miércoles, 10 de diciembre de 2014

Fan Fic: Once Upon a Time in Neverland 19


Volvemos a la inhóspita Neverland una última vez para terminar la historia de Rufio y Pan con una maestra de ceremonias muy especial en el capítulo final de Once Upon a Time in Neverland.
Palabras del autor

Hace cosa de un año me puse a escribir este fic sobre Peter Pan y Nunca Jamás sin pensar en que lo publicarían. Fue la primera que vez daba vida a las cosas que pasaban por mi cabeza y también la primera que alguien las valoraba. Ha sido una experiencia grata y espero que hayáis disfrutado del final de esta historia que ha ocupado un total de 311 páginas, vamos, que ha sido como un libro.

Me ha gustado mucho que la gente me felicite por como escribo porque a mis ojos siempre lo haré fatal, incluso me siento incapaz de leer cosas hechas por mí, será que estoy condicionado por mi forma nerviosa de hablar (que en los comentarios del blog se intuye), y es que siempre me voy por las ramas o digo demasiadas obviedades, me pasa como a Anna.


Así que en definitiva, espero que lo hayáis disfrutado, muchas gracias por vuestras palabras de aliento a lo largo de este año y ojalá disfrutéis los vídeos que he dejado con cariño.

Chapter 19: Happily Never After

Plaf, plaf, plaf… Los pasos resonaban.
     Plaf, plaf, plaf… Una y otra vez.
     La vista se marchitaba, la respiración se entrecortaba.
     Plaf, plaf, plaf… Su cuerpo golpeaban.
     Plaf, plaf, plaf… Todo muerto estaba.
     Incluso él.

     Alzó la vista y vio la aurora boreal manchando el negro cielo con su estela glauca, verdosa y azulada. Un haz de luz entre tanta oscuridad… La misma paradoja que tenía a su alrededor porque caminaba por la carretera de una gran ciudad, sí, de una gran ciudad. ¿Los Ángeles? ¿Nueva York? No lo sabía, pero debía de ser grande por todos los rascacielos que veía, que lo enjaulaban… Pero esas jaulas no eran la verdadera cárcel pues también estaban presas, esos armatostes de hormigón estaban en ruinas pero sostenidos por hiedras y todo tipo de plantas que les impedían caer y rendirse. El escenario más tétrico que pudiera imaginar, la paradoja que encerraba su propia existencia.

     Siguió el camino pisando sólo las rayas de la carretera, amarillas en lugar de blancas, hasta que empezó a ver aún más signos de decadencia como la misma carretera, resquebrajada, dividida ante un gran promontorio de cemento que, valga la ironía, contaba con escaleras.

     ¿Subiría? La curiosidad le decía que sí pero la prudencia que no.
     Al final demostró no haber aprendido nada y en lugar de seguir el camino marcado por las baldosas amarillas que rodeaban el promontorio decidió subir.

     Llegó muy alto, a elevarse incluso por encima de los rascacielos, y una vez allí oteó el horizonte.
     ¿El Empire State? ¿Las torres gemelas de la World Trade Center? Ya sabía dónde estaba.
     -No, no lo sabes.
     Esa voz tan meliflua era a su vez muy falsa.
     «Otra paradoja» pensó antes de darse la vuelta y responder a la mujer que lo miraba desde el pie de la escalera.
     -Entonces dímelo tú, Cora –no se molestó en ser cortés, ella no se lo merecía.
     Ella se le acercó y le sonrió.
     -Estás en tu propio corazón, Rufio.
     El chico miró a su alrededor de nuevo, con Cora a su lado todo le pareció mucho más oscuro.
     -¿Mi corazón? -En ese momento centenares de palomas aparecieron de la nada, Rufio se quedó embobado, mirándolas-. Si éste es mi corazón… -Continuó- ¿qué haces tú aquí?
     -Bueno eso deberías de preguntárselo a él, muchacho –siguió sonriendo ella.
     Rufio miró sus zapatos y entonces se dio cuenta de que estaba descalzo. ¿A qué se refería Cora?
     -Sólo sé… -Se mordió el labio- sólo sé…
     -No sabes nada –se acabó la dulzura- nunca has sabido nada.
     Rufio la miró como quien mira a un verdugo, ojeroso y muerto.
     -¿Entonces por qué no cesa todo de una vez?
     -Porque tu ignorancia no es tanta como para merecer morir, no aún.
     -En efecto –era otra persona, Rufio se giró para verla-, no está bien cerrar las historias dejando cabos sueltos.
     No podía ser él.
     ­-¡Peter! –Corrió hacia él, dejó a Cora atrás…
     Plaf, plaf, plaf… Sus pasos resonaban.
     Plaf, plaf, plaf… Ya no estaba allí.


     El sol le daba directamente en la cara y él sudaba. Debía de ser mediodía a juzgar por su altura e intensidad.
     Se levantó llevándose una mano a la frente para secarse las gotas de sudor que la recorrían. ¿Se había dormido?
     -Fue aquí…
     Se asuntó, se había olvidado de Peter.
     -¿Aquí? –Repitió extrañado, mirando donde lo hacía él.
     -Donde todo comenzó.
     Había dos niños jugando a la orilla del río.
     -¿Quiénes son?
     -Somos yo y Ricardo. Mi hermano.
     Rufio siguió mirando. Un hombre entró en escena y se llevó al niño más alto, el hermano mayor.
     ­El pequeño Peter se quedó solo y enfurruñado hasta que apareció otra persona.
     -Y ese soy yo –dijo Peter.
     ­-¿Qué? –Imposible.
     El niño Peter hablaba con el otro Peter, pero su cara estaba oculta por un embozo.
     -Ni siquiera yo sabía que estaba hablando conmigo mismo, fue algo arriesgado y peligroso, mas debía de colocarme en el camino correcto para ser quien fui.
     -No entiendo nada.
     -Simple es. Peter Pan no es más que un invento, yo no estaba destinado a ser él, por eso tuve que asegurarme de que en los momentos decisivos mis reminiscencias pasadas tomasen las decisiones correctas.
     -O incorrectas –lo contradijo Rufio.
     -¿Quién decide cual es cuál?
     Plaf, plaf, plaf… El niño cayó al agua.
     Plaf, plaf, plaf… La luz se apagó.


