a los munchkins que corrían hacia el bosque y señalaban… ¿Al cielo? Por un momento, Ruby pensó en que un ovni sobrevolaba Oz, como había visto en muchas películas en Storybrooke, pero la sola idea de extraterrestres en aquel reino le pareció ridícula.

No. Lo que provocaba el caos era algo mucho peor. Mucho más peligroso.

Era el propio caos.

Pese a ser de noche se veía con claridad aquella creciente oscuridad que iba devorando el firmamento.

―¿Qué está pasando? ―preguntó Dorothy, igual de confundida que su novia―. ¿Qué es eso?

―Es un agujero en el tejido dimensional del espacio.

Las dos gobernantes de Oz se dieron la vuelta sobresaltadas. Una mujer rubia, vestida con un largo y elegante abrigo blanco, las miraba con preocupación.

Dorothy la reconoció.

―¿Glinda?

―Me alegra volver a verte y saber que te has convertido en la heroína profetizada por el libro de registros ―dijo la bruja esbozando una sonrisa―. Mas me temo que nos ocupa un reto mucho mayor que Zelena.

―¿No te desterró ella? ―inquirió Dorothy, desconfiada. Ruby seguía sorprendida por la repentina aparición de Glinda.

―Eso que veis en el cielo ha derribado las barreras entre reinos, lo que ha permitido que las otras brujas y yo hayamos podido escapar de nuestra prisión en el Bosque Encantado.

―¿Las brujas del norte y del este? ―Ruby ya iba haciendo memoria de lo ocurrido en el año perdido, cuando Blanca y David buscaban un modo de que Zelena no se llevase al pequeño Neal.

―Están en sus respectivas tierras, ayudando a su gente. Es capital que nos apresuremos.

―¿Pero qué es ese agujero del cielo? No lo entiendo… ―Dorothy estaba confusa, aunque ya no miraba a Glinda como si fuese un mono volador disfrazado.

―Es pura oscuridad materializada. Un maleficio antiquísimo, conocido como el Caos Negro o la Noche Eterna. ¿Está cerca o lejos? Nadie puede saberlo. Parece pequeño, sí, pero irá creciendo y al final engullirá todos los reinos, todas las dimensiones… Todo lo existente.

―¡¿Y cómo lo detenemos?! ―preguntó la pareja de guerreras al unísono.

―Sólo la muerte de aquel a quien protege podría. ―Y recitó―: «en una tierra maldita, el salvador llevará a cabo esta hazaña. Será entonces cuando se decida la batalla final».

―¡Emma! ¡Emma es la salvadora! ¡Y la tierra maldita es Storybrooke! ―chilló Ruby―. ¡Debemos ir a Storybrooke!

―Lo más sensato sería que pusiésemos a salvo a la gente de Oz ―dijo Glinda.

―Mas has dicho que ese caos destruirá todo, ¿no? ―Dorothy volvía a ser el poli malo.

―Hay un reino que es especial, uno que funciona como refugio para la gente que no quiere que sus historias salgan a la luz y para aquellos que han perdido su hogar: la Tierra de las historias no contadas. Antaño entregué al mago una llave que le serviría para marchar allí; fue un ardid para librar a Oz de su farsa, mas no dio resultado. La llave debe seguir aquí y nosotros debemos usarla para escapar del vacío.

―¿Por qué el vacío no se tragará ese mundo? ―Ruby estaba la mar de extrañada, igual que Dorothy, claro. Ninguna sabía mucho de magia y esa batalla final las pillaba desprevenidas, como quien dice.

―Porque la Tierra de las historias no contadas está entre los reinos de la luz y la oscuridad, en el limbo, en el crepúsculo ―explicó Glinda, echando nerviosas miradas al cielo―. Busquemos la llave en la cámara del trono. ¡Aprisa!

Tras volverse las tres un momento hacia el desolador paisaje que ahora presentaba Oz y tras mirar aquella oscura sentencia de muerte que las amenazaba, las nuevas protectoras del reino, aún con el camisón bajo sus caperuzas roja y azul, salieron raudas hacia la llave de la salvación.

Con Toto ladrando detrás, claro.

…

Storybrooke

21:28 PM

Rumpel se retrasaba y eso a Bella no le daba buena espina.

«¿Y si no es el héroe que crees que es?» se preguntaba como una tonta. Aunque luego se consolaba pensando en que Emma y los demás eran mucho más confiados que ella, pues estaban tan tranquilos cenando donde la abuelita.

Nerviosa, se acercó al escaparate y, sin abrir la persiana, se asomó a la calle oscura y desierta. No había ni un alma. Si el hada negra quisiese ir a por ella podría hacerlo y matarla como si nada. Nadie se enteraría. Nadie notaría siquiera su ausencia…

―Tengo un mal presentimiento, Gideon.

Pero cuando miró a su hijo vio que estaba… ¿Dormido? ¿Cómo se iba a dormir amordazado en la silla?

―Gideon, ¿estás bien? ―le dijo, acariciándole el rostro. Se parecía a Rumpel, aunque también a su padre cuando era joven, si el retrato que había adornado el ala este de su castillo en el Bosque Encantado era fiable, claro―. ¿Gideon? ¿Qué está pasando?

El muchacho empezó a agitarse. Parecía que le daba un ataque.

―Ma-madre…

Bella no sabía qué hacer. Gideon se convulsionaba aún atado. Sus ojos se volvieron blancos y de su boca escapó un horripilante alarido de furor justo antes de que, por arte de magia, las cuerdas que lo apresaban desaparecieran. Bella retrocedió, pero su hijo dio un salto, se abalanzó sobre ella y la derribó contra el suelo.

La mujer rodó bajo Gideon y trató de impedir que sus manos le hicieran presa en el cuello o se le clavasen en los ojos.

―Gideon… ¿Qué está pasando? ―preguntó en un hilo de voz, intentando empujar a su hijo para liberarse.

Pero él estaba ido, loco, poseído. Era un peso monstruoso sobre Bella y comenzaba a aferrarse a su garganta y a apretarla con ferocidad.

A la desesperada, Bella trató de empujar la cara de Gideon hacia atrás, pero él le clavó los dientes en la mano, en el momento en que la caja registradora caía del mostrador situado junto a madre e hijo. Bella la alcanzó y golpeó con ella a Gideon. Algunas teclas cayeron al suelo y el muchacho, aturdido por el impacto, se inclinó hacia un lado, cubriéndose la cabeza. Bella volvió a golpearlo, doliéndole aquello a ella más que a él, y sintió como la cabeza de Gideon se rompía. Un hilillo de sangre le corrió por toda la cara hasta el mentón y el chico se derrumbó a un lado.

―Gideon… Lo siento ―dijo Bella, con lágrimas en los ojos y sin idea alguna de qué hacer―. ¿Es el hada negra? ¿Te está controlando?

Él se levantaba, aún confuso. Parecía un sonámbulo e irradiaba una especie de… ¿Oscuridad? Bella no podía describirlo. No podía siquiera creer lo que veía. ¡Los ojos de Gideon se habían vuelto amarillos!

―¡Gideon, resiste! ―le gritó a su hijo, al tiempo que se retiraba hacia la puerta, dispuesta a huir.

Pero él alzó su mano y comenzó a estrangularla con magia. Pero, ¿cómo? ¿Y el brazalete que la bloqueaba?

―Se acabó, Bella ―rio Gideon―. Tu hijo… Rumpel… Ambos se han perdido en la oscuridad, en la misma que los doblegaba.

Esas carcajadas, esas palabras… Bella no lo creía. ¡Era el hada negra que lo controlaba!

―¡Gideon, sé que estás ahí, sé…! ―No podía seguir hablando. No podía seguir respirando. Se ahogaba. Se iba. Era el fin.

Y lo último que iba a ver era a su hijo convertido en un monstruo.

A su hijo apagando su último suspiro.

Muy lejos quedó el ruido que hacía la campanita de la puerta al abrirse.

Muy lejos quedó el grito de su padre, espada al aire, al abalanzarse sobre Gideon.

Muy lejos quedaron las palabras de Leroy y una monja.

Para Bella, todo se apagó.

…

21:37 PM

La caverna de las hadas, la parte de las minas que el hada Azul llevaba ocultando desde que se rompió el hechizo, era un recoveco donde la roca se había convertido en altísimas y bajísimas estalagmitas y estalactitas de cristal. Allí se concentraba todo el polvo de hadas, toda la fuente de magia luminosa de Storybrooke y el propio corazón del reino.

