Fan Fic: "Una mirada atrás" (Cap. 3 y 4)

Publicamos hace una semana los dos primeros capítulos de este fic de Shanna Mills y como ha causado sensación, os dejamos sin más dilación con los siguientes dos capítulos.

Autora: Shanna Mills (AhrielShanna)

Notas de la autora: Las partes escritas entre >> y << son las que ocurren en el pasado, o en el Bosque Encantado.

3.- Espectro. 

Sonó el timbre, y como buena anfitriona que era, bajé a abrir a aquella turba furiosa que venía en busca de mi cabeza. 

- ¿Puedo ayudaros en algo? – cortesía helada goteaba de mi voz. 

Whale me agarró por los hombros y me empujó contra la columna blanca que enmarcaba la entrada de mi casa. ¡Cuanta arrogancia! 

- Oh si, si que puedes… - me susurró, aunque los gritos de los que nos rodeaban no ahogaron sus siguientes palabras - ¿Dónde está mi hermano? 

- ¿Quién? – rodeada de personas que querían matarme, aún me perdía mi lengua y mi arrogancia. 

Sonreía con burla. ¿Quiénes se creían para tratar de intimidarme? 

Empujé a Whale lejos de mí. 

- ¿Qué habéis venido a hacer a mi casa? –vuelta a los viejos hábitos de mi otra vida, mi otra yo, aquella que ellos llamaban Reina Malvada. 

- Hemos venido a por vos, Majestad. – dijo alguien, un hombre al que no pude ver entre la multitud. 

- ¿habéis venido a buscar a vuestra reina? Bien… aquí la tenéis –aparté los bordes de mi chaqueta negra, subí las mangas con un gesto brusco y conjuré una ola de fuego que los barrería a todos de mi presencia y no dejaría ni las cenizas tras de si. 

No pasó nada. 

- ¿Qué? –miré mis manos, atónita. 

¡Era imposible! ¡Había magia en Storybrooke! Podía sentirla vibrar en el aire. 

Un fuerte brazo rodeó mi cuello y me empujó de nuevo contra la columna. El rostro de Whale, muy cerca del mío, proyectaba su aliento apestando a Whisky contra mi rostro. 

- Parece que vuestros poderes no funcionan, Majestad. – se burló. 

No supe que responder ni aunque hubiera podido articular palabra, ya que apretaba mi garganta con su antebrazo y casi ni podía respirar, 

El shock de descubrir que no tenía mis poderes me dejó momentáneamente aturdida y él se aprovechó de ello. 

Mi visión empezó a nublarse por los bordes. 

Si apretaba mi garganta unos pocos segundos más perdería la consciencia, y sospechaba que para mí eso no sería agradable. 

Un rayo escarlata y dorado apareció de la nada tras Whale y la arrancó de mi cuerpo. 

Jadeé, volvía a respirar. 

- Soltadla. ¡He dicho que la soltéis! – gritaba ella. ¿Emma me había salvado? 

Henry estaba a su lado, mirándome con lo que esperaba que fuese preocupación por mi en sus ojos. Tras él, Mary Margaret, David, Ruby y su abuelita, El Doctor Hopper y los enanos… 

Menudo batallón de protectores. 

La ironía de la escena no me pasaba inadvertida, arrancándome una sonrisa cínica. 

Era simplemente irreal. 

Casi deseé que Whale hubiera seguido asfixiándome con tal de no darles la oportunidad de salvarme. 

Incluso Mary Margaret abogó por mi vida. ¿¡Quién lo hubiera imaginado!? Impidió que su gente me colgase por segunda vez. Que dulce por su parte. Y que estúpido. 

Acordaron encerrarme en una celda de comisaría por mi propia seguridad, y la del resto del pueblo. 

“Vaya, creía que era yo quien estaba en minoría” pensé cínicamente cuando cerraban la puerta de hierro de mi celda. 