     Estaban en un barco, en el camarote de un barco. Un niño y una mujer hablaban. Rufio conocía a esa mujer, era la reina, la madrastra de Blancanieves.

     -¿Dónde estamos?
     -En un tiempo posterior al tuyo.
     -¿Estamos viajando en el tiempo?
     -No, sólo te enseño lo que pasará.
     ­-¿Pero cómo sabes qué es lo pasará?
     Peter le señaló al niño. La reina se había despedido y ahora había otro Peter que intentaba ¿extirparle la sombra?
     -Yo poseí a Henry y vi sus experiencias en tiempo real, luego supe todo lo que él sabía y vi todo lo que él había visto.
     -Pero eso sólo te pudo haber contado parte.
     -La parte que más me interesaba…
     Plaf, plaf, plaf… Alguien encerró a Peter en una caja.
     Plaf, plaf, plaf… El barco se sacudió y ellos desaparecieron.


     Ahora Rufio caía, caía y caía… ¿Hacia dónde? ¿Hacía el cielo?
     Sus pies dieron de lleno en lo que parecía un gran salón donde el cielo sólo eran frescos pintados en la bóveda del techo.

     -¡Juro que destruiré vuestra felicidad! –Gritó con rabia Regina a los novios.- Aunque lo último que haga sea eso –y tras lanzar una mirada que iba más allá del odio a Blancanieves y su príncipe dio la vuelta y volvió sobre sus pasos ignorando a los invitados que, de forma ridícula, ocultaban su rostro para evitar mirarla.
     -Se ha presenciado esta escena tantas veces… -Decía Pan-, para entender a los príncipes, para comprender a la reina, para presentar ambas historias… Cuando asististe conmigo a la fiesta… Revivido una y otra vez como un déjà vu.

     Rufio vio la espada del príncipe salir disparada contra la reina. Los llamó, a él y a Blancanieves, pero ninguno hizo caso. Luego corrió hacia dónde estaban él y Peter. Se vio a sí mismo, feliz e ignorante… Tan ignorante que no se reconoció.

     ¿Son los tontos felices?
     ­Intentó tocar a su yo pasado, tenía que advertirle, cambiar las cosas a mejor… Y en cuanto lo tocó…
     Plaf, plaf, plaf… Todo se acabó.


     Las ramas de los árboles se enredaban entre ellos, impidiéndole ver el cielo y el resto del bosque. Rufio se levantó y caminó entre la densa niebla, temiendo lo que encontraría más adelante.

     -Tienes que irte –pero lo encontró detrás.
     -¿Eres…?
     Era una joven doncella con vestido de gasa y vientre muy visible, ambos teñidos de sangre.
     -Tienes que irte –repitió antes de echar a correr.
     -¡Espera!
     Plaf, plaf, plaf… Él sintió las puñaladas de la traición.


     La escena cambió de nuevo y, otra vez, Peter lo acompañaba.
     Estaban en un recodo seco del bosque, frente a dos personas. Un hombre harapiento y de pelo cano y una mujer, rubia y embarazada.

     -Este es el momento en el que creí que mi vida había acabado –se pronunció Peter.
     -¿Eres tú?
     -En el otoño de mi vida, en mi marchita madurez.
     La mujer rubia estaba dando a luz y Peter, el adulto, la asistía cual partera.
     -Aguanta mi amor, aguanta.
     Ella asentía.
     ­-Yo puedo, yo puedo.
     -Estás perdiendo mucha sangre.
     -¡He dicho que yo puedo!
     Rufio cayó al suelo, ¿estaba sintiendo lo mismo que Cordelia? Oía cantos de ángeles que, en realidad, no eran más que gritos, sentía su vientre violado, sus carnes desgarradas… Tanto sufrimiento para un natalicio.
     -No quiero abandonarte –le decía Cordelia al bebé- créeme que no quiero, pero no tengo más remedio, algunas veces las cosas no salen como esperamos.
     -¡No! –Gritó Peter el adulto más celoso de las atenciones al bebé que triste por la pronta muerte de su amor- ¡no puedes hacerme esto! ¡No puedes dejarme con él!
     Cordelia se apagó y sus cabellos de oro dejaron de brillar, así como su colgante, perdido por siempre jamás.
     -Irónico –le dijo Peter a un malherido Rufio.
     -¿El qué?
     -Fue aquí donde murió Rumpel, un niño al que conocí. Estábamos huyendo y lo mataron. Lo enterré en este mismo recodo, en el mismo lugar donde Cordelia vertió su sangre para traer al mundo al inútil de mi hijo. Por eso lo llamé así, Rumpelstilskin.
     El niño comenzó a llorar pero no tan fuerte como su padre.
     -Fui un idiota.
     -¿Por qué, Peter?
     -Rumpel iba a morir y yo cumplí la última voluntad de Cordelia. Empleé la poca magia residual de nuestro amor en partir mi corazón y darle una mitad a Rumpel. Por eso ninguno puede morir mientras el otro siga con vida…
     Plaf, plaf, plaf… Todos los sueños estaban rotos.