Al comienzo de la Noche Eterna, las diamantinas paredes brillaban y titilaban pese a las oscuras presencias que se encontraban allí.

―¿Sabes, madre? Creo que tu plan tiene una pequeña laguna ―dijo Gold, mirando los cristales.

―No me digas ―rio el hada negra, jugueteando con la daga al tiempo que olía uno de esos diamantes, como si fuera una flor―. ¿No te parece que aquí apesta?

―Para oscurecer todo este polvo de hada… ―le ignoró Rumpel―, he de canalizar mi magia en este lugar.

―Siempre fuiste un niño muy despierto, querido ―cortó ella, acercándose a Gold y acariciándole el rostro con la daga.

―Perderé mis poderes en pos de tu polvo oscuro. ¿Es eso lo que quieres? ¿Dejarme inane?

Ignorando a su hijo, el hada negra se sentó en el suelo. Su sonrisa era la propia de un niño en verano, de un niño que lleva jugando horas y se ha tostado al sol, de un niño que corre y ríe con sus amigos. Cuan irónico era que tanta inocencia fuese la cara de una maldad desquiciada.

―¿Tienes idea de cómo he invocado el Caos Negro, Rumpel? ―El silencio de este la hizo seguir―. ¡Con la oscuridad que poseías! ¡La que ese pirata manco y la salvadora quisieron destruir con Excalibur! Ahora no eres más que un Ser Oscuro como otro cualquiera.

―¿Y eso qué tiene que ver con el hecho de que mi magia se vaya a perder al oscurecer estos cristales por orden tuya?

―Rumpel, ya te lo dije, no voy a controlarte. Te unirás a mí porque así lo querrás. Los cristales los va a oscurecer quien es capaz de hacerlo. Además, la magia no se pierde; esa bruja de Oz sólo dio parte de sus poderes antes de desbaratar mis planes por una estúpida reconciliación fraternal.

Gold se quedó perplejo. No podía ser.

―¿Tienes otro aliado en Storybrooke además de Gideon?

―Aliado no ―dijo una voz entre las sombras; una voz de mujer―. Aliada, Rumpelstiltskin.

Su túnica negra, su rostro de serpiente repleto de escamas y su mirada de furia y odio eran ya conocidas para el Ser Oscuro.

Eran las del propio Ser Oscuro.

―No usaste toda la oscuridad para invocar al caos, ¿no, madre?

El hada negra ensanchó aún más su sonrisa, pasando de ser un niño en verano a un maquiavélico muñeco en una pesadilla.

―Me reservé al Ser Oscuro original. Ella me ayudará encantada, ¿cierto?

―¿Acaso no has aprendido la lección, Rumpelstiltskin? ―inquirió Nimue, avanzando hacia él con mucha suficiencia―. En todos tus años como Ser Oscuro, en vez de extinguir la luz, te dedicaste a buscar a tu hijo. Luego, cuando por fin podías cumplir con nuestro propósito, ¿a qué te dedicaste? Creímos que ibas a sucumbir, mas lo que buscabas era desligarte de la daga, quedarte la oscuridad para ti y sólo para ti. Todo Ser Oscuro lo intentaba, mas todo Ser Oscuro acababa entendiendo que para liberar el mal antes había que acabar con la luz… Tus errores siempre han sido problemas para otros, Rumpelstiltskin.

―Desde que tengo este poder ―dijo Gold―, he tenido mi propia agenda. Zoso me molestó un tiempo y tú quisiste que abandonase la búsqueda de mi hijo. Cuando me deshice de vosotros pensé que os habríais dado cuenta de que Rumpelstiltskin pone las reglas. Igual que pensé que te darías cuenta de quién manda en esta ciudad, madre ―añadió mirándola a ella.

―Una vez más actúas de forma predecible ―dijo Nimue.

―Y egoísta, como está mandado en la familia ―rio el hada negra.

―¿Sí? ¿Y quieres saber qué es predecible, Nimue? ―Gold apretó los dientes―. Que dentro de un rato, cuando la luna alcance su cénit, aparecerá una furia y te arrastrará de vuelta al Inframundo.

―Aún no sé cómo lo hiciste... ―A Nimue no le importaban las palabras de Rumpel―. Mas tu oscuridad ha quedado presa en tu corazón… Es algo como jamás he visto. El egoísmo, la ambición y el miedo… Ni oscuridad ni luz, no; son esas tres emociones las que te dominan, las que dominan la nueva daga.

―Las que te llevaron a beber del Grial en primer lugar ―se defendió Gold.

―Somos inmunes a la oscuridad ―sonrió Nimue.

―Tú no eres inmune. Tú eres la oscuridad: una sombra sin razón que actúa por instintito. Lo sé bien. Fue una pizca de tu esencia, de nuestra esencia, lo que usé para que el suero del doctor Jekyll funcionase y convirtiese a Hyde y a la reina malvada en marionetas del odio. En bestias.

Nimue perdió la sonrisa. No lo podía engañar. Nunca había podido. Rumpelstiltskin siempre había sido el Ser Oscuro independiente.

―Que acabe la cháchara entonces ―dijo el hada negra, adivinando sus pensamientos―. Querido hijo, disfruta de los fuegos artificiales. Te los dedicamos.

La primera Ser Oscuro alzó los brazos y sendos chorros de brea negra bañaron la caverna. El poder de Nimue, tan inestable y caótico como el de los otros oscuros y como el de las emociones que dominaban a Gold, crearía las armas perfectas para acompañar al Caos Negro.

―Puede que nacieras como el salvador, hijo ―se burló Fiona―. Mas admítelo; adoras usar la oscuridad cuando tienes excusa para ello.

…

21:50 PM

La onda expansiva del experimento mágico-nuclear del hada negra y Nimue se sintió en toda Storybrooke.

En «La abuelita», donde la principesca familia de Emma cenaba, pareció un terremoto.

Ajenos a las preguntas que el resto de comensales se hacían, ellos se miraron adivinando lo que había pasado.

―¡El cocodrilo nos ha vuelto a traicionar! ―gritó Garfio, poniéndose en pie―. ¡Hemos de ir a por él!

―¿Y si eso ha sido como… Como una reacción a la muerte del hada negra? ―quiso creer Mary Margaret.

―Salgamos a averiguarlo ―sugirieron Emma y David.

Pero la respuesta llegó sola.

Por la puerta entraban una monja, que Blanca reconoció como sor Astrid, y Leroy, que cargaba a Bella en brazos.

―¡¿Qué ha ocurrido?! ―preguntó David, yendo a ayudar al enanito a poner a Bella en el suelo.

―Ese loco que ayuda al hada negra ―explicó Leroy a viva voz―. El hijo del Ser Oscuro. ¡Estaba intentando matarla!

―He sentido como se liberaba una gran cantidad de magia negra ―dijo sor Astrid, subiéndose al mostrador para que todos le prestaran atención―. ¡Hemos de ponernos a cubierto!

Emma, Garfio, Mary Margaret y David se miraban confusos. No entendían nada.

―¿Cómo está Bella? ―preguntó la abuelita, que traía un frasquito con sales.

―Sólo está inconsciente… ―David intentaba unir todas las piezas―. Leroy, ¿dices que Gideon intentaba matarla?

―Dudo mucho que Gold esté entonces ayudando al hada negra, ¿no? ―razonó Blanca.

―Entonces eso quiere decir que ha fracasado ―dijo Emma―. Y esa mosca oscura está… ¿Vengándose? ¿Por qué querría matar a Bella?

Algunos empezaban a salir corriendo de la cafetería para refugiarse en sus casas. Otros se quedaron ahí, esperando a ver qué decían los príncipes.

―Abuelita, debería avisar a los huéspedes que tenga en el hostal ―sugirió sor Astrid―. Esto una emergencia.

―Y quizás convendría poner un hechizo de protección en este sitio ―añadió Leroy―. Blanca, David… Hay algo que tenéis que saber…

Que el enanito más gruñón de todos agachase la cabeza y se quitase el gorro no presagiaba nada bueno.