Una vez sola, intenté hacer saltar el cerrojo de la celda, pero no funcionaba. 

- La magia aquí es diferente, querida. 

- Gold. – le planté cara. Estaba lo suficientemente cabreada como para permitirme el lujo de ser temeraria. 

Parecía irritantemente seguro de si mismo, como siempre fue en nuestro reino, pero con un punto más… peligroso, decidí. Algo no iba bien. Podía sentir su furia golpeándome en oleadas. 

Era él quien había liberado la magia en Storybrooke para recuperar su poder, para poder vengarse de mí. 

Nos insultamos, nos amenazamos…. 

Agarró mi mano a través de los barrotes y presionó un amuleto contra mi palma. 

- ¿Es...? –puro pánico estalló en mi pecho. Terror. Me quedé helada. 

- Oh, si querida. Lo único de lo que nadie puede escapar. Su destino. Y te prometo que el tuyo, es sumamente desapacible. – con una macabra sonrisa, me soltó. – Le he prometido a alguien que no te mataría, pero no dije nada de protegerte. No seré yo quien te mate, él se encargará. 

Se fue, dejándome a la espera de que su espectro viniese a por mí. 

Esperar mi propia muerte nunca me ha puesto del mejor humor. 

Paseé de un lado a otro de mi celda durante horas hasta que anocheció. Estaba inquieta, pero al final el agotamiento pudo conmigo. 

Me tumbé en la estrecha cama e intenté descansar. 

Obviamente, no pude. 

Acababa de cerrar los ojos cuando un estruendo me despertó. 

La oscuridad de la comisaría era casi total. Apenas me llegaba un poco del resplandor de las farolas de la calle, pero fue suficiente. 

Podía verlo, y eso podía verme a mí. 

Era negro, esquelético y flotaba buscándome. 

Parecía ciego, pero no sería yo quien mirase bajo su capucha para comprobar el color de sus ojos, o si acaso los tenía. 

Arrancó la puerta de hierro de la celda sin esfuerzo aparente. 

Intenté huir, pero bloqueaba la puerta, y mis pies parecían haber echado raíces en el suelo de cemento. 

Alargó una esquelética mano hacia mí y comenzó a absorber mi alma. 

Alguien le lanzó algo. ¿Una silla? No llegué a verlo. 

Caí al suelo, temblando. Aún sentía su helado toque dentro de mí, aferrándose a mi alma, intentando arrancármela. 

De repente una luz anaranjada, calor. ¿Fuego? Mary Margaret lo quemó con un spray inflamable y lo hizo huir atravesando una ventana. 

Emma me ayudó a levantarme. Aún me temblaba todo el cuerpo. Me ardía la quemadura en la que se había transformado la marca del amuleto. 

- ¿He acabado con él? – preguntó Mary Margaret.

- No se puede. No detendrá hasta que devore a su presa… A mi – les mostré la marca. 

- ¿Cómo se puede acabar con él? – preguntó Emma. 

- No se puede matar a lo que ya está muerto. 

Emma dijo que todo saldría bien, que me protegería. Le había prometido a Henry que lo haría. 

Henry aún me quería. 

Saber eso me levantó el ánimo y me dio fuerzas. 

De inmediato propusimos un plan de contingencia. El espectro venía a por mí pues yo estaba marcada, pero había que detenerle porque estaba destruyendo el pueblo. 

Decidimos enviar al espectro allí donde no causara daño, al Bosque Encantado, ya que el reino había sido destruido por mi maldición, y sin nadie a quien marcar, quedaría en el olvido para siempre. 

Emma me acompañó a mi despacho en el ayuntamiento a buscar el sombrero de Jefferson que usaríamos como portal. 

- ¿De verdad Henry le pidió que me protegiera, Emma? 

- Si. 

Henry, mi pequeño de dulce corazón. 

Estaba rodeada de peligro, de personas que me odiaban, de muerte (muy posiblemente la próxima fuese la mía) pero sonreí. Mi hijo me quería. Después de todo, no le había perdido. 