     Caminaba ahora por un reino de hielo, por un poblado congelado por entero, oscuro, frío, siniestro y apagado. Sin vida y muerto.
     -Es increíble lo que un corazón puede hacer –dijo Cora.
     -¿De qué hablas?
     -Un corazón desgarrado y una mente enferma son los artífices de lo que ves, la decadencia del reino de Arendelle.
     -¿Arendelle?
     -La tía de la reina Elsa se volvió loca, no distinguía entre lo que era real y lo que eran sus deseos y sus ilusiones, por eso sus poderes se descontrolaron y desencadenaron un invierno eterno en todo el reino.
     Rufio captó la intención de Cora.
     -No es así…
     -Sé perfectamente como es puesto que he salido de tu cabeza. Podrás engañar a las personas pero no a ti mismo y, tú querido, eres un maníaco, un alma pútrida escondida bajo una imagen de ser desdichado y torturado. ¿Acaso le contaste a Peter que mataste al conejo de tu vecino echándole lejía en los ojos?
     -No…
     -¿Acaso le contaste que te arrancabas las uñas y las echabas en la comida de tu madre para que se ahogase?
     -Se lo merecía…
     -¿Acaso le contaste la verdad sobre la muerte de esa mujer?
     -Era una perra…
     -¿Acaso le contaste lo que hiciste en ese manicomio?
     -Me obligaron…
     -Excusas, excusas y más excusas. Tu alma está tan negra como la suya. Por eso tu corazón le era tan útil, porque erais almas gemelas. Dos enfermos, incapaces de amar, de sentir, de crecer, creyendo que todo cuanto pisan en suyo, creyendo que…
     -Te veo muy anárquica para ser reina, Cora.
     Plaf, plaf, plaf… Los sones de la victoria, de la revancha.


     Un hermoso día, soleado, demasiado para ser 13 de pluvioso. En el salón del trono toda la corte aguardaba la ceremonia de  proclamación de la nueva infanta. El rey daba un discurso redactado por algún lacayo con más labia que él.

     -¿Qué hacemos aquí? –Preguntó Rufio a Cora.
     -¿Sabes quién es tu verdadera madre?
     -No.
     -Pues ahora la vas a ver.
     El rey concluyó su discurso, saludó a su hijo con una inclinación de la cabeza y luego, de forma solemne llamó a su nuera.
     -Princesa Cora.
     La princesa, una mujer muy bella, de piel pálida y cabello rojizo se puso en el lugar del rey, sonreía con suficiencia, victoriosa.
     -¡¿Tú eres mi madre?!
     -Claro que no, es el bebé que porto en mis brazos.
     -Dime hija –siguió el rey-, ¿cuál es su nombre?
     -Su nombre –sentenció la joven Cora alzando a la criatura sobre toda la corte- es Regina, pues un día será reina.
     A Rufio se le cayó el mundo encima.
     -¿Mi madre es la reina? ¿La madrastra de Blancanieves?
     Plaf, plaf, plaf… Y todo el peso de la verdad lo aplastó.


     Abrió los ojos por última vez, de nuevo en aquel promontorio de cemento bajo la aurora boreal.
     -¿Qué tal el viajecito? –Preguntó Cora.
     -Déjame en paz ¡Y DEJA DE METER COSAS EN MI CABEZA!
     -No eran cosas, no seas ignorante.
     -¡CÁLLATE!
     -¿Sientes rabia? ¿Me vas a echar lejía en los ojos?
     -¡Te los voy a arrancar, vieja de mierda!
     -Cuan soez y descortés. Dime, ¿qué sentías al ver esas cosas?
     -¿A qué te refieres?
     -Bueno, algo debías de sentir.
     Rufio se llevó una mano al pecho ya un poco más tranquilo.
     -Sí… Me dolía el corazón.
     -¿No son maravillosos los corazones? Siempre molestando, impidiéndonos llegar a la cima y equivocándose.
     -Lo sabes bien, ¿verdad? Porque todos vosotros tenéis corazón. Peter, Cordelia, Clara, Rumpel… Sentí lo que Peter sintió y vi cómo nos comportábamos juntos. Nos reíamos, nos enfadábamos y llorábamos. ¡Necesitas tener un corazón para llorar!
     -Ya era hora de que te dieras cuenta. Un corazón nunca desaparece para siempre. Puede que al perderlos cambiemos nuestros temperamentos, mas varios de nosotros mostramos signos de poseer un sustituto floreciente. Un corazón, al igual que tantas otras cosas, también puede ser cultivado. Entiéndelo así: Se puede desterrar al corazón del cuerpo, mas éste tratará de reemplazarlo. Sin embargo, por debilidades del cuerpo, por debilidades de voluntad o debilidades de la confianza…
     -¡CÁLLATE YA! –Explotó Rufio- ¡hablas de los corazones y de las personas como si fueran botellas en un estante! ¡Los corazones están hechos de lo que sentimos por las personas a las que conocemos! ¡De lo que somos nosotros mismos! ¡De nuestros recuerdos y nuestros deseos, por muy oscuros que estos sean! ¡Son lo que nos unen cuando estamos separados! ¡Son los que nos hacen fuerte! ¡LO QUE ME HACE FUERTE A MI! ¡EL AMOR NO TE DEBILITA! ¡TE FORTALECE!
     Un haz de luz blanca lo cegó todo y el promontorio, los edificios y el propio Rufio, se derrumbaron.
     Todo se vino abajo en una onda explosiva de amor y luz, todo quedó destruido por la fuerza de un corazón al ser arrancado.
     Rufio yacía en el asfalto, jadeante, moribundo. Era su final. Se apagaba mientras un humillo negro que atufaba  a oscuridad lo envolvía.
     -Lo has hecho tan fácil –dijo Peter al aparecer de entre los escombros.
     -Peter…
     -Creías que ibas a ganar pero perdiste en el mismo momento en el que oíste a tu corazón. Él es el que te ha sumido en la más profunda de las fosas del amor y aquí te has desgastado hasta no ser nada. Se acabó, ya no hay vuelta al mundo exterior donde un Rufio que sólo vive impulsado por deseos bajos yace en sus últimos minutos de vida.
     -¿Qué quieres decir? –Ya no podía hablar, oía su voz lejana, débil…
     -Ya te lo he dicho, has seguido un camino, uno muy bien trazado –Peter hizo aparecer un sombrero, picudo, azul y lleno de estrellas luminosas-, yo sólo soy un espíritu del tiempo mandado por un ente superior a supervisar que estuvieras aquí hoy.
     -¿Qué?
     -No soy exactamente Peter, soy Malcolm, o al menos una parte de él. Antaño conocí a un brujo muy poderoso que me ofreció entrar a su servicio a cambio de ayudarle en una tarea, una ardua que ocuparía varias centurias. Dividió mi ser, una parte siguió viviendo la vida que me había destinado el hechicero y la otra, yo, erraría por el tiempo asegurándose que todo seguiría como debía estar.
     -¿Por qué me necesitáis?
     -No te necesitamos a ti, sólo lo que quedará de tu persona.
     -No te creo, no puedes saberlo…
     -Claro que sí. Viajando a través del tiempo. Las leyes de la magia lo impiden mas, por una razón, no conocen que el propio tiempo es inmóvil.
     -No… Yo…
     Peter chistó y se inclinó sobre Rufio.
     -Calla y escucha, oye a las sombras dándote la bienvenida –el sombrero brillaba cada vez más fuerte en sus manos- oye como tu cuerpo muere y tu espíritu es encerrado por siempre jamás.
     -¿Qué… Es… Lo… Qué… Va… A… Pasar…?
     -El futuro más allá de la maldición se me escapa. Supongo que yo, con mi tarea cumplida, regresaré a mi época y creceré hasta convertirme en el niño en el que me convertí. Y, aunque conozca este futuro, al volver al pasado, presente para mí, se olvidarán todos mis aprendizajes y experiencias, a fin de que no interfieran en mis decisiones. Aun así, este presente está grabado en mi corazón, lo que me llevará primero a buscar un paraíso perdido y alejado de la dura mano de los reyes de El Bosque Encantado…
     -Peter…
     -Dormirás para siempre en los pliegues de la oscuridad y tu corazón será prisionero de la magia. Así es como la luz queda encerrada en las tinieblas.
     -Pe…Ter…
     -Dulces sueños, Rufio.
     La luz dorada estalló dentro del sombrero y espantó a las sombras que envolvían a Rufio. Cuando la oscuridad volvió, el chico ya no estaba.