―Fuimos a la tienda de Gold porque las hadas sentimos como la oscuridad se liberaba ―explicó Astrid―. Alguien ha invocado una fuerza apocalíptica, el Caos Negro y… Como aún buscamos al hada Azul, decidí ir yo misma a preguntar al Ser Oscuro.

―Y yo decidí acompañarla por si las cosas se ponían feas ―apuntó Leroy.

―Pero no fuimos nosotros dos solos ―dijo sor Astrid―. Moe French, el padre de Bella, nos acompañó.

El hada y el enano se miraron y hablaron a la vez:

―Quería librar a su hija de Gold de una vez por todas.

―Y le dejasteis luchando contra Gideon ―adivinó Mary Margaret.

―Iré a ver qué ha pasado allí ―dijo David.

―¡No, papá, no! ―Emma no podía dejarlo. Era un suicidio.

―Brumete, ¿acaso quieres que ese angustia adolescente te ensarte con la espada como a ese Moe?

―¡Algo hay que hacer! ―se indignó David―. ¡No podemos abandonar a ninguno de nuestros vecinos!

Emma pensaba todo lo deprisa que podía.

―Yo iré a por Henry y avisaré a Regina y Zelena, ¿de acuerdo? ―Fue lo primero que se le ocurrió―. Si es la batalla final lo que se avecina… No sé… Deberíamos buscar un refugio seguro para la gente, ¿no?

―David, tú y yo nos dividiremos ―dijo Mary Margaret―. Cuando bajen Felipe y Aurora les pediremos ayuda también. Iremos convocando a los vecinos y los reuniremos en el ayuntamiento para informarles de lo que sucede.

―Contad conmigo ―añadió el pirata―. Detesto quedarme mano sobre garfio.

―Las hadas y yo pondremos un hechizo de protección alrededor del ayuntamiento, por si acaso ―decidió Astrid, ya corriendo hacia la puerta―. ¡Nos encontraremos allí!

Emma y el resto oyeron un extraño susurro, como si un vendaval mágico se desatara.

No había tiempo que perder.

La salvadora salió y cruzó la calle hasta su escarabajo amarillo. Garfio la siguió.

―¡Emma!

―Quédate con mis padres, Killian. Les serás más útil que a mí ―le contestó antes de que le pidiese nada―. ¿Dónde habré puesto las llaves?

―Escúchame, Swan ―insistió Garfio, cogiéndola del brazo y obligándola a darle la cara.

―Killian, no es el momento… ―Emma la bajó la mirada―. Ahora no es el momento.

Garfio la abrazó. No quería dejarla ir. No quería perderla.

―No puedo quedarme solo otra vez, amor.

Emma no supo cómo reaccionar. Le habría gustado romper a llorar igual que Garfio, pero, como ella decía, no era el momento. Recordó a Cleo Fox y sus corazas; las necesitaba en ese momento más que nunca.

Pero Killian era débil y pasional. Una vida de esclavitud y soledad, una adultez de fracaso, las pérdidas y la venganza lo habían convertido en lo que era, alguien con miedo a estar solo. Emma era igual, sólo que más fría, pero, al final, ambos creían en lo mismo: preocúpate por ti y nunca te harán daño.

Y ambos sabían que ese mantra dejaba de funcionar, porque había un momento en el que las personas debían unirse como una piña si no querían ser arrastradas a un abismo.

Henry, Mary Margaret, David y hasta Regina habían salvado a Emma dese abismo.

Y Emma había salvado a Garfio.

―Si esto es la batalla final, Killian ―le dijo Emma, correspondiéndole al abrazo―, te prometo que la ganaremos.

Él la estrechó aún más y le besó el cuello y la mejilla hasta encontrar sus labios.

―Prométemelo sólo si lo vas a cumplir… ―Lo pensó mejor―. Qué demonios, sé que así será. Sé que ganarás.

Emma lo besó también.

―Te quiero.

―Yo también te quiero, Swan.

Y por mucho que a ambos les hubiera encantado quedarse así e ignorar al resto del mundo, por mucho que no quisiesen separarse, era la hora de hacer piña y enfrentarse a la oscuridad.

Era la hora de acabar con los abismos.

…

Inglaterra Victoriana

Alicia y Cyrus dormían abrazados, calentitos y cómodos bajo un montón de mantas, con el capazo de la pequeña hija de ambos cerca. En una noche tan fría como aquella, en la que la nieve iba enterrando poco a poco la casa familiar, una estampa como esa no precisaba más descripción. La familia Liddell vivía feliz, sin conflictos, y era justo. Todos y cada uno de ellos se lo habían ganado.

Alicia y Cyrus al salvar al País de las Maravillas de Jafar.

Edwin tras disculparse con su hija, avergonzado de todo punto, y ganarse de nuevo su corazón.

Sarah, también tras conseguir entender a su hijastra y tras pasar página después de la muerte de su primer marido, que era cajero y fue asesinado en un atraco al banco donde trabajaba.

Y la pequeña Millie… Bueno, era una niña, se merecía la felicidad y era una suerte que la oscuridad no se hubiese cruzado en su camino.

Por todo ello, que en aquella pacífica noche apareciese un vacío dimensional en el cielo y que la casa de los Liddell se estremeciera como si un gigante aporreara el tejado aterró a todos sobremanera.

Lo primero que pasó por la mente de Alicia fue Jafar. Siempre pensaba en Jafar cada vez que tenía miedo. Lo habían vencido, sí, y habían pasado años desde aquello, pero la sombra del hechicero era alargada… Como una serpiente.

―Cyrus, ¿qué ha sido eso? ―le susurró. Ninguno se había movido de la cama, aunque Alicia sacó un brazo para atraer el capazo.

Aguzaron la oreja.    

―Verás el susto que se van a dar… ―oyeron que decía una voz familiar, preocupada.

―¿Pero debemos hacer ruido, Percy? ―decía otra, esta vez femenina.

¿Percy? Solo conocían un Percy.

…

Sólo en la boda de Alicia y Cyrus había habido un cuadro como aquel:

En el salón, Edwin, Sarah y Millie se apiñaban en el sofá; a sus pies estaban Percy, su esposa y sus hijos; mientras que Alicia, que acunaba a su hija, ocupaba la butaca más cercana al fuego, con Cyrus tras ella.

Frente a ellos, explicando la situación, estaban Will y Anastasia.

―Cuando estudié magia con la Reina de Corazones leí algo sobre este fenómeno ―explicaba la Reina Blanca, sacando un trozo de pergamino de su ridículo―. «Cuando los hijos se reúnan con sus hijos y la oscuridad sea nuestro cielo… Entonces, todos moriremos» ―recitó en un murmullo, pasándole el papel a Will, que continuó con la lectura.

―«Desde la luna creciente, el gran mal alza sus alas, creando ejércitos en cada cara y volviendo a la luz contra la luz hasta que esta no exista más».

―En nombre del señor… ―se persignó Sarah, que ya no dudaba de ningún asunto mágico, por muy disparatado que sonase.

―¿Es el apocalipsis? ―Edwin no podía creerlo.

―¿Qué podemos hacer? ―preguntó Cyrus.

―Ponernos a salvo, por supuesto ―dijo el conejo―. Hemos venido para llevaros a la única tierra que el Caos Negro no tocará.

―¿Y qué hay de la gente que vive en este reino? ―protestó Alicia, abrazando aún más fuerte a su hija―. ¿Qué hay de todos los bebés, de todas las madres, de todas las familias…? ¡De la gente de todos los reinos!

―Nadie cree que en este mundo haya magia, Alicia ―le dijo Will, tratando de calmarla, arrodillándose ante ella―. No querrán seguir a una familia de conejos con ropa y a una pareja que parece salida del siglo XIII a través de una madriguera.

―¡Pero no podemos dejar que mueran! ―Alicia no daba su brazo a torcer.

―No morirán ―razonó Anastasia―. La oscuridad devorará el mundo, sí, mas no matará a nadie. Tan sólo robará sus corazones, los convertirá en sombras de la Noche Eterna. Los de fuerte espíritu podrían acabar en el reino al que vamos, ha pasado alguna vez, y otros podrían convertirse en… En cosas ―dijo, ya no muy segura.

La familia Liddell se miró. La cara de miedo de Millie traspasó a Alicia.

―Muy bien, mi familia irá a ese reino ―decidió la joven―. ¿Cómo se llama?

―La Tierra de las historias no contadas ―dijo Will con una sonrisa―. Conejo, vámonos.