Llevamos el sombrero a la sala de reuniones del ayuntamiento, donde nos reunimos con Mary Margaret y David, quienes traían escobas y alcohol con el que hacer antorchas, ya que no había electricidad. 

Un aullido quebró la noche. 

El espectro volvía, pero esta vez estábamos preparados. 

El portal no se abría. 

La magia de este lugar era diferente a la que yo conocía, por eso no conseguía hacer funcionar el sombrero. 

Y teníamos al espectro encima. 

Emma agarró mi brazo con urgencia. 

- ¡Date prisa! – gritó por encima del fragor de la batalla que libraban sus padres contra el espectro. 

- ¡Ya lo intento! – respondí. 

En ese momento, funcionó. 

El portal absorbió al espectro, pero también a Emma y a Mary Margaret. 

Ni yo lo hubiera planeado mejor. 

David me atacó. Me culpaba de la desaparición de su esposa y su hija, de provocar su caída por el sombrero, pero lo cierto es que Emma me apartó en el último momento para que el espectro no me llevase con él. 

Me sentí culpable… durante unos 5 segundos. Fue horrible sentirme así. 

Lancé a David contra la pared con un simple gesto. De nuevo podía usar mi magia. 

- Debí haberte matado cuando tuve ocasión. Y ahora la tengo – acaricié su pecho con las uñas. Estaba a punto de arrancarle el corazón cuando… 

- ¿¡Mama!? – Henry y Rubi entraron. 

Cuando le dije a mi hijo que Emma y Mary Margaret habían sido absorbidas por el portal se alejó de mí. Dijo que realmente era la reina malvada, que no quería volver a verme. 

- Henry, yo te quiero…- supliqué. 

- ¡Pues demuéstralo! Rescata a Emma y a Mary Margaret de una vez. Hasta entonces, déjame, déjanos a todos tranquilos… 

Se fue con su abuelo, dejándome sola en la oscuridad. Dejándome sola, de nuevo. 

4.- Recuerdos.

De regreso en casa, recorrí cada habitación como un fantasma.

Me sentía vacía.

Me sentía muerta por dentro, y solo quería olvidar.

Fui al salón y saqué del mueble bar una licorera y un vaso de cristal. Empecé a beber sin disfrutar del intenso saber del licor de manzana que yo misma destilaba de las manzanas del árbol que traje del reino.

Lo admito. Tuve un ligero acceso de autocompasión por mi misma. Nada me salía bien.

Horas después estaba agradablemente adormilada por el alcohol. La botella vacía yacía sobre mi vientre brillando anaranjada por el reflejo de las llamas de la chimenea.

Fuego… Alcohol... 

Risas… Recuerdos…

>> -Vamos Regina. Es tu vigésimo tercer cumpleaños –decía ella. Su voz era melodiosamente ronca, profunda y sensualmente cálida. Era una voz que debía ser obedecida, y casi siempre lo era- El rey y la princesa hará horas que están dormidos en sus respectivas habitaciones. Nadie lo sabrá. 

Sonreí de lado.

- ¿Has vuelto a deslizar semillas de adormidera en la copa de mi esposo? – la primera vez que yo misma las usé fue gracias a ella. Suya fue la idea y suyas las semillas.

No dijo nada, y con ello me lo dijo todo.

- ¡Demonios! –la cogí de la mano y al instante siguiente habíamos desaparecido de mi castillo para aparecer en el suyo.

En sus habitaciones privadas, para ser exactos.

Dejó su cetro apoyado en el respaldo de su alto trono de madera tallada y sirvió dos copas de vino. Una para cada una.

- Por tu 23 cumpleaños, querida. ¡Que cumplas muchos más, que llenes de niños las habitaciones de palacio y que ninguno sea del rey! 

- Bruja descarada – brindé con ella entre risas. Hacía tiempo que la conocía, y había compartido con ella muchos secretos, muchas esperanzas. Era lo más cercano a una hermana que había tenido nunca. 