     -Se acabó –decía Rufio mientras miraba a su alrededor en aquel fondo negro infinito- caigo, caigo y caigo… En la oscuridad.

STORYBROOKE, MAINE
Comienzos de marzo, 2012

-No dejas de asombrarme Peter –dijo Felix- burlar a la reina malvada en menos de un día… -Peter notaba el orgullo en las palabras de su amigo-, es impresionante –al secuaz de Pan lo recorrió un escalofrío.
     -Ella ama al chico, es su punto débil –Pan aún no se acostumbraba a oír la voz de Henry como suya, le sonaba demasiado aflautada.
     Caminaron un poco más hasta llegar al pozo de los deseos, cuyas aguas comunicaban con el Lago Nostos.
     -Aquí es, aquí lo conjuraremos, ¿ingredientes? –Pidió a Felix.
     Él le pasó un saquito de cuero con éstos.
     -Cuando esté listo… ¿Habrán muerto todos? –Preguntó éste.
     -Peor aún, serán cautivos del nuevo reino que crearemos y no recordarán quienes fueron. La muerte es definitiva, ellos sufrirán… Eternamente.
      Su plan era sencillo, un nuevo hechizo que acabaría con Storybrooke.
     -Lo que la reina hizo es un juego de niños comparado con lo mío –se chanceó Pan.
     -Sabía que ganarías –a Felix le brillaban los ojos de admiración- Peter Pan nunca fracasa.
     Pan le sonrió divertido, pero no porque compartiese su alegría, sino porque sólo él sabía que a Felix le quedaban un par de minutos de vida, tal vez menos.
     -Ya casi está –murmuró Peter lanzando al pozo los últimos ingredientes.
     -¿Nos falta algo más?
     -Sí –pensó en actuar un poco, en parecer consternado, pero en la venganza y en la supervivencia no había cabida para juegos.
     -¿Y qué es?
     -El corazón de lo que más amo.
     -¿El corazón de tu hijo Rumpel?
     ¿De verdad podía ser Felix tan idiota?
     -No, a él jamás lo he amado.
     -Entonces –el fantasma de Rufio rondó la mente de Felix por un momento- ¿qué corazón necesitas? ¿A quién amas?
     -Hay muchas clases de amor, Felix. No sólo existen el amor romántico o el familiar. Están el de la lealtad y la amistad–la cara de Felix le reveló que ya se había dado cuenta, por fin-. Sólo una persona ha creído siempre en Pan.
     -Servidor –musitó a duras penas, estaba apretado del miedo.
     -No temas nada, préciate de ello.
     -¡No! ¡No! –La mano de Pan se abalanzó sobre su pecho y a Felix no le dio tiempo de nada. Durante aquel segundo eterno vio toda su vida. Vio a su madre en el barco que iba desde Inglaterra, vio al tabernero dándole comida, al mercader viajando con la habichuela, a Yasmín, al sultán, a Peter salvándole, a Yafar, a Rufio morir, a Garfio haciendo un trato con él… Lo vio todo. Absolutamente todo.
     Y murió.

     Pan estrujó el corazón mientras Felix caía muerto. Aquella mezcla implosionó en el pozo y el humo maldito comenzó ascender.
     La maldición estaba allí.