―¡Esperad! ―Y la muchacha miró a la esposa del conejo blanco―. ¿Querrás ayudarme?

―¿A qué, querida? ―preguntó la coneja, extrañada.

―Sí, ¿a qué, Alicia? ―Anastasia ya se temía lo que iba a pasar.

―A salvar a toda la gente que podamos.

Cyrus miró a su esposa y la abrazó, a ella y a la niña.

Fuera lo que fuera que pasase, lo superarían como una familia y como héroes.

…

Storybrooke

22:17 PM

Regina había sido la reina, la más poderosa del Bosque Encantado, aquella a la que incluso los otros monarcas rendían pleitesía. Había poseído más tierras que nadie, había tenido más súbditos que nadie, había recibido más oro y presentes que nadie, había explotado más minas de diamante y plata que nadie… Regina, con la corona sobre la cabeza y el mundo a sus pies lo había poseído todo.

Mas el vacío en su corazón no se había llenado con nada de eso.

Fue en Storybrooke, en un pequeño pueblo, aislado y solitario, con su sencilla rutina de alcaldesa, donde pudo conocer lo que era el amor verdadero. Uno más profundo que el de Daniel o el de Robin.

El amor de Henry.

Y la mayor prueba de ello era que, pese a todos los tesoros y privilegios del Bosque Encantado y pese a todas las facilidades de ser la edil del lugar, la posesión más valiosa de Regina, aquella que cogió antes de abandonar su casa, era un simple pedrusco de arcilla con la huella del Henry de cuatro años grabada. «Para mami», rezaba.

Se sentó en la cama de su hijo con ella en las manos y recordó cuando este era pequeño, cuando ella lo cuidaba sin poder recordar sus preocupaciones, su vida pasada, siendo sólo la alcaldesa Mills. Pero también recordó cómo la reina malvada fue aflorando de nuevo y cómo acabó haciendo sufrir a Henry por anteponer la venganza. Los demás podrían perdonarle sus pecados, pero ella jamás podría perdonarse el haber retorcido la mente de Henry para hacerle creer que estaba loco, igual que, mirando un poco más lejos al pasado, también le seguía doliendo cómo había destrozado las vidas de Owen y Kurt Flynn. Ella no quiso hacerles daño, sólo quería que se quedaran con ella, que fueran una familia, pero no estaba preparada para enfrentarse a la gente del mundo real, no se daba cuenta de que ya no era una reina todopoderosa. Pero había pagado, sí, porque cada noche se iba a la cama pensando en Owen, solo y perdido, sin padre, y cada mañana al levantarse pensaba en Owen, que había perdido también a su madre, que había perdido su futuro y su vida. Ese niño al que había querido con ella, al que había querido (o Regina pensaba haber querido), no merecía ese final. Aún después de haberse reencontrado con Owen, o Greg Mendell, años después, Regina seguía pensando en todo ello todos los días.

―¡Regina, tenemos que irnos! ―oyó que decía Emma escaleras abajo.

Ella no contestó. No quería dejar la habitación, porque tenía la sensación de que, una vez saliese por esa puerta, jamás volvería. En su interior parecía saber muy bien que aquello no sólo era la batalla final, sino el final final.

―¿Regina? ―Emma había subido hasta el cuarto.

―Sólo un momento… ―dijo la otrora reina con la boca pequeña―. Estoy…

―¿Añorando tiempos felices? ―Emma se sentó en la cama, a su lado―. Sí, sé lo que es eso.

―¿Lo sabes? ―se extrañó Regina―. ¿Cómo podrías saberlo?

―Cuando fuimos a Nueva York a buscar a Henry y Violet, con todo el lío de la reina malvada, Gold y el dragón, me acerqué al edificio donde viví con Henry antes de que mis padres volviesen a traeros a Storybrooke. ―Emma miró las paredes, llenas de ilustraciones de cuentos de hadas y novelas fantásticas―. Puede que los recuerdos que tuviéramos entonces fueran falsos, pero los que construimos allí no. Eran reales y felices. Quise volver allí y, bueno, dejarme llevar por la nostalgia.

Regina rio. Aquello le había recordado a alguien.

―¿Recuerdas a Alva Crane, mi secretario durante el primer hechizo? ―le preguntó a Emma―. Una vez me dijo algo curioso, pocos días antes de que se rompiese. Me dijo que no debemos dejarnos llevar por la nostalgia porque podíamos acabar siendo presos del pasado, confundiendo el presente y destruyendo el futuro. Creo que no eran sus palabras, sino las de su personalidad original.

―¿Quién era en el Bosque Encantado?

―No tengo ni idea… ―A Regina eso le hacía gracia―. Me llevé a todo un reino por delante y siempre ha habido gente en Storybrooke que no conozco de nada. Además, Crane se esfumó. No recuerdo haberlo visto una vez roto el hechizo.

―Menudos tiempos aquellos, ¿eh? ―Emma recordaba cuando llegó a la ciudad―. No dejabas de fastidiarme.

―¡No te fastidiaba! Sólo demostraba mi poder.

Ambas rieron.

―En mi primer día, después de que me encarcelasen por conducir borracha…

―Por destrozar propiedad urbana ―aclaró Regina―. ¡Tiraste un cartel e ibas borracha!

―¡Había un lobo en la carretera y la sidra me la habías dado tú! ―Aquello sonaba absurdo―. Pero, además de eso, me acusaste de robo, me pusiste un cepo, me echaste del hostal, quisiste poner a Henry en mi contra…

―Menuda era yo, ¿verdad? ―Después de tanto pasado con los héroes, a Regina la avergonzaba un poco mirar atrás―. Nos odiábamos.

Emma perdió la sonrisa. No quería martirizar a Regina.

―Oye, no… No te pongas así ―le dijo, pasándole la mano por el hombro.

―Es la verdad, señorita Swan ―respondió la alcaldesa, sonriendo con lástima―. Yo era la madre de Henry y tú habías llegado, creía, para arrebatármelo. Cada vez que él te llamaba «mamá» me hervía la sangre. Y nosotras nos enfrentamos, parecía que una iba a acabar con la otra… Pero ambas encontramos una tercera opción: ser las dos sus madres. Cuando enfrenté a mi mitad malvada… Ahí me di cuenta de cuánto había cambiado yo. De que ahora podía ser generosa, buena… Una heroína. Pudimos haberla matado o podríamos habernos vuelto a unir, pero ella también se merecía felicidad y encontramos otra tercera opción para que… Bueno, para que tuviera su final feliz. Pero el heroísmo también significa sacrificio.

―Y también has pasado por eso ―le dijo Emma―. Cuando Greg y Tamara intentaron destruir la ciudad, tú te ibas a sacrificar por todos.

―Y salí de ello, igual que tú también saldrás de esta batalla final, Emma.

―Eso suena a esperanza. ―Emma sonrió―. ¿Has leído algún cuento sobre Blancanieves?

―Es algo que me habéis enseñado todos estos años al no rendiros conmigo.

Las dos se abrazaron. Ninguna podía creer cómo habían acabado convirtiéndose en mejores amigas, no después de sus inicios. Pero así era la vida, así eran las historias; daban vueltas y vueltas, el destino era retorcido y los finales… Inesperados.

―Será mejor que nos vayamos ya ―dijo Emma, poniéndose en pie―. Zelena y Henry deben estar ya aburridos de esperar en el coche.

Regina echó un último vistazo a la habitación y, nada más salir, lo supo.

Era su último día como la alcaldesa Mills.

…

23:04 PM

Todas las miradas se clavaban en Mary Margaret y David, que estaban hablando desde la tarima que presidía la sala del consejo municipal, bajo la bandera estadounidense, la de Maine y el manzano emblema de Storybrooke. La gente del pueblo los escuchaba, aunque a veces también gritaban preguntas cuyas respuestas no llegaban a entender. Estaban despeinados y la mayoría con el abrigo sobre el pijama. Detrás de ellos, al fondo, estaban los refugiados de la Tierra de las historias no contadas, que entendían aún menos que ellos.

―… Y hemos de ponernos a salvo ―decía Mary Margaret―. Regina y el doctor Whale están acuartelando el refugio anti-tornados de la granja de Zelena con ayuda de las hadas.

Clorinda, la hermanastra de Ashley, se puso en pie.