Le conté mi deseo de ser madre. Sería mejor madre con mi hijo de lo que Cora fue conmigo. Me lo prometí aquella noche en la que ella segó la vida del niño que esperaba de Daniel.

Ella sabía lo que mi madre me hizo. También sabía que Leopold intentaba poner de su parte, sin mucho éxito de momento.

Incluso compartí mi deseo con mi Maestro, Rumpelstiltskin, quien me dijo que había visto un niño en mi futuro, pero no me dijo cuando. Así era él, respuestas que no lo eran, solo más preguntas.

Sentadas en el suelo ante el calor de su chimenea, hablamos durante horas de todo y de nada.

Aunque fuera hacía frío, el vino nos calentaba la sangre, el fuego calentaba nuestra piel. 

Y cada vez estábamos más cerca la una de la otra.

Tumbada sobre sus piernas, cerré los ojos un momento. Tenía sueño.

- Maléfica, creo que debería regresar al castillo antes de quedarme dormida.

- ¿Tienes prisa por volver a un lecho frío y vacío, querida, cuando tienes uno calentito aquí? – sus finos dedos rozaron mi mejilla trazando círculos hacia mi mandíbula, mi cuello. No me preocupé, no era la primera vez que ella hacía eso, ni que yo se lo hacía a ella, ya puestos.

- Si desaparezco en mitad de la noche se acabó el poder usar la magia. Se acabó el poder visitarte… - todo el vino que bebí esa noche no me ayudaba a razonar demasiado bien.

- Prometo que estarás en tu cama con las primeras luces del amanecer… y para eso aún faltan muchas horas… 

- Esta bien… - empecé a levantarme justo cuando ella se agachaba para depositar un beso en mi frente. 

Pero no fue en mi frente donde noté sus labios, sino sobre los míos.

Me separé de ella repentinamente, pillada por sorpresa, pero un segundo después sujetaba sus mejillas entre mis manos y la besaba ferozmente.

Esa noche era nuestra. 

Esa noche no importaba.

Esa noche, quería sentir algo…

Me rodeó la cintura con ambas manos mientras yo la tumbaba de espaldas sobre la alfombra en la que ambas habíamos estado hablando durante días y noches enteras. Ella sabía a vino picante, a oscuridad, a promesas de poder y triunfo. 

Me perdí en su boca sin darme cuenta, sin desear parar de devorarla. 

Quería su poder, quería su fuerza… Dios, la quería a ella.

Y ella me quería a mí.

Sus manos que subían el bajo de mi vestido acariciando mis piernas eran muy claras.

Giró sobre si misma, obligándome a mí a quedar debajo de su cuerpo. Aún rodeaba su cintura con mis piernas cuando empecé a notar como las acariciaba, las arañaba intentando deshacerse de mis medias. 

Primero fueron mis altos zapatos de tacón los que volaron a través de la habitación. Después fueron mis medias, una por una, las que los siguieron.

Tenía unos dedos ágiles que pronto desengancharon los cierres de mi corpiño.

A mí me tomó un poco más de tiempo localizar los broches del suyo.

Ambas parecíamos estar más allá de las palabras. ¿Para que hablar, pedir, cuando puedes tomar? 

Tomé de ella cuanto quise, y ella tomó de mí cuanto pudo.

Sus besos se tornaron feroces. Había un brillo extraño en su mirada. ¿Deseo? ¿Furia? Tal vez ambas, no importaba. Solo importaba que quería que me besara más fuerte, y ella lo hacía. Me dominaba y yo dejaba que lo hiciese.

Al menos, aquella vez.

Enredé los dedos entre los enmarañados rizos de su cabello, tiré de su boca hacia mi cuello, ofreciéndoselo, mientras yo mordía el suyo y giraba sobre ella para tomar el control. 