NEVERLAND
El Día De La Maldición

Wendy limpiaba los churretones de mugre del rostro muerto de Rufio. Lo hacía con parsimonia, con pena, él la había tratado bien.
     -Vete –ordenó Pan en cuanto entró en su habitación.
     Wendy se levantó dispuesta a obedecer, pero antes de salir le dejó claro a Pan que a ella nada la achantaba.
     -Mal rayo te parta y ardas en el infierno por toda la eternidad.
     Peter hizo caso omiso de las palabras de la muchacha y se aproximó al cadáver de Rufio. Tenía la camisa abierta, Wendy lo había estado aseando para enterrarlo de forma honrosa.
     -Mírate –le dijo ya a su lado- muerto en lo mejor de tu vida, ¿y por qué? Por no oírme, por no escucharme –aún no se podía creer que Rufio estuviese ahí, muerto-. De haberme hecho caso no te verías así, habrías llegado a serlo todo mas, mas tú elegiste la integridad y, esa, no va unida al éxito, no. Integridad, lealtad, justicia, nobleza… Valores vanos... –Hipó, ¿estaba llorando? ¿Él?-. Amor –comenzó a abrocharle la camisa que ya había manchado con algunas lágrimas-, el amor que te di como hermano y que tú despreciaste. Tras mi… Tras mi… -No podía seguir-, yo sólo quería… -Tenía que recomponerse-... Con todo mi poder jamás conseguí que cedieras, con todo mi poder, mi magia… Jamás conseguí lo único que realmente deseaba… -No sabía por qué, pero Peter no sabía ya ni lo que estaba diciendo-. Todo ese poder no me ha servido de nada. Hubiera renunciado a él, tal vez, si así te hubiera salvado. Mas ahora me doy cuenta de que si no te salvé fue porque ese poder era insuficiente y, ya es tarde para arreglarlo, porque la muerte no suelta a su presa una vez hunde su guadaña en ella. Has perecido sí, te has llevado el poco amor que quedaba en mi corazón, también, pero me has dejado la llave a  una fortaleza mayor, tu corazón, lo que me hará más poderoso. Y por ello te doy las gracias, Rufio –le acarició la frente, estaba fría como el hielo- duérmete niño, duérmete ya…

HOGAR COMUNITARIO, RICHFIELD, MINNESOTA
Navidad de 1984

El jolgorio de los niños allá abajo no lo dejaba concentrarse. Era insufrible oírlos gritar por cuatro mazapanes mal contados, por dos barras de turrón de acero y por bombones rancios con ínfulas de suizos. Era lo que llamaban Navidad.

La habitación estaba en penumbra, iluminada sólo por la fantasmagórica luz naranja del calentador eléctrico, allí, sentado en el escritorio bajo la ventana, un chico trabajaba arduamente en su mapa celeste. Sus ojos escudriñaban el papel y su nariz se pegaba a él tanto que corría la tinta del boli con el que apuntaba la posición de las estrellas y los planetas que observaba. Justo cuando estaba completando la constelación de Orión, la puerta se abrió y entró la encargada del hogar comunitario, Sarah Fisher, una mujer de belleza nórdica y voz tranquilizadora.

     -Te estamos esperando, Neal, la cena está lista.
     -Yo no celebro la Navidad –le dijo el chico sin levantar la vista del folio.
     -¿Y eso por qué? –Preguntó la mujer acercándose.
     -¿Qué más da? Es una tradición absurda.
     -Ya, yo también lo creo así… -Se sentó en la mesa, junto a los mapas-, todas esas luces por la calle, el ruido… Una locura, ¿verdad?
     Neal sabía que esa mujer sólo se lo estaba camelando.
     -Todo cuanto nos rodea es una locura.
     -Sí, eso mismo pienso yo… -Sarah hablaba más para sí misma que para Neal, o así lo parecía-, ¿sabes una cosa? Lo que más me gusta de estas fechas es ver los copos de nieve caer, los carámbanos de hielo formarse en las ventanas… Me recuerda al lugar del que vengo.
     -¿Qué lugar es ese?
     -Uno muy lejano –sonrió ella- no creo que lo conozcas, los mapas que te gustan no son los políticos.
     Hubo un silencio helador.
     ­-A mí no me gusta el invierno, hace frío y hay que usar estas cosas –dijo Neal en referencia al calentador eléctrico.
     -El frío a mí nunca me molestó.
     De nuevo otro silencio tenso.
     -Señora Fisher, agradezco mucho lo que hace por mí pero…
     ­-Recuerdo cuando te trajeron aquí… -Interrumpió Sarah-, fue hace poco más de un año. Estabas en shock, como un loco, todo te resultaba raro y nuevo. Me contaron que te habían encontrado vagando por una calle de Nueva York, perdido, sin rumbo y asustado, llorando en un rincón…
     -Sí, ya está bien –cortó Neal- fue algo horrible.
     -Y aun nadie ha conseguido sacarte de dónde vienes, ni que es lo que te pasó.
     -¡A nadie le importa! –Lanzó Neal el boli- ¡a nadie!
     -No creo que me merezca esos gritos, estoy tratando de ayudarte cuando nadie da un centavo por ti.
     Neal pensó en cómo había llegado a ser Neal, en que dio ese nombre porque, cuando Rufio le hablaba de su mundo le había dado varios nombres a elegir. Él había escogido el de Neal Cassidy.
     -Ya le he dicho que le agradezco mucho lo que hace por mí, pero no quiero nada…
     -¿Ni un regalo de Navidad? Te lo he dejado bajo la cama.
     Neal sacó el paquete envuelto en un papel de muñecos de nieve, lo abrió. Eran libros: Peter Pan, el niño que no quería crecer de J.M. Barrie, La Reina de las Nieves de Hans Christian Andersen y Cuentos de Hadas de los hermanos Grimm.
     -¿Qué significa esto? –Preguntó Neal mirando los libros con temor.
     -Es para que recuerdes el pasado.
     ­-¡¿El pasado?! –Era imposible que Sarah Fisher supiese acerca de El Bosque Encantado.
     -La infancia, el momento en el que los cuentos de hadas parecen reales –volvió a sonreír, Sarah.
     Neal se calmó un poco, no era más que puro sentimentalismo barato.
     -Gracias, supongo.
     -¿Bajarás a cenar?
     ­-No sé –se excusó volviendo al mapa- ya veré.
     -Estaremos encantados de recibirte, -Sarah fue hacia la puerta pero, allí se detuvo para decir algo más-, eres un niño excepcional, Neal, y estoy segura de que harás lo correcto para encontrar tu lugar en el mundo, pero, recuerda, los cuentos de hadas sólo son eso, no podemos volar ni viajar a tierras de magia y fantasía, aquí no. Sólo nos queda aceptar la realidad y esperar a que llegue el momento de mostrar nuestras habilidades.