―Yo me ocuparé de supervisar el traslado hasta la granja, si así queréis ―dijo, asintiendo a Mary Margaret―. Que sirva de algo todo lo que he aprendido sobre este mundo gracias a Ceni y Tisbe.

―¡Yo la ayudaré! ―gritó Marco, que en seguida fue secundado por Archie.

―Muy bien ―intervino David―. Todos los que vayáis a ir al refugio de Zelena formad tres grupos e id con Clorinda, Marco y Archie.

―¡¿Y los que queremos luchar contra el hada negra?! ―bramó August, que estaba sentado junto a su padre y Archie. Algunos lo miraron como si estuviera loco, pero otros lo secundaron con gritos de guerra.

―Sé que muchos querréis ayudar a Emma ―dijo David―. Pero esto es peor que cualquier crisis a la que nos hayamos enfrentado.

―¡Ya intentaron destruir el pueblo una vez! ―gritó Ashley, que llevaba a Alexandra en brazos y a Sean de la mano―. ¡Y sobrevivimos!

―¡Vencimos a Pan! ―chilló la abuelita.

―¡Y a todos esos oscuros! ―apuntaron Feliz y Sabio.

―David, si hay algo que podamos hacer para ayudar, sólo pídelo ―dijo Kathryn, poniéndose en pie y acercándose al estrado―. Vosotros siempre os habéis sacrificado por el pueblo, siempre nos habéis salvado. Dejad que ahora os devolvamos un poco de tanto sacrificio.

Los que durante el primer maleficio fueron matrimonio se dieron un abrazo. A Mary Margaret se le saltaban las lágrimas.

―No podemos evitaros luchar si queréis ―dijo emocionada―. Pero debemos advertiros de que ni el hada negra, ni Gideon ni Gold, si es que la está ayudando, se andarán con chiquitas. Ya tenemos una baja…

No pudo seguir. David hizo el anuncio por ella.

―Gideon trató de matar a Bella y su padre la salvó. Mientras sor Astrid y Leroy la ponían a salvo, él lucho contra su nieto… ―Sonaba horroroso se mirase por donde se mirase―. Moe French o Ser Maurice… Ha muerto.

El silencio se hizo en toda la asamblea. Pero por poco tiempo.

―¡Yo pienso luchar igual! ―gritó August―. ¡¿Quién está conmigo?!

―¡Yo! ―Era Aurora, que se estaba subiendo a uno de los bancos―. ¡Emma y Mary Margaret me salvaron tiempo atrás cuando perdí mi corazón! ¡Salvaron a toda mi familia cuando la bruja mala nos convirtió en monos voladores!

―¡Mary Margaret y David se sacrificaron cuando la reina malvada nos amenazó! ―gritó Campanilla, poniéndose junto a la bella durmiente―. ¡Debemos luchar!

―¡Y LUCHAREMOS! ―habló el pueblo unido.

―Mary Margaret, los enanitos y yo bajaremos a las minas para buscar al hada Azul ―volvió a hablar Campanilla―. ¡Si alguien quiere acompañarnos, que hable ahora!

―¡Yo quiero! ―Era Felipe, que se subió al banco para quedar a la altura de su esposa.

―¿Me prometes que tendrás cuidado? ―le dijo ella, mirándolos a él y al pequeño Lip.

―No pienso volver a dejarte.

Se besaron y lo hicieron con tanta pasión que Campanilla volvió a sentarse con las mejillas como manzanas.

Unas bancas más adelante, Ashley tomaba una dura decisión.

―Clorinda, Tisbe, quiero que os llevéis a Alexandra con vosotras.

―¿Estás segura, hija? ―preguntó el padre de Sean―. Quizás tú deberías ir con ellas al refugio.

―No, no podemos abandonar a nuestra gente ―dijo Ashley con el corazón roto―. Se me parte el alma separarme de ella en estas circunstancias, pero…

―No te preocupes, mi amor ―la tranquilizó Sean―. Todo saldrá bien. Ya vencimos a Rumpelstiltskin una vez.

―Cuidaremos de Alexandra como si fuera nuestra ―dijo Jacob―. Yo mismo defenderé el refugio si es necesario.

Fueron duros momentos de despedidas, de pensar «¿y si…?» y de llorar. Los que tenían hijos se los entregaban a los amigos que sí iban al refugio. Aurora y Felipe, entre lágrimas, también dejaron a Lip con Clorinda y Tisbe. Todos tenían miedo, pero iban a luchar con uñas y dientes por sus finales felices y por defender a aquella que se los había procurado.

―¡Esta no es una batalla cualquiera! ―dijo David―. ¡Es la batalla final y sólo debéis luchar los que tengáis fe, los que creáis que un final feliz… No, que un comienzo feliz es posible! ¡Pero no luchéis por el vuestro! ¡LUCHAD POR EL DE AQUELLOS QUE OS ESPERAN, AQUELLOS QUE SIEMPRE OS ENCONTRARÁN!

Todo el pueblo vitoreó al príncipe azul. Estaban resueltos a enfrentarse al hada negra.

Mary Margaret, Campanilla, Felipe y los enanitos se marcharon a las minas y Clorinda, Marco y Archie fueron vaciando la sala poco a poco. David se dirigió entonces a los que habían decidido quedarse a luchar.

―Regina, Maléfica y yo hemos acordado un plan. ―A nadie le fue indiferente como Aurora ponía los ojos en blanco―. No sabemos cómo atacará el hada negra o si el vórtice ese del cielo podrá hacer algo más que destruir los reinos, por eso hemos organizado tres grupos.

»Regina y Maléfica estarán en la linde sur, dirigiendo nuestras defensas y atacando desde el aire por si el hada negra, Gideon o Gold intentan algo.

»Yo y los que queráis acompañarme patrullaremos las calles, mientras que Garfio comandará una batida por el bosque.

―Ya me aburría de quedar en segundo plano ―rio el capitán―. Así que venga, brumetes, ¡¿quién quiere cortarle las alas a esa hada?!

―¡Esto es la batalla final! ―bramó David―. ¡A luchar!

COMIENZA LA CANCIÓN THE FINAL BATTLE BEGINS

David, the royals and the rest of the people who’s going to fight look each other. They know this is a war and that it won’t be easy, but their loyal to the Charming family is a supreme faith.

David’s eyes break into tears.

David

She won't be able to hurt any of us,

not as long as I'm alive.

Not as long as we all come together...

As we did before... As we shall do again.

Cause our union cross is better

than a black sorceress alone.

Aurora

We're not safe in this town.

Kathryn

But we’ll fight 'til it comes down.

Ashley

We’ll protect our children to this monstrous fairy!

Granny

It’s time to break the neck of all the dearies.

David

So it's time to fight the blackness, people.

The final battle begins!

The Evil Queen, the sleeping curse,

Hades’ darkness and Pan’s shadow…

This villain is tougher than the rest.

Think in your past, in your love.

Here and there, we’re both.

And now we’ll fight for our worlds.

Everybody

FOR OUR WORLDS!

Jim

Hear our roar! Here we stand!

Hook

We're not surrender 'til this fairy’s dead.

Sean

End all deals! End the Stiltskins!

Everybody

FOR OUR WORLDS!

Granny

Your leaf spring!

Ahsley

Ride your bike! (If you call it a ride).

Everybody

We're counting on Charming to lead the way!

Hook

Sally forth!

Aurora

Tally ho!

David

Grab your sword!

Grab your bow!

The mob go to the street.

Everybody

Here Storybrooke goes!

Hearts ablaze!

Banners high!

This is the final battle

and we’re unafraid although black chaos is here.

David

Raise your flag!

Feel the song!

Here we come, an union cross.

We’ll save our city and our worlds.

The final battle begins!

…

23:41 PM

A medida que la gente iba llegando a la granja de Zelena, el doctor Whale se ponía más histérico. Después de que la ex-bruja ex-mala le mezclase los guantes de látex con los que no tienen látex, Regina pensó que sería más sensato llevarse a su hermana a la linde con Maléfica.

―¿Curioso, verdad? ―dijo Zelena a las dos reinas del mal, o lo que fueran ahora―. Cuando tenía magia no ayudaba. Ahora que no soy más mortal que el perro del grillo es cuando me lleváis a vuestras excursioncitas mágicas.