Encima de ella pude verla bien. Su piel enrojecida por mis caricias, marcas de arañazos en su pecho, mordiscos en su cuello. Su mirada febril fija en la mía. ¡Yo le había hecho eso! Me sentí poderosa al saber como reaccionaba ante mi tacto. Mi poderosa hechicera, mi mejor amiga, jadeaba bajo mi cuerpo, acariciándome, gruñendo por mis caricias. 

Busqué su boca y hundí mi lengua en ella. La marcaría a fuego si era necesario, pero sería mía esa noche.

Pronto la ropa empezó a ser un estorbo. Estábamos tan sensibilizadas la una con la otra que el roce de la tela era una tortura que solo las manos de la otra podían calmar.

Por fin desnudas, nos dejamos ir, dejamos de pensar y solo sentimos.

Un beso ahí, un mordisco allá. Más, más. Dolor y placer se mezclaban, se complementaban.

Sus dedos dentro de mí, su boca en mi pecho, su lengua torturándome… ¡Ah! Me arqueaba bajo ella como una gata, ronroneando, gimiendo, pidiendo más. Y ella me lo daba.

Mis dedos bajaban por su espalda, acariciándola suavemente hasta su trasero, donde agarraban con firmeza y la atraían más entre mis piernas.

Me enloquecía, me hacía gritar, me hacía reír… Me corrí tan bruscamente que lancé un grito a la noche que ella ahogó con un beso.

- Oh Dios… - susurré.

Ella soltó una risilla de triunfo.

Alargué la mano y rodeé su cuello con ella, obligándola a acercarse. La besé larga y profundamente.

- Pienso vengarme por eso… 

Me puse sobre ella y le ordené con una mirada que no se moviese. Cogí una de nuestras últimas copas de vino y derramé un poco por su vientre, lamiéndolo al instante hasta que no quedó rastro. Hice lo mismo entre sus pechos, deleitándome ahí, torturándola a ella y a mi misma. Me coloqué entre sus piernas y lamí la tierna piel de sus muslos, dejando un mordisco ahí otro allá, acercándome a su lugar más privado pero sin llegar a él. 

Sus gemidos frustrados me divertían, me enardecían, me indicaban que iba bien encaminada.

Lamí con la punta de la lengua su ombligo, mirándola de reojo. Ella me miraba a mí. Sus ojos brillaban dorados, aunque tal vez fue un reflejo del fuego. 

Tímidamente, dirigí mi lengua a su sexo. Estaba caliente, muy caliente, y no era la única.

Temblé de anticipación igual que ella.

“No pienses Regina. Siente” me dije. A veces hay que obedecer a tu subconsciente. Yo lo hice, y no me arrepentiré nunca de esa noche. Al menos, eso pensé en ese momento. Las decisiones que tomamos nos definen, y yo ya había tomado la mía.

Rodeé sus caderas con las manos e introduje mi lengua en ella. Lamí, chupé, mordí, cerré los ojos y me dejé llevar.

Su grito de liberación fue glorioso.

-hmm… debería ser tu cumpleaños más a menudo… -ronroneó mientras me abrazaba.

Reí entre dientes al enterrar el rostro en su cuello. Sus brazos me rodeaban, me protegían. Aquella noche ella fue más que mi amiga. Fue una parte de mi y yo de ella.

La mañana nos sorprendió abrazadas ante las brasas de su chimenea, desnudas y con los cuerpos entrelazados.

La resaca nos dio los buenos días.

Los recuerdos vinieron después.

Me marché sin despedirme. No podíamos ni mirarnos a los ojos.

No volví a verla en una semana, y ni siquiera entonces habíamos podido hablar sin sonrojarnos. <<

- Maléfica… -murmuré con voz ronca. No noté las lágrimas que mojaban mis mejillas, no me importó la visión borrosa... Necesitaba contarle que había perdido a Henry, necesitaba su consejo y su consuelo. Necesitaba terriblemente a mi única amiga.

Continuará...