     Aquellas palabras calaron hondo en Neal. Todo ese tiempo no había tratado de hacer otra cosa que intentar volver a por Campanilla, Rufio y los otros niños, ¿Y si estaban todos muertos? ¿Y si Pan había triunfado? Era una quimera, Sarah tenía razón, debía aceptar ese nuevo mundo e intentar vivir como pudiese.

     Y así lo haría, ya no sería Baelfire nunca jamás.

STORYBROOKE

Peter Pan abrió los ojos.
     Abrirlos no le hizo ver nada y volverlos a cerrar no le iba a impedir ver otras.
     Hizo memoria. Recordaba haber recibido el mensaje de la sombra, la familia de Henry iba a utilizar la varita de Maléfica para frenarle y él estaba yendo a su encuentro, hacia las catacumbas de la biblioteca.
     Pero esos inútiles habían sido demasiado rápidos. Sí. Allí estaba Rumpel, feliz y creyéndose triunfante.
     -Sólo los ignorantes son felices –pensó Pan- no tienen de que preocuparse.
     -Hola, papá.
     -Creía que me matarías mientras dormía, hijito –le dijo sin siquiera levantarse-, mas veo que has cambiado de… -Se dio cuenta de que llevaba el brazalete que él mismo le había hecho a esos inútiles de Greg y Tamara, ¿se creía acaso que le iba a afectar? Bueno, podía jugar con eso un rato-. Oh, un momento, ya entiendo. Me has arrebatado la magia, por eso vas ahora dándotelas de brabucón. ¿No es cierto?
     -Quería hablar contigo –respondió Rumpel con serenidad-, quería que me vieras y sopesaras lo que has hecho.
     -Pues claro -¿acaso se creía él el padre?- Que mire a mi hijo antes de perecer, ver su verdadero yo y pensar en una vida utópica, ¿eso es lo que quieres? –Rumpel se lo estaba creyendo, iluso- porque yo sí. Recuerdo que te miraba cuando sólo eras un bebé, indefenso pero mío, con aquellos ojos llenos de lágrimas que, me traspasaban. ¡Me arrebataste mi nombre! ¡Mi fortuna! ¡Mi tiempo! –Se desahogaba sin quererlo- ¡me quitaste la esperanza de mejorar mi vida para beneficio propio! ¡UNA LARVITA ROSÁCEA Y DESNUDA QUE SE ME ESCURRÍA! ¡QUE QUERÍA COMERSE MIS SUEÑOS SIN MIRAMIENTOS! ¡¿Qué edad tienes ahora?! ¡¿Un par de cientos de años?! ¡¿Y NO PUEDO LIBRARME DE TI?!
     -Naturalmente –dijo su hijo- cuando mueras –Rumpel cogió el sable que una vez había empuñado Garfio e hizo amago de matarlo.
     -Pues hijo, un último consejo, jamás fabriques una jaula de la que no puedas salir… -Y ¡tachan! Brazalete fuera-. Yo fabriqué esta esposa –la cara de horror de su hijo le daba más fuerzas- a mí no me afecta, mas a ti… -Con un movimiento de muñeca el brazalete se adhirió con fuerza en el brazo de Rumpel-. ¡Póstrate! –Gritó antes de lanzarlo por los aires-, a ver cómo te las ingenias ahora, sin magia.
     Rumpel se arrastró por el suelo, seguía siendo un gusano, un gusano que gimoteaba en busca de algo que jamás encontraría, valor.
     Pan le pegó una patada en la cara.
     -Me niego a rendirme ahora, por ellos.
     -¿Por tu hijo? No. Ya es tarde. Ese humo verde pronto llegará a sus pulmones y les aturdirá la mente. Y no haré como con el resto, no sólo les dejaré sin memoria, no. Puesto que significan mucho para ti pienso dejarles sin vida y tú, tú no harás nada por impedírmelo. ¿Sabes por qué? Porque sin magia no eres más que lo que antaño fuiste. Un vulgar cobarde.
     Peter apartó la vista de Rumpel y lo dejó allí. Afuera encontró al resto: Emma, Henry, la reina, Baelfire, la mujer que le calentaba la cama a su padre y una anciana que no conocía, pero estaba con ellos por lo que había de morir también.
     Resultaba muy fácil porque no eran más que un público cautivo con el que podría jugar como si fueran marionetas. Pero, cuanto todo parecía hecho, llegó la lombriz con diente y brazalete. ¿Había ido a salvar a sus amigos? Más bien a matarlos él de aburrimiento con ese sermón que les echó. Pero Peter no lo entendió porque era un niño, un niño que no había madurado aún a pesar de tener ya dos siglos a sus espaldas, un niño egoísta que no escuchaba si no se oía a sí mismo, un niño que se mimaba solo y no veía más allá de sus narices.
     Por eso no vio como la sombra de Rumpel lo empujaba contra él.
     -¡¿QUÉ ESTÁS HACIENDO?! –Preguntó cuándo ya fue demasiado tarde.
     -Verás, la única forma de que mueras, es que ambos muramos. Y ahora yo estoy dispuesto a hacerlo.
     Rumpel clavó la daga del Ser Oscuro en la espalda de su padre.
     Peter gritó como si le fuera la vida en ello, consciente de su fin, de su inesperado fin. No podía ser. Peter Pan no podía morir.
     Pero la magia de la daga lo mató antes de dejarle sin respirar al devolverlo a su forma humana, al interior de aquel adulto viejo, feo y vulgar.
     -Hola, papá –lo saludó su hijo con una sonrisa maquiavélica.
     -Rumpel… Por favor, déjame vivir, quítame la daga… Empecemos de nuevo, tengamos un final feliz –le sonrió pero nada iba a conseguir, el vejestorio de Malcolm jamás tendría el encanto del joven Pan.
     -Oh, pero yo soy un villano –fingió sorprenderse Rumpel- y los villanos no tenemos finales felices.
     Dicho eso hundió aún más la daga y, en un beso no falto de amor, se entregó a los brazos de la muerte junto a su padre.
     Y así, igual que el hijo se había llevado a la madre, ahora, años después, se llevaba al padre.
     Las marionetas quedaron libres, prueba de las muertes de Pan y su magia, mas no así de su maleficio.
     -¿Puedes detenerlo o vamos rindiendo nuestras almas? –Preguntó Garfio-, porque la mía costará bastante.
     Todos se preguntaban a qué venía aquel silencio de Regina cuando Leroy apareció gritando por la calle principal.
     -¡ESTÁ AQUÍ! ¡ESTÁ AQUÍ! ¡EL HECHIZO ESTÁ AQUÍ! ¡Se avecina por doquier! ¡NO HAY ESCAPATORIA!
     -Hay que detenerlo –dijo David- estamos a tiempo, ¿no? ¡REGINA! –La llamó.
     -Sí… -Algo ocupaba sus pensamientos, y en un momento así pocas cosas podían hacerlo.
     -Vale, ¿cuál es el precio? Gold dijo que había un precio –recapituló Emma, nerviosa- ¿cuál es el nuestro precio?
     -No es nuestro precio –arrancó al fin Regina- sino mío. Es lo que sentí cuando cogí el pergamino por primera vez. Tengo que despedirme de lo que más amo.