―Esto no es una excursioncita mágica, Zelena ―le contestó Regina―. Y nos estás ayudando pese a que no tienes magia: Storybrooke tiene un refugio gracias a ti.

―Mas bien, yo diría que las hadas tienen un lugar que convertir en refugio gracias a ella ―dijo Maléfica con una sonrisa maliciosa. La bruja mala le echó una mirada de reproche, todo un acto de valentía, porque Maléfica, enfundada de nuevo en su traje de emperatriz del mal, daba auténtico miedo―. Oh, no te lo tomes así, Zelena, sólo era una broma.

Llegaron a la linde. La carretera estaba tranquila y seguía su camino hacia Maine, hacia la civilización, hacia la normalidad. Qué suerte tenía la gente de aquella tierra sin magia de no saber que el fin del mundo se aproximaba. Aunque a ellos no les pasaría nada.

―Es en el bosque ―indicó Regina―. Maléfica, si haces los honores…

La bruja alzó su báculo y los árboles y arbustos se abrieron paso.

―Sigo sin entender que te propones, hermanita ―dijo Zelena―. ¿Cómo vas a conseguirlo? Yo traté de hacerlo en Oz y fue un fracaso.

―Porque lo que haremos es algo que sólo quien creó Storybrooke puede provocar.

―¿Y esa no fue el hada negra? ―Maléfica se habría cambiado de bando, pero su lengua no.

―Ella es la de la teoría. Yo la de la práctica ―le respondió Regina―. Es aquí. Deteneos.

Estaban en un sitio que nada tenía de especial. Un trozo de foresta nevado que olía a humedad y (Regina y Zelena lo reconocieron) a Robin Hood.

―¿Y ahora qué, Regina? ―inquirió Maléfica.

―Después de que ayer esa mosca negra quisiese que Zelena oscureciese el polvo de hadas, fui y pregunté a Campanilla por esa misteriosa caverna. El hada Azul siempre decía que los diamantes escaseaban.

―¿Y qué te dijo? ―preguntó Zelena.

―Que ocultaban el lugar porque ahí está el corazón de Storybrooke. Hace ya dos años y pico, una gente quiso destruir la ciudad usando mi diamante-detonador. Parece que lo que esa joya hacía era consumir el corazón que hay en la caverna.

―Que sepas que no me he olvidado de eso ―apuntó Maléfica, que recordaba cómo esa pareja y Garfio la habían reducido a polvo―. Usaron un aparato muy raro para acabar conmigo.

―¿Quieres que te diga lo que me hicieron a mí? ―dijo Regina, enervada ya con tanta interrupción―. El caso es que, justo ahora, Zelena, estamos sobre esa caverna y, desde aquí, al ser la creadora de Storybrooke…

―En la práctica ―aclaró Maléfica con una sonrisita.

―En la práctica, sí… ―Regina se agachó e hincó sus manos en la tierra―. Puedo despertar los poderes más ancestrales del corazón. Los poderes que protegerán la ciudad.

―Pero no podremos tener al hada negra para siempre ―dijo Zelena.

―Mas le estorbaremos… ―Maléfica apoyó una mano en el hombro de Regina―. Bien pensado, vieja amiga.

―Y dejad de llamarla «el hada negra» o «el Ser Oscuro». Son Fiona y Rumpelstiltskin y toda la ayuda que tienen es la angustia adolescente de Gideon.

Maléfica y Zelena se miraron. Regina sonaba bastante malvada. Aunque no era malvada, claro.

―También podemos llamarles «la mosca negra» y «el cojitranqui» ―rio Zelena―. Nos querrán matar de todos modos.

―Aún me extraña que Rumpel colabore con ella… Según me has dicho, Regina, la salvadora te contó que Fiona mandó a Gideon matar a su bellota, ¿no?

Pero Regina las mandó callar. Empezaba a invocar a los protectores de Storybrooke:

―Cùraim na solas, surro crìochan againn. Dìon dhuinn. A bheil do dhleasannas le deagh.

Maléfica y Zelena oyeron un susurro, como si Regina estuviese desatando las fuerzas del viento. Pero también sintieron que los árboles se agitaban, que sus ramas se movían, que sus troncos… ¡Se levantaban! Se movían y parecía que entre los pliegues de madera vieja y astillada les salía cara. Sus hojas enseguida se convertían en mazas verdes y espinosas y sus raíces se unían para formar dos fuertes piernas. Eran unos guerreros muy bien pertrechados.

―Por todos los munchkins…

―Oh, hermanita, no menciones a Pan ahora... ―rio Regina, que entonces gritó a los árboles―: ¡nuestra ciudad está amenazada! ¡Ayudadnos a desterrar al mal! ¡Luchad por la luz!

―Luchar por la luz… ―Maléfica se apoyó en su cetro―. Se me hace tan raro oírlo.

―Nos estamos redimiendo, vieja amiga.

―Algunos más que otros ―dijo Zelena―. Yo todavía…

―¿Te sientes culpable por lo de la reina malvada? ―Zelena asintió―. Yo… Supongo que no debí ser tan dura contigo después de lo de Hades… ―Regina tragó saliva.

―Soy yo quien tiene que pedir perdón, hermanita. Te traicioné. Os traicioné a todos… Además, entiendo que te agobié cuando no hacía ni un día que habías perdido a Robin. Pero estaba loca por tener una hermana y…

―Y también estabas loca por vivir tu historia de amor y por ello confiaste en Hades, lo entiendo, Zelena. A mí me pasó lo mismo con madre.

―¿Entonces, me perdonas?

―¿Acaso no lo he hecho ya? ―dijo Regina, sonriendo.

Las hermanas Mills se dieron un abrazo, aunque la ternura no duró mucho.

―¿En serio? Lo que tiene una que aguantar ―dijo Maléfica, poniendo los ojos en blanco.

―Oye, dragona, ¿tengo que recordarte que cuando ibas detrás de tu hija parecías mas ñoña que Blancanieves sobre un unicornio?

―Nos hemos ablandado, supongo ―reconoció esta.

―No, no nos hemos ablandado ―dijo Zelena―. Sólo hemos progresado…

COMIENZA LA CANCIÓN GOOD ALWAYS WINS

Zelena

Finally, the moment we feared would come.

Maleficent

The moment we’d realize we chose the wrong path.

Regina

There isn't any curse I could cause to match this feeling.

Zelena

The pain I knew when Rumple turned his back on my heart.

Maleficent

Or my artwork with Briar Rose's when her life falls apart.

Regina

And now the future's looking more forbidding.

The three witches together

Once we were filled with rage.

We never enjoyed the life.

It’s so mortifying

watching all our dreams denied.

Oh, we dived into shadows

with the heroes full of sorrow,

but we paid for our sins.

We smiled, all the while we were crying,

inside we slowly died

learning good always wins.

Oh, villains may be powerful.

But good always win.

Maleficent

If that rose could see me now, she would ache with regret.

Zelena

Cause she'd witness all the glory wickedness gets.

Regina

Or our mum, who went and made me queen, and my blood boil.

Maleficent

But that's old history.

Zelena

Time they all understood.

Regina

What they call "dark as devils"

The three witches together

We just call "looking good".

Oh, we dived into shadows

with the heroes full of sorrow,

but we paid for our sins.

No strife, our lives were not enchanted.

We took any granted.

And we dreamed with all could-have-beens.

Oh, villains may be powerful.

But good always...

Maleficent (not singing)

Wait, witches, why deny our dark magic when we can use it to our advantage?

Maleficent (singing)

I'll give my Lily a magic gift

to bring the Stiltskins down.

When that midge stands victorious

we'll fly over the town.

When they learn this spell was ours,

oh, Rumple, he will see…

He should has chosen right things.

The three witches together

So we dived into shadows.

Delighting in heroes’ sorrow.

Now another day begins.

This time the union fight with us.

No heroe's gonna top us.

Oh, good always wins.

And a happy ending will be ours,

cause together we will win.

…

23:59 PM

Emma se vio sepultada por cerca de una veintena de personas que la abrazaban y daban palmadas en la espalda, que le estrechaban la mano y le deseaban suerte.

―Bueno, bueno, dejad tranquila a nuestra salvadora ―dijo Marco, dispersando a la gente. Emma se lo agradeció.