REINO DE LA NADA
Momentos antes…

Regina despertó en medio de un inmenso fondo negro. No había nada allí salvo oscuridad… Y un chico.

     -¡Eh! –Lo llamó-, ¡eh tú! –El muchacho se giró, le resultaba familiar-, ¿qué es este sitio?
     Él la miró de arriba abajo, estaba emocionado.
     -Mamá –dijo dejando ojiplática a Regina.
     -¿Disculpa?
     -No sabes cuánto he esperado este momento.
     Regina lo miró bien, tenía el pelo castaño y el rostro claro, además de unos ojos azules que ella sólo había visto una vez, en Daniel.
     -No, yo no tengo hijos.
     -Fue todo una treta, una treta de gente a la nunca entendí y cuya existencia aún me cuesta creer.
     -Mi hijo murió al poco de nacer.
     -No, ese niño era yo y no morí ahí, pero si más tarde.
     -No… -Regina se derrumbaba-, no, no puede ser.
     -Mírame bien mamá, mírame y dime que ves.
     Regina no quería hacerlo, se parecía demasiado a Daniel.
     -¿Dónde estuviste?
     -Eso no importa, tenemos poco tiempo, mamá. Estás aquí por un motivo.
     -¿Y tú?
     -¿Yo? Cumplo condena. Vagar por aquí es mi castigo por querer contravenir las leyes de la existencia. Traté de acabar con el amor de mi corazón como si fuese algo posible, el resultado fue mi muerte. Tú has hecho algo parecido, has desterrado a todo un reino a otro, ¿no?
     -Sí, ¿y qué…?
     -Estás muerta, mamá, ahora mismo lo estás, y este es tu castigo, idéntico al mío, idéntico al de todos los que contravienen las leyes esenciales.
     -No, no puedo morir.
     -Tienes razón, este viaje tiene billete de vuelta, tranquila. Pero si vuelves deberá ser para llevar a cabo una tarea, difícil, pero que limpiará el alma y te salvará de arrastrar este sino toda la eternidad.
     -¿Qué tarea?
     -Parar la maldición de Peter es imposible a menos que tú, la persona que la formuló en primer lugar, la revierta.
     -Lo haré, no tengo problema.
     -Ya, pero esa no es la parte difícil. Lo espinoso es que para hacerlo habrás de repetir el ritual que seguiste para conjurarla la primera vez… Y eso significa que tienes que renunciar a lo que más amas.
     -Henry…
     Rufio se sintió algo herido pero no culpó de ello a su madre.
     -Así es. Todos regresareis a El Bosque Encantado y lo habréis de dejar atrás puesto que él no nació allí y pertenece a La Tierra Sin Magia.
     -Pero no podemos dejarlo solo.
     -Y no tenéis por qué. Emma podrá quedarse porque es La Salvadora, pero sólo ella.
     Regina volvió a llorar.
     -¿Y si me niego a volver? ¿Y si me quedo aquí contigo?
     -Sería cambiar un hijo por otro, con la diferencia de que condenarías a uno de ellos a un castigo peor que la muerte, vivir hechizado toda la eternidad.
     Regina siguió llorando.
     -¿Esto está pasando dentro de mi cabeza?
     -Me temo que no, mamá.
     Regina sonrió, que raro era que la llamasen así.
     -Cuando creí que habías muerto, justo después de perder a tu padre… -¿Se lo contaría?-. Perdí la fe y la esperanza. Me volví…
     -Malvada –dijo Rufio.
     -Así es. Créeme que ahora lo siento, siento todo lo que hice.
     -Hace sólo un día decías no arrepentirte de nada porque todo aquello te había llevado hasta Henry.
     -Y en parte así sigue siendo, pero ver que todo volverá a ser como fue siempre me hace replantearme muchas cosas…
     El sonido del viento los azotó.
     -Es la maldición que se acerca –aclaró Rufio.
     -¿Qué hago?
     -Oye a tu corazón, ellos nunca se equivocan.
     Regina volvió a reír, ya sabía lo que iba a ser y Rufio, con mucho dolor, lo aceptaba.
     -Hijo, estarás conmigo en todos los momentos de mi vida. Al soplar el frío del invierno te recordaré, en el renacer de la primavera, en el cielo azul y el calor del verano. En el susurro de las hojas del otoño, cuando esté cansada y necesitadas de fuerzas… -Regina se perdía en los ojos de su hijo-. Cuando me pierda y me sienta perdida serás mi guía, y cuando ría será tu sonrisa la que me acompañará.
     -Adiós, madre –se despidió al abrazarla con fuerza-. Que el viento sople siempre a tus espaldas y el sol brille cálido sobre tu rostro.
     El suelo oscuro se resquebrajó bajo sus pies y comenzó a separarlos. Mantuvieron unidas sus manos hasta el último instante y, cuando la bruma le impidió ver a su hijo, Regina oyó su llanto y sus sollozos.
     En la otra orilla Rufio hacía lo mismo…
     Peter moriría y también se reencontraría ahí con él. Y eso fue lo que pasó después. Pero Rufio lo dejó claro:
     -Hemos pasado muchas cosas juntos, de hecho mi vida no sería posible sin la tuya porque yo no habría nacido de no haber tenido tú a Rumpelstilskin y éste haber enseñado a Cora a convertir la paja en oro para no morir a manos del rey. Te he querido como un hermano y te he llorado, pero ya no. Ahora lo veo todo desde otra perspectiva. He crecido y cumplo condena por no haberlo hecho antes –Peter oía todo estoicamente-. Ya sufro demasiado como para agravar más mi sufrimiento, además de que, ya te ofrecí cambiar y comenzar una vida juntos, tiempo atrás, ¿te acuerdas? Pues bien. Pasarás aquí toda la eternidad, siendo un viejo feo y acabado que está completamente solo, pues yo no creo ya en ti, Peter Pan.
     
Y así fue como Malcolm vagó por el vacío en una caminata sin fin, repudiado por todos y asolado por los fantasmas de aquellos a los que mató en su camino a la juventud.

NEVERLAND

Todo había acabado al fin.

Campanilla estaba hundida tras la muerte de Rufio y la marcha improvista de Bae. Él lo había dejado marchar, él le había ordenado a la sombra que sólo se llevase a su nieto. Ahora estaría perdido en el mundo de Rufio, aguardando el momento de revolcarse con la salvadora que estaba naciendo lejos de allí, en otro mundo muy lejano.

     John y Michel habían sido llevados también a aquel extraño orbe. Crecerían y, ya adultos, le serían útiles para hacerse con el fruto que estaba por dar la salvadora, ese niño que estaba destinado a ser el verdadero creyente, ese niño que opacaría a Rufio. Su bisnieto.

     Garfio había huido y había abandonado a su tripulación, cobarde, algún día se verían las caras y lo mataría.

Y Wendy lo seguía por la selva, hacía el claro de la luna, para enterrar a Rufio.

Fue la primera vez en años en la que los dos cooperaron. Cavaron un hoyo profundo y depositaron el cuerpo allí.

     -¿Y ahora qué? –Inquirió Wendy.
     -Ahora es el momento de hacer una pausa, Wendy, de quedar dormidos hasta que llegue el momento.
     -¿Cómo?
     Pan no echó tierra sobre Rufio sino unos extraños polvos que Wendy no identificó.
     -La reina malvada ha lanzado una poderosa maldición que se avecina, no llegará a Neverland a menos que hagamos algo.
     -¿Y por qué tendría que llegar?
     -Porque se detendrá el tiempo, más de lo que ya está, y podré vivir una prórroga hasta que aparezca el sustituto de Rufio.
     -¿Quieres decir que…?
     -Que yo tendré que traer la maldición aquí.
     -¿Pero cómo?
     La respuesta de Pan fue alzar las manos. Un vórtice verde desgarró el cielo y la nube sombría del hechizo apareció.
     -Este hechizo borrará las memorias y nos trasladará a una tierra sin magia, a una tierra que no conocemos.
     -Pero entonces…
     Pan no oyó como Wendy hacía preguntas cuyas respuestas estaban fuera de su entendimiento. Él sabía lo que hacía. Emplearía el corazón de Rufio en hacer una contra-maldición, una cúpula aislaría Neverland y, aunque les afectase el hechizo, dejaría sus memorias intactas y no los movería de allí.
     No dudó cuando estrujó el corazón muerto de Rufio sobre su cuerpo, ya no había nada que hacer, eran o él o el recuerdo. En cuanto la última ceniza cayó la cúpula se formó en torno a la isla y él y Wendy pudieron ver como la nube maldita los rodeaba, deseosa de atravesar la barrera en la plenitud de su júbilo destructor.
     -¿Qué vamos a hacer ahora? –Preguntó la joven.
     -Esperar. El maleficio no será perpetuo, se deshará. Dentro de 28 años habrá una salvadora que lo romperá y traerá hasta a mí al corazón del creyente más puro.
     -¿28 años?
     -No lo notaremos, quedaremos congelados y nos parecerán unos segundos.
     Wendy miró a Pan confusa, ¿qué pretendía con todo aquello? ¿Qué es lo que quería? ¿Qué papel jugaban en ello sus hermanos?
     
Pan mientras tanto meditaba. Después de tantos años, después de acopiar tanto poder, seguía sin ser feliz, nadie lo era en Neverland, nadie era feliz ni comía perdiz, y todo por el precio de la venganza y de la magia en sí misma.

     Miró el reloj de Rufio, parado para siempre a causa de la maldición.

     Eran las ocho y cuarto de la tarde.

5 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Muchas gracias :) Se está a gusto con las cosas terminadas.

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    2. Ya lo creo, lo importante es no dejar nada a media. todo comienzo debe tener un final. Asi que chapó.

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  2. Que pedazo de final, que pena Rufio , era como una especie de Sora siniestro.

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  3. Pero oscuro oscuro xD. Sora es buena gente, Rufio es un maníaco trastornado sabelotodo que a veces parece bueno (no me caía muy bien eh xD). Muchas gracias por leer, me alegra que te haya gustado ;)

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