Parecía mentira que aquel sitio fuera el mismo refugio donde Zelena había tenido a Gold encerrado hacía ya año y medio. Un encantamiento de extensión indetectable lo había convertido en todo un bunker de paredes empapeladas como si fuera un bosque, dando la sensación de estar dentro de un troco (quizás las hadas habían sacado la idea de donde vivió la bandolera Blancanieves). Había hamacas colgadas del techo, camillas traídas del hospital y colchones en el suelo y cunas. Clorinda, Tisbe y la enfermera Ratched se ocupaban de los bebés y de Bella, que seguía seminconsciente. El refugio también contaba ahora con un mostrador (arrancado del mismo hospital) y vitrinas de medicinas. El paciente de la mopa se encargaba de la limpieza y estaba tan callado como siempre. Zelena le había dicho una vez que era una maruja, pero Emma apostaba a que no era más que otra mentira de la bruja mala. Por otro lado, había varias estanterías con libros y otras con latas de comida y conservas. La señorita Ginger había traído salsa de tomate para llenar el Nostos tres veces. Se habían instalado varios lavabos y también un televisor donde unos niños veían «Peter Pan». Muy apropiado, cuando eran su esposa, su hijo y su nieto los que estaban causando aquello.

Se acercó a las cunas y, tras saludar a Clorinda, arropó al pequeño Neal, que estaba dormido, y le besó. Compartía lecho y mantita con el bebé de Felipe y Aurora y a Emma le parecieron la cosa más tierna del mundo; los dos abrazaditos, juntos, inocentes y a salvo en sus sueños…

―¡Mamá! ―Ahí venía Henry―. ¿Estás bien? ¿Habéis terminado ya con el traslado?

Emma se vio agobiada de nuevo ante tantas preguntas.

―Archie está con los últimos refugiados… Y sí, estoy bien. ¿Y tú? ¿Alguna novedad?

―Me ha llamado mamá y me ha dicho que a Maléfica se le ha ocurrido un plan.

―¿Qué plan?

Fueron hasta un colchón y se sentaron. El doctor Whale jugaba a «en realidad no estoy poniendo la oreja».

―Maléfica dice que se puede usar magia luminosa para ralentizar el Caos Negro, pero eso es asunto de las hadas. Lo brillante de su plan es que combinarán ese poder con el suyo, el de los dragones. Lily y el dragón de Nueva York la ayudarán.

Emma frunció el ceño. Qué plan más raro.

―Henry, aún no sé qué pasará en la batalla final… Si es que hay batalla.

―Mamá, ya no hay marcha atrás. Eres quien eres gracias a toda esta gente… ―Y le señaló a los conocidos y desconocidos, a los héroes como Antón y a los indeseables como Sidney, que miraba a su alrededor sabiendo lo que pasaría si se cruzaba de nuevo con Regina―. Pero todos están sufriendo. Nosotros sufrimos… Y tú eres la única que puede calmar nuestro dolor. Te necesitamos y quizás todos los viajes que hemos hecho no hayan sido más que un presagio de lo que ocurrirá esta noche, como eslabones en una cadena.

―Henry…

El móvil de Emma vibró. Garfio estaba llegando.

―Mamá, yo debo acompañarte en la batalla final.

Antes de que Emma tuviese oportunidad de negarse, un grupo de hadas, lideradas por sor Astrid, aparecieron. La estaban esperando para culminar el hechizo de protección del refugio.

Salieron a la helada medianoche y, mientras las monjitas levantaban sus varitas, Emma alzaba las manos.

«Tha mi a 'còmhdach», «Tha mi a 'còmhdach», «Tha mi a 'còmhdach»… Ese hechizo empezó a oírse como un mantra y no sólo las hadas o Emma lo pronunciaban, también la gente corriente de la ciudad, héroes y villanos, que con su fe y confianza buscaban ayudar a proteger la granja.

Una fuerza blanca, entre líquido y gas, empezó a envolverlos, poco a poco, a medida que los hechizos iban tocándose. Pronto empezó a sentirse un calorcillo reconfortante, a sentirse esperanza. Parecía que esa magia hacía algo más que proteger.

―¿Y si el hada negra intenta entrar? ¿O Gold? ―preguntó Emma a sor Astrid.

―Quién sabe qué pasará ―fue toda su respuesta―. Alguien me dijo una vez que todo se puede lograr siempre que se pueda soñar, pero esta vez creo que habrá que hacer algo más para vencer a esa maldita hada.

―¡MAMÁ!

Tanto a Emma como a las hadas les dio un vuelvo al corazón al oír el grito de Henry, que corría hacia ellas con un espejo.

―¡¿Qué pasa?! ―Emma ya buscaba alguna herida; ya se temía haber invocado a los malvados con sólo mentarlos.

―¡Mira el espejo!

Henry se lo pasó y Emma no creyó lo que vio. Del otro lado del espejo estaba…

―¿Elsa?

―¡Emma! ―la llamó ella, loca de contenta―. ¡Emma, cuánto me alegro de encontrarte!

―Sí… Y… Y yo… ―No entendía nada.

―Estamos enterados de eso de la batalla final, Emma ―le dijo la reina del hielo, preocupada, pero dedicándole una cálida sonrisa―. Están pasando muchas cosas.

¡Pues claro! El Caos Negro iba a destruir todos los mundos.

―¿Estáis bien en Arendelle? ―le preguntó.

―No estamos en Arendelle. Una coneja y una muchacha llegaron a nuestro reino y nos avisaron de lo que ocurría. Abrieron una madriguera y ahora estamos en un sitio muy extraño, uno que es como todos los reinos juntos…

Junto a la cara de Elsa apareció otra de sobra conocida.

―¡Emma!

―¡Ruby! ―Al nombrarla, Henry se asomó también al espejo.

―Emma, ¿cómo está mi abuela? ―El miedo cruzó el rostro de la muchacha.

―Bien, bien, está con mi padre ―la tranquilizó Emma.

―¡Tenéis que luchar!

―¡Sí, tenéis que luchar! ―secundó Elsa por detrás.

Emma titubeó.

―¿Y creéis que lo lograremos?

―Si algo aprendí de Blanca y el príncipe es que el bien siempre gana. El amor verdadero lo conquista todo.

―¿También ha ido una coneja a salvarte a ti? ―A Emma le llamaba mucho la atención el hecho de que todo el mundo parecía estar al tanto de la batalla final y la seguían como si fuera la súper bowl.

―No, fueron Glinda y las otras brujas de Oz. Ellas y los conejos del País de las Maravillas están trasladando a toda la gente que pueden aquí, a la Tierra de las historias no contadas. Es el único mundo que el vacío no tocará, al menos no hasta que…

―¿Hasta qué? ―Nada bueno podía venir, menos si Ruby se detenía.

―Cuando el vacío destruya Storybrooke y quien lo invocase obtenga todo el poder, este reino también desaparecerá. De un plumazo.

La mano de Emma empezó a temblar.

―Debo irme, Ruby, Elsa.

―Oye una cosa ―le dijo la reina de Arendelle―. Una gente irá a ayudarte… Todos querríamos ir, pero es arriesgado. Esa bruja, Glinda, está organizando una resistencia aquí por si las cosas se ponen feas… ―El tembleque de Emma se acrecentó―. ¡Busca a Alicia y a Anastasia! ¡Búscalas!

Y el espejo se le cayó, haciéndose añicos en la nieve. El espejo en la nieve…

Ingrid vino a su mente, cuando era su madre de acogida en Richfield, Minnesota. La había creído loca por años y la había creído culpable de que su vida se desmoronase por completo, pero el amor y el cariño que le había profesado, máxime cuando Emma siempre había estado sola, fue real. Y Emma también la quiso, lo reconoció después de que ella se sacrificase para parar la Vista Hecha Añicos y le devolviese sus recuerdos.

―Ojalá estuvieras aquí ahora, Ingrid ―dijo, mirando a las estrellas.

―¡Emma!

Ahí estaba Garfio. Venía junto a los voluntarios de la batida del bosque.

―¿Cómo estás?

Se besaron de un modo más intenso de lo normal. Killian atrajo a Emma hacia él y la abrazó sin querer dejarla ir.

―Sí, sí, yo también te he echado de menos ―le dijo esta, separándose―. Debemos buscar a una tal Alicia… Me huelo que será la del País de las Maravillas.

―Te acompaño ―se ofreció Garfio.

―¡Yo también! ―secundó Henry.

―No, no y no. No puedo dejaros ir. Es demasiado peligroso.

―Amor, no vamos a pasar por este tipo de discusión otra vez, ¿verdad? ―le dijo Killian, sonriendo―. Y Henry es todo un hombre. ¿Acaso no te salvó en esa realidad alternativa del autor? ¿Y no vivió conmigo la aventura en el Nautilus?

―Mamá, yo sé lo que te pasa.

―No, Henry, no sabes…

―¡Sí lo sé! ¡Y escúchame, ¿vale?! ―Tanto Emma como Garfio se quedaron patidifusos. ¡Qué manera de hablar!―. ¿Recuerdas lo que te dije cuando murió Graham?

―Querías que dejase la Operación Cobra.

―Porque temía por ti. Temía que mi madre te matase igual que lo mató a él.

―Henry, nunca supimos sí…

―Lo mató ella, mamá, es la verdad. Y yo tenía miedo de que por seguir investigando te hiciese algo malo. Te lo dije: con los maleficios no se juega. Así que no digas que no te entiendo cuando me obligas a quedarme escondido porque los malvados son muy peligrosos. Y, como te entiendo, pienso acompañarte en la batalla final.

Madre e hijo se abrazaron. No había nada más que decir.

Killian también intentó unirse al abrazo.

―El chico tiene razón, amor, somos una familia. Por mucho que esa palabra te aterre.

―No, ya no la aterra ―dijo Henry―. ¿Verdad, mamá?

Una lagrimilla surcó el rostro de la salvadora. Claro que no la aterraba, pero sí que algo le pasase a su hijo o a sus padres o al pequeño Neal...

―¿Te fías de la enfermera del nido del cuco para vigilar a tu tío? ―le preguntó a Henry.

―Deja de hacer eso, mamá.

―¿El qué?

―De ignorar lo que sientes.

―Yo no ignoro…

―¡Sí ignoras! Soy escritor, sé ver los sentimientos de los demás.

―Henry, yo… Yo…

COMIENZA LA CANCIÓN ONCE UPON A TIME

Emma

Once I lived in darkness.

Out there on my own.

Left to brave the world alone.

Everything seemed hopeless.

No chance to break free.

Couldn't hear the song inside of me.

As a child I used to think

“my parents I want to meet”;

one day I will reach them.

There has to be a way”.

Henry

Everyone needs hope.

You needed hope, too!

Hook

When I get to know you better (c’mon, Swan),

I knew there wasn't any woman as you.

The three together

Once upon a time

a fairy tale book

filled with wonder.

Magic worlds where the impossible

becomes our everyday.

We climbed the beanstalk

and crossed the bottomless sea.

We won, because we're not alone!

Emma

We slayed the dragons

and conquered Camelot.

As family.

Yes, as family.

My parents, my son and my love.

Henry

Once upon a time

mermaids, kings and an island of pleasure.

Magic worlds where the impossible

becomes our everyday.

Hook

Once upon a time

Heroes who overcame their sorrows.

They put hope into your heart again

to cherish your everyday.

Emma

All the years of running…

No, not anymore.

I know what I'm living for.

I'm no longer searching.

Turns out all along

the answer is inside me

with our hope.

…

0:15 AM

Archie llevaba a los últimos rezagados hacia la granja de Zelena. Un pálpito lo hizo atajar por el Storybrooke Heritage Park, bordeando el bosque. El lago nevado y la niebla que los envolvía hicieron que se arrepintiese de improvisar, el sitio daba pavor. Para mejorar las cosas, Pongo no hacía más que gemir.

En el grupo iban Michael Tillman, dueño del Marine Garage; sus hijos Ava y Nicholas, mellizos de quince años; y un par de forasteros de la Tierra de las historias no contadas. Nicholas, a quien su padre llamaba Hansel, no dejaba de repetir que por qué no se habían quedado en casa y Archie no podía culparle por ello. Él también tenía miedo.

Estaba hasta los pantalones de miedo.

Pero, si algo ocurriese, él los defendería hasta con su paraguas. Aunque era Michael quien tenía a Lucy, una llave inglesa, que sería mucho más contundente.

Descendieron por el terraplén en fila india, exceptuando a Ava Zimmer, que lo hizo junto a su hermano, como había prometido. Luego todos formaron un grupo cerrado y avanzaron mirando alrededor.

Una tormenta que se aproximaba no causó oscuridad, ni siquiera penumbra, pero la cualidad de la luz había cambiado; las cosas se destacaban en una especie de relieve acerado, como en los sueños: sin sombras, sólo cinceladas. Hansel y Grétel sintieron horror y aprensión al comprender por qué ese tipo de luz les parecía familiar: era la misma que recordaban haber visto en la casa de la bruja ciega.

Un relámpago tatuó las nubes, tan fuerte que los hizo cerrar los ojos, frunciendo el rostro. Archie se cubrió la cara con una mano y se descubrió contando: «uno…, dos…, tres…». Y entonces se oyó el trueno, en un solo ladrido, como una explosión. Todos apretaron más el grupo.

―Esta mañana no se pronosticaba lluvia ―dijo Michael Tillman, intranquilo―. «Buenos días Storybrooke» anunciaba caluroso y seminublado. Decía que las nieves ya se iban a derretir antes de Navidad.

―Supongo que tampoco anunciaron el apocalipsis ―le contestó el psiquiatra.

Entonces, ante ellos, una nube de humo negro dio paso a una mujer encapuchada. Archie extendió los brazos para cubrir al grupo.

―¿E-eres el hada negra? ―dijo, intentando sacar todo el valor que podía.

La mujer soltó una risotada fría y aguda y los fulminó a todos con su mirada de serpiente.

―No, no soy el hada negra y no deberías preocuparte por ella ahora…

―¡¿Quién eres?! ―bramó Ava Zimmer. Su padre le pegó un tirón del brazo y la ocultó tras él.

Aquella extraña empezó a acercarse poco a poco, sonriendo y disfrutando del efecto que causaba su aparición.

―Niña, yo soy las tinieblas de la noche. Soy la sombra que os persigue y acecha. Soy el negro de vuestro luto. Soy el miedo de vuestro corazón. Soy la pura oscuridad.

La luna creciente, en su cénit, iluminó su rostro, escamoso, demacrado y marchito como una calavera.

―¿Qué quiere de nosotros? ¿Quiere matarnos, acaso? ¿O-o la envía el hada o…? ―Archie no sabía qué más hacer además de seguir hablando.

―Calla, tartaja ―dijo la mujer, sonriendo con dureza―. No es nada personal, mas algunas veces una tiene que decir «no, esto es mío y no dejaré que me lo arrebates» y las furias están en camino.

Archie no lo pensó dos veces, era ahora o nunca. Daba igual lo que a él le pasase, debía poner al resto a salvo.

―¡CORRED! ―gritó, empujando al grupo por el camino de vuelta.

Todos obedecieron, incluso Pongo, pero la mujer lo retuvo.

―Sé quién eres, grillo ―le susurró al oído― y conozco tus pecados. ―Empezó a envolverlo en brea negra y Archie, poco a poco, fue envejeciendo―. Saluda a las marionetas en el Inframundo.

Y dichas esas palabras, Archie se arrugó y se encogió antes de soltar un grito agónico y desgarrador, antes de pudrirse en vida y convertirse en cenizas que Nimue arrojó al lago.

La Ser Oscuro se miró entonces el antebrazo.

La marca de Caronte había desaparecido. Había pagado el precio.

Y ella jamás había estado más viva.

…

Había ocurrido algo nuevo.

Por primera vez, nunca jamás, algo nuevo.

Antes del primer capítulo había sólo dos cosas. Una era la oscuridad; la otra, la luz. La luz era una cosa decrépita e inane que nunca actuaba, que no se defendía. La oscuridad pensaba que quizás había muerto, que estaba muerta desde hacía un trillón de años, más o menos. Y, aunque así no fuera, seguía siendo una cosa decrépita e inane.

La oscuridad existía en un simple círculo de despertar para comer y dormir para soñar pesadillas. Había creado un sitio a su imagen y semejanza y lo contemplaba desde los pozos negros que eran sus ojos. Storybrooke era su corral de matanza; el pueblo de Storybrooke, su ganado.

Y entonces… esos héroes.

Algo nuevo.

Por primera vez, nunca jamás.